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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Llega Reagan

EL PRESIDENTE Reagan inició ayer en París, y hoy en la conferencia económica de Versalles, una gira por Europa. Le preceden algunas bombas de protesta, algunas manifestaciones pacifistas: en las capitales que va a visitar se pintan pancartas. Reagan, sin embargo, ha preparado minuciosamente este viaje, que le importa mucho; él y sus diplomáticos han sabido crear el momento favorable. La reanudación de las conversaciones de reducción de armas estratégicas en Ginebra, el anuncio de su entrevista personal con Breznev, su nuevo lenguaje moderado y oferente parecen obedecer a las admoniciones que se le hicieron desde Europa cuando tomó el poder demasiado vigorosamente. En Versalles puede hacer alguna propuesta económica interesante, que trate de disipar el miedo que le tienen los economistas europeos. La guerra de las Malvinas le muestra en el mejor esplendor de europeísmo de los que ha podido exhibir cualquiera de sus predecesores. Por una parte, su solidaridad con el Reino Unido, hasta el punto de armarle y financiarle, aún a costa de la pérdida de imagen en Latinoamérica, es una prueba de que el atlantismo funciona, de que no ha lugar a las acusaciones, tantas veces repetidas, de que Estados Unidos exige la solidaridad de Europa en sus propias aventuras o desventuras y que la niega o es renuente cuando la desgracia le sobreviene a un país europeo. Pero, por otra parte, la guerra de las Malvinas le sirve para corroborar la teoría propia de las guerras justas y la vaciedad del pacifismo, que se encierra en sí mismo sin tener en cuenta el contexto. En Europa -con la excepción de España, y los matices adecuados por parte de Italia e Irlanda- se piensa que la expedición británica es justa y necesaria: se entiende que Argentina ha producido una agresión, que esa agresión es producto de un régimen totalitario, que la amenazada es una democracia y que las democracias deben tener fuerza suficiente como para responder a las agresiones. Dejando aparte la validez o no de este juicio de valor, o su simplismo, es la opinión mayoritaria de los europeos y la de sus Gobiernos, que hacen causa común con el Reino Unido. A Reagan le sirve para demostrar que en casos determinados las guerras son necesarias y que hay que tener armas y adiestramiento, y moral, suficientes para hacerles frente. Al mismo tiempo, existe el convencimiento de que sin EE UU esta guerra la hubiera perdido el Reino Unido o hubiera tenido que abandonarla antes de comenzar, y caben pocas dudas de que Margaret Thatcher sabía de sobra antes de la aventura que contaba con ese apoyo.Por tanto, Reagan llega en un momento favorable para él. Lo cual no quiere decir, ni mucho menos, que todos los obstáculos y todas las diferencias hayan sido salvadas. Reagan va a insistir en la restricción, incluso en el bloqueo, del comercio con la URSS, que, según él, sólo debería hacerse bajo la dirección y con la mediación de Estados Unidos; va a exponer sus teorías de la politización obligatoria de las relaciones con el Tercer Mundo; va a insistir en que no es momento de paliar las dificultades en el nivel de vida de los europeos (paro, pérdida de eficacia de los salarios, menor rendimiento en la producción), sino de aceptarlo como una consecuencia. de la realidad económica de Europa; va a incidir en la cuestión del rearme, en la de los misiles situados en el corazón de Europa (algunos países parecen querer cambiarlos por la plataforma española, que ahora forma parte de la OTAN y que podría servir de una retaguardia de apoyo). De Versalles -conferencia de los ricos del mundo- a Bonn -cumbre de las naciones del pacto militar atlántico-, Reagan va a machacar su doctrina, su explicación de que la austeridad, las armas, la vigilancia y la separación cla ra de fronteras ideológicas son las únicas virtudes posibles. Es muy verosímil que, a pesar de la nueva imagen de Reagan y de la preparación del momento oportuno, los Gobiernos europeos no cesen de insistir en sus diferencias y en las díficultades de enrocar sus líneas políticas -que dependen, los mismo que en América, de una opinión pública que vota, participa y elige- con la fortaleza que define Reagan. La cuestión está en saber hasta dónde les va a ser posible esta defensa. Porque Reagan no es solamente el presidente jovial y comprensivo que apoya a Europa y la defiende de sus enemigos: es hombre muy duro, que sabe cuáles son sus poderes.

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