La 'mafia' de la heredabilidad de la inteligencia
El nacimiento del primer bebé-probeta por fecundación con el semen de algún donador superdotado merece unas reflexiones que lo sitúen en su contexto histórico-social, más allá del dudoso logro técnico-científico que supone el alumbramiento feliz de una cría procedente de inseminación extrauterina. Porque la idea que subyace en este experimento humano es la de demostrar la heredabilidad de la inteligencia y la supremacía de los factores innatos en la organización social. Lo que aquí se trata, en definitiva, es la verificación experimental del viejo ideal meritocrático que pretende que las diferencias sociales en status, dinero o poder son consecuencias inevitables de nuestras diferentes capacidades, genéticamente establecidas, biológicamente inmutables e impermeables, por tanto, a los factores ambientales del medio social.Pero, además de este componente ideológico, legitimizador de las estructuras sociales históricamente condicionadas, la empresa de la mafia de la heredabilidad pretende objetivos políticos concretos de dudosa utilidad social. De una parte, habrá que considerar la campaña de ciertos psicómetras (los Jensen, Herrstein, Eysenk, Stockley y demás compañeros de viaje de la desigualdad innata) en contra, del sistema educativo de igualdad de oportunidades, sobre la base de que no merecen la pena los costes de una educación proteccionista a los infradotados congénitos, tales como los negros, las mujeres o las clases inferiores. Por otra parte, está la llamada autorizada de McFarlane Burnet, premio Nobel de Medicina, a una campaña eugenética mundial con el objeto explícito de eliminar a los desviados, limitar la reproducción de los deficientes y promover el clonaje de los mejor dotados.
El problema es que estos delirios neonazis se sustentan en unos datos empíricos de dudosa validez científica, pero de gran impacto social. Así, las determinaciones empíricas de la inteligencia (el coeficiente intelectual -CI- y sus variantes) en la que se sustentan buena parte de estas construcciones metacientíficas se aceptan generalmente con la reverencia y el temor que impone el dictamen de la ciencia, cuando, en realidad, los ensayos del CI no se justifican, más que por su dudosa capacidad predictiva, como indicadores del probable éxito social del escolar. Sólo por una manipulación de los conceptos se ha podido llegar a la tautología que subyace en la pretensión de medir la inteligencia por su manifestación social del éxito en la política o en los negocios. Yero, al proceder así, se están mezclando las aptitudes innatas con los factores ambientales -históricamente- condicionados-, tales como la socialización, la motivación y la adscripción infantil a determinados roles sociales de clase, raza o sexo, que modelan a aquéllas.
Medición del comportamiento
El comportamiento humano que se pretende medir con los tests de inteligencia es el resultante de un complejo proceso de maduración anatómica y funcional, que se inicia en la vida fetal y se prolonga, con mayor o menor actividad, hasta el mismo umbral del agotamiento senil, y siempre en íntima dependencia con las señales emanadas del medio ambiente. La complejidad de este proceso de maduración que opera sobre el genotipo hace que hoy sea imposible predecir el abanico de fenotipos diferentes que puedan resultar de un mismo genotipo expuesto a diferentes condiciones ambientales. Como señala Lewontin, pretender resolver esta inmensa indeterminación a partir de unas pocas variables descriptivas -como el CI-, sujetas a su vez a errores sistemáticos, es como intentar deducir la estructura de un reloj a partir de su tictac.
El argumento innatista no se puede sustraer a esta indeterminación de forma que, aunque llegara a demostrar que el genio (o cualquiera que sea lo que mida el CI) se hereda, nunca podrá refutar el principio ambientalista -generosamente comprobado- de que todo se puede enseñar si el sujeto está suficientemente motivado. Vistas así las cosas, cabe preguntarse por la validez de ciertas empresas científicas que, como la innatista, generán una mala ciencia (por sus insuficiencias metodológicas y epistemológicas), que es además una ciencia mala, por sus reprobables objetivos sociales.
Angel Pestaña es colaborador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
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