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"Como este niño, muera no sé lo que va a pasar aquí" afirma el maestro de Alberto Muñagorri

Alberto Muñagorri le dijo a su madre que se diera prisa en prepararse para ir de compras al supermercado de Oyarzun. "Mientras, dijo, voy a dar una vuelta". La familia había decidido por la mañana ir a la playa, pero a eso de las once el día se nubló y cambiaron de planes. Irían al supermercado antes de comer y luego ya se vería. Alberto, que poco antes había estado en casa de la abuela a recoger la paga -cinco duros- salió, pues, a dar una vuelta mientras su madre se preparaba, y fue a buscar a Jaime Conde Astiz, su mejor amigo, compañero suyo en cuarto de EGB en la academia Iztieta. La bomba estalló cuando Alberto buscaba a su amigo.

Es un crío muy majo y la prueba es que seguramente nadie de entre los de su curso tiene tantos amigos en la clase", dice Alfonso Albéniz, el maestro. Como alumno, sin ser un estudiante brillante, puede considerársele "entre bien y notable". Su libro escolar registra la nota final media de notable en primero y segundo de EGB y la de bien en tercero. Las notas del curso, recién finalizado, todavía no figuran en el libro escolar, pero, según el maestro, pasará curso sin dificultad.El aula de la escuelita donde estudia Alberto parece de juguete. Todo es de tamaño diminuto. Tres chavales muy serios hacen sus deberes sentados en otros tantos pupitres. Uno de ellos se levanta y le pregunta al maestro a ver si oveja se escribe con hache. Alfonso Albéniz responde que esa palabra no lleva hache "porque se la ha comido la oveja". Por la mañana, el maestro ha reunido a los 34 compañeros de Alberto y les ha contado lo que ellos ya sabían, y ha reiterado sus consejos: "Todo bulto abandonado en la calle es sospechoso, no hay que tratar de averiguar lo que tiene dentro. Lo mejor es avisar a una persona mayor". Las palabras del maestro, recordándoles algo que ya sabían pero que no acaban de entender han provocado un silencio tan angustioso entre los niños que el propio don Alfonso les ha mandado al recreo.

Al maestro de Alberto le tiembla la voz al hablar. "Pobre chaval", dice de repente. "Pobres chavales", precisa después pasando del singular al plural y mirando a los tres pequeños que garrapatean en sus cuadernos. "La verdad es que cuando se han puesto a jugar se han animado un poco, pero al principio era angustioso verles. ¡Qué diferencia con la semana anterior! Hicimos una votación para decidir a dónde íbamos de excursión. Salió que a Vitoria, a la playa artificial de Gamarra, y allí estuvimos todos. Alberto también, Pobre Chaval".

Al acabar las clases del lunes, Alfono Albéniz ha ido al hospital. Aunque no le han dejado entrar a la UVI, ha podido ver a su alumno a través de un cristal. "Tenía la cara llena de pomadas y apósitos En un momento dado, ha movido una mano, como si me reconociera, pero el médico ha dicho que no, que estaba soñando. La madre estaba un poco más animada porque acababa de darle un vaso de cola cao y se lo ha tomado entero, y ella lo considera buena señal. Pero está muy mal, el pobre"."Tenemos miedo"

"Corno el niño muera", dice el maestro, "no sé lo que va a pasar aquí, porque en este pueblo el problema es que hay tanto miedo que hasta tememos reconocer en público que tenemos miedo, porque a algunos podría resultarles sospechoso. Nadie se atreve a decir lo que piensa. Hay una sensación colectiva de miedo. Una sensación como de que todos piensan en lo mismo pero nadie se atreve a hablar de ello. Pero algún día la gente va a estallar y entonces no sé lo que va a pasar aquí; porque vamos a salir a la calle y esto puede ser terrible. En este pueblo hay gente que tiene como orgullo el que tenemos que ser los primeros en todo, en poner bombas, en hacer barricadas o en tener los gamberros más insociables del mundo".

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"Hace poco hubo un lío con una banda de jóvenes que tenía aterrorizado un barrio de aquí cerca. La policía municipal detuvo al jefecillo y se lo llevaron al cuartelillo. Pero le soltaron porque les dijo que les conocía a todos y les amenazó con tomar represalias si le llevaban a comisaría. Y es que, con las cosas que aquí han pasado, todo el mundo recela, tiene miedo, prefiere hacer como que no se entera de lo que ocurre. Esa es la realidad".

Rentería tiene actualmente unos 48.000 habitantes. Hace unos años tenía 52.000. Y hace veinticinco años unos 15.000. La población se multiplicó por tres en quince o veinte años, pero no porque aumentase el número de fábricas. Para la mayoría de la población, en gran parte inmigrante, Rentería, paradigma del desarrollismo de los sesenta, es sólo una ciudad dormitorio. Se edificaron bloques de viviendas aislados, monstruosos, sin equivalencia posible entre el incremento demográfico y el de los servicios sociales mínimos. Actualmente hay unos 3.000 parados. Muchos de ellos trabajaron en la construcción, edificando esos bloques.

Debate en el ayuntamiento

Antes de la guerra la fuerza política dominante era el PNV. En las últimas elecciones municipales, Herri Batasuna fue la primera fuerza de la localidad, con 4.845 votos, que le dieron la mayoría -seis concejales- en la corporación. PNV y PSOE tienen cinco concejales cada uno y Euskadiko Ezkerra tres.

En el pleno celebrado el sábado pocas horas después de la explosión, los concejales del PSOE y del PNV dieron su voto favorable a una moción presentada por Herri Batasuna en la que, sin hacer mención alguna a quienes colocaron la bomba, se culpa de sus efectos a "la falta de escrúpulos de Iberduero para llevar adelante su proyecto imperialista", a la "irresponsabilidad de la policía", y a la "pasividad de los partidos" (con excepción de HB) ante la "absoluta falta de libertades". Tales partidos son acusados además de "colaboración con la situación de represión continuada por la que atraviesa el pueblo trabajador".

En opinión del catedrático Koldo Mitxelena, hijo ilustre de Rentería, recientemente nombrado doctor honoris causa por la universidad de Burdeos y militante del PNV desde hace cincuenta años "en ese pleno tan sólo Euskadiko Ezkerra mantuvo una actitud digna al oponerse a tal moción". Mitxelena indicó que se sintió "horrorizado pero no sorprendido" al tener noticia de la explosión. Y el porque "la verdadera tragedia no está en que se trate de un crimen singular que horroriza a cualquier sensibilidad humana, sino en el hecho de que se trata de un atentado más, es decir, de algo que ya había ocurrido antes, que tenía que volver a ocurrir y que seguirá ocurriendo mientras las cosas sigan como están, particularmente en Rentería". Los sorprendentes votos de partidos como el PSOE y el PNV en el pleno del sábado pasado no serían sino un reflejo de esa situación de un pueblo en el que, según Mitxelena "manda más quien más grita" y en el que "la presión del miedo parece paralizar las inteligencias y las conciencias". Ambas circunstancias eran implícitamente admitidas por el secretario general del PSOE de Guipúzcoa, Enrique Casas, al explicar el voto de los concejales socialistas como "un error achacable al confusionismo, en que se desarrolló el pleno". Por su parte, los concejales nacionalistas Savín Lasa y Venancio Alonso -este último, portavoz de su grupo en la corporación- señalaron a EL PAIS que, "por una parte no podíamos dar nuestro voto a la moción de EE porque pedían la destitución del jefe de la policía municipal y convocaban una manifestación a la salida del pleno, con lo que no estábamos de acuerdo; y, por otra parte, la moción de HB fue leída en medio del follón que había, sin habernos dado copia por escrito, por lo que no nos enteramos bien de todos los puntos de la moción".

José Mari Elberdín, concejal de Euskadiko Ezkerra, no entiende que socialistas y nacionalistas pudieran votar a favor de la moción de HB "en la que, a parte lo que se dice de los partidos en general, en ningún momento se condena a los principales responsables, es decir, a quienes pusieron la bomba u ordenaron que alguien la pusieran". El diputado del mismo partido en el Parlamento vasco, Javier Olaberri, considera, que este atentado muestra "hasta qué punto se está produciendo un derrumbe político y moral en nuestro pueblo. Parece que se piensa que, puesto que, por definición, la razón la tenemos nosotros (es decir, los buenos, los que pertenecemos a la religión verdadera), todo está permitido porque la responsabilidad de lo que pase siempre será de alguien (es decir, de ellos, de los infieles)".

Según Olaberri, la historia de la ETA anterior a la muerte de Franco está llena de casos de activistas que acudieron a desconectar explosivos que ellos mismos habían colocado porque, por alguna causa no prevista, había quedado alguna persona en el local que se trataba de destruir, o no se habían dado a tiempo la orden de desalojar, o no había explotado en el momento previsto la bomba, etc. Mientras que quienes han colocado el explosivo de Rentería se han desentendido totalmente de sus efectos porque sabían que, pasase lo que pasase, aunque lo que pasase fuera que un niño de diez años quedase destrozado, sus jefes ya se encargarían de justificar el atentado y de descubrir al "responsable en última instancia".

Ecología o muerte

En la puerta del local de Iberduero contra el que iba dirigida la bomba, hay una pintada siniestra. Sobre una calavera de toscos trazos, puede leerse: Ekología ala hil, es decir, ecología o muerte. A ocho pasos de la pintada, en la parte inferior de un muro de cemento, un agujero de unos cuarenta centímetros de diámetro, señala, como tributo al segundo término de la alternativa propuesta, el lugar exacto donde explotó la bomba. Tres señoras de avanzada edad, que se han detenido un momento junto al muro, tratan de ocultar sus rostros al ver al fotógrafo. Unos cien metros más abajo, en la calle de la Magdalena, vive la familia de Alberto Muñagorri: sus padres, José María y Sara, y sus hermanos Francisco y Mari Angeles. La manifestación que se formó el sábado en Rentería a la salida del pleno municipal, se dirigió desde el ayuntamiento hasta el portal de la casa de los Muñagorri. Una parte de los manifestantes, que lanzaba burlonamente calderilla contra quienes encabezaban la marcha, llamándoles "vendidos a Rosón", no dejó de gritar "Gora ETA militarra", ni siquiera cuando la comitiva pasó bajo las ventanas de la casa del niño, que a esa hora se debatía entre la vida y la muerte.

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