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La guerra en el Atlántico sur

Reagan y Haig conversaron con el Papa y Spadolini

Juan Arias

El presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, y el secretario de Estado, Alexander Haig, estuvieron ayer en Roma cinco horas, durante las cuales se entrevistaron con el papa Juan Pablo II en una visita "privada, pero solemne"; con el presidente del Gobierno, Giovanni Spadolini, que viajó desde París con Reagan en su avión personal como huésped de honor; con los secretarios políticos de los cinco partidos que sostienen el Gobierno actual y, por fin, con el jefe de Estado, Sandro Pertini.Se trató de una visita a Italia que no estaba prevista en el programa para agradecer al Gobierno la liberación del general americano de la Organización del Atlántico Norte, James Dozier, secuestrado por las Brigadas Rojas. Y también para corresponder a la visita que Pertini había hecho a Estados Unidos, donde fue acogido con gran entusiasmo.

Pero, sobre todo, el presidente norteamericano quería ser recibido por el Papa. Toda la solemne ceremonia vaticana fue transmitida en directo para Estados Unidos con gran cantidad de detalles y pormenores. Y la radiotelevisión italiana la transmitió también en directo fuera de programa, una cosa completamente excepcional.

Reagan se exhibió durante cinco minutos en su discurso al Papa, que lo escuchaba, atentamente. Y después fue él quien escuchó a Juan Pablo Il exactamente otros cinco minutos. El líder norteamericano habló al papa Wojtyla de Polonia: "No ayudaremos al régimen de aquel país", dijo, "pero haremos todo lo posible para enviar' víveres y ayuda a la población". Habló también de Líbano: los sentimientos de su Santidad son también los de Reagan: que Estados Unidos quiere ser "el buen samaritano con los otros pueblos".

No habló del conflicto en el Atlántico sur en su discurso al parecer porque fue éste el objeto principal del coloquio privado a puertas cerradas con el Papa. Le trajo noticias muy concretas de su hora y media de coloquio con la primera ministra británica, Margaret Thatcher. Las hipótesis que circulaban eran varias. Entre ellas, que se quiera dar al Papa la posibilidad de una mediación con el Gobierno argentino "para evitar la matanza final", o bien para resolver el conflicto diplomáticamente después de la "inevitable conquista de las Malvinas" por parte de los ingleses.

El Papa le habló con mucha dureza a Reagan sobre la provocación en el Líbano, sobre la necesidad de resolver el problema del conflicto en el Atlántico sur "por el camino de las negociaciones", y no nombró a Polonia, otro tema cierto de su conversación privada con el presidente americano.

Las medidas de seguridad durante la visita de Reagan a Roma fueron impresionantes. En la tarde de ayer, Roma se quedó materialmente paralizada. No funcionaron ni los autobuses. También estuvo paralizado, hasta su llegada, el aeropuerto de Ciampino, y el Cadillac negro de Reagan estuvo vigilado durante toda la noche por veinte agentes americanos. Por todos los sitios por donde pasó hubo en los techos y en el interior de las habitaciones de las casas privadas tiradores escogidos fusil en mano. Y siempre preparados trece médicos y dos ambulancias. A la esposa del presidente americano se le permitió desnudarse en una salita de las habitaciones pontificias para cambiarse de traje y vestirse de ceremonia: de negro hasta los pies, con collar de perlas y pendientes también de perlas.

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