Las negociaciones START tardarán una década en fructificar
Las negociaciones START, que comienzan hoy, en Ginebra, deberán prolongarse durante varios años, y según los expertos, los primeros resultados pueden no alcanzarse, en el mejor de los casos, antes de la década de los noventa.La apertura se produce en unos momentos de especial tensión e incertidumbre sobre el tono que impondrá el nuevo secretario de Estado norteamericano, George Shultz, a las relaciones Este-Oeste.
El anterior secretario de Estado, Alexander Haig, pertenecía al grupo de "pragmáticos" para el que el anticomunismo visceral de la Administración Reagan podía ser compatible con unas relaciones realistas con Moscú y, sobre todo, con un clima de confianza y acuerdo con los aliados europeos, que son los primeros interesados en el éxito de las START, ya que de ellas depende también el éxito en las negociaciones paralelas para la limitación de armas nucleares euroestratégicas, es decir, los euromisiles y los SS-20 soviéticos.
Silencio del Senado
En 1972, las SALT I incluyeron un acuerdo sobre misiles antibalísticos (ABM), rampas de lanzamiento ICBM (es decir, para misiles balísticos intercontinentales instalados en tierra) y SLBM (sus equivalentes instaladas en submarinos). Jimmy Carter firmó en 1979 las SALT II, nunca ratificadas por el Senado norteamericano, que limitaban a 2.400 el número de rampas por ambos lados (incluyendo en el recuento los bombarderos), ponían un techo para la construcción de misiles de varias cabezas nucleares capaces de alcanzar objetivos distintos (MIRV) y prohibían la construcción de nuevos ICBM.
Las SALT II incluían también un protocolo de tres años de duración, es decir, hasta 1982, imponiendo ciertas restricciones cualitativas para las mismas rampas ICBM y sobre la construcción de misiles tipo Cruise.
Hasta ese momento, Estados Unidos reconocía su superioridad en materia de armas nucleares estratégicas, pero los expertos del equipo Reagan afirman que la URSS ha conseguido, gracias a las SALT II, un nivel de paridad, incluso de superioridad, en ciertos dominios.
Para otros expertos, como el propio secretario de Defensa durante la Administración Carter, Harold Brown, ambas superpotencias mantienen un nivel equiparable, porque si bien la URSS posee más misiles, Estados Unidos tiene más cabezas nucleares.
Ronald Reagan, acérrimo detractor de las SALT II, ha introducido una importante novedad en su oferta del 9 de mayo: ya no se trata de "limitar" la producción de armas nucleares estratégicas, sino de "reducirlas". En cualquier caso, las START, como en su día las SALT, no suponen acabar con la carrera de armamentos, porque no impiden la modernización de los respectivos arsenales.
Así, Estados Unidos puede continuar adelante con su programa de fabricación de los nuevos misiles intercontinentales MX, los Trident 2 y los nuevos Cruise, -al igual que los bombarderos B-1, que sustituirán a los viejos B-52, y el llamado avión furtivo (Stealth), capaz, como su oponente soviético, el Backfire, de escapar a los radares volando a muy baja altura.
La primera dificultad con que tropezarán los negociadores norteamericanos y soviétivos será decidir cuáles son "los principios básicos" sobre los que se va a discutir. En efecto, cualquier valoración sobre el nivel de fuerzas por cada lado es de gran complejidad, porque no se trata sólo del número de misiles de que dispone, sino también del número de cabezas nucleares y su potencia en megatones, el sistema de lanzamiento, su precisión y su vulnerabilidad.
Pese a todo, el presidente Reagan hizo ya un planteamiento de partida, que fue inmediatamente rechazado por Moscú. Reagan propuso, en síntesis, lo siguiente: reducir en un tercio el actual número de cabezas nucleares, pero de forma que sólo la mitad de las que quedaran estuvieran instaladas en tierra (silos subterráneos en su mayoría).
Según los datos de que se dispone actualmente, Estados Unidos y la URSS tienen un número de cabezas nucleares similar: 7.500, aunque Moscú disfruta de superioridad en cuanto al número de misiles (2.400, frente a los 1.700 de Washington). Ello se explica debido a que por parte norteamericana existe un mayor número de misiles MIRV, con varias cabezas cada uno.
Hasta ahora, fuentes aliadas y norteamericanas afirmaban que Estados Unidos disponía de mayor número de cabezas nucleares (9.000, contra unas 8.000 soviéticas), pero la diferencia con los cálculos actuales se explica porque Washington no incluye ahora las cabezas nucleares instaladas en bombarderos, que serían objeto de una nueva negociación.
La propuesta Reagan supondría reducir el número de misiles a unos 850, contra un total de 5.000 cabezas nucleares por cada lado, pero de forma que sólo 2.500 estén basadas en tierra. La explicación norteamericana es la siguiente: los misiles instalados en tierra son más "desestabilizadores" que los instalados en submarinos o en bombarderos, porque, al ser más vulnerables y precisar de una media hora para alcanzar su objetivo, deben ser los primeros en dispararse.
Rechazo soviético
La Unión Soviética rechaza de plano esta propuesta, y sus razones son lógicas: la URSS tiene el 72% de sus 7.500 cabezas nucleares en misiles instalados en tierra, mientras que sólo son de un 22% a un 25% en el caso estadounidense. Si aceptara esta tesis, Moscú no podría conservar ni sus 350 SS-18, con diez cabezas nucleares cada uno, y debería reducir drásticamente sus 450 SS-17 y SS-19, con cuatro y seis cabezas cada uno.
Estados Unidos ha promovido en la última década la construcción de submarinos atómicos con armas nucleares muy sofisticadas, de forma que con menos misiles puede oponer a la URSS más de 4.000 cabezas, frente a las 1.900 de que dispone Moscú en submarinos. La URSS ha hecho, sin embargo, un esfuerzo espectacular y, según la OTAN, cuenta con cerca de setenta submarinos nucleares, de los que unos sesenta serían de las clases Yankee y Delta, con equipos capaces de destruir una ciudad de EE UU sin necesidad de abandonar sus aguas territoriales.
Sobre bombarderos de largo alcance, dotados con los nuevos Cruise o sus equivalentes soviéticos, se admite una neta superiordad de EE UU. Es lógico suponer que la URSS exigirá su inclusión desde el primer momento en la mesa negociadora de Ginebra.
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