El Soro, herido grave en la tarde de la resaca
Plaza de Las Ventas. 2 de junio. 21ª corrida de lajeria de San Isidro.Cinco toros de Lisardo Sánchez, correctamente presentados, mansos, descástados y aburridos. Primero, de Murteira Grave, con trapío, manso y violento.
José Mari Manzanares: media bajísima (protestas). Estocada corta (protestas). Niño de la Capea: dos pinchazos bajos, media pescuecera atravesada y dos descabellos (pitos). Golletazo y dos descabellos (indiferencia). El Soro: estocada corta (palmas y también protestas cuando saluda). Estocada caída, de la que sale cogido. Pasa a la enfermería.
Parte Facultativo: El Soro sufre tres heridas: una superficial en muslo de 25 centímetros; otra en tercio medio del muslo derecho, hacia arriba y atrás, de 20 centímetros, que destroza músculos, cuadríceps y abductores, con rotura de vena safena; otra en tercio superior del brazo izquierdo, de 10 centímetros, que produce destrozos en el músculo ftíceps. Erosiones y contusiones. Pronóstico grave.
Otro banquete como el del martes con los, victorinos, no era posible y nadie se había hecho ilusiones. Nos conformábamos, para la resaca, con unos platos ligeritos y agua mineral. Pero las figuras de hoy día -dos había en el cartel, dosnos obsequiaron con cordilla y agua de lluvia; cómo son. Y encimá El Soro se llevó una cornada grave.
Por el tendido apareció una pancarta que decía ser esquela con el réquiem por Paquirri, Niño de la Capea, Carlos Núñez, etc; es decir, por cuanto significa la corrida embustera que nos hartestado sirviendo durante años los exclusivistas, sus exclusivizados y los correspondientes corifeos, con la colaboración especial de afeitadores profesionales. Un detalle: a Manzanares ni se le nombraba.
Manzanares no estaba, siquiera, en la lista. Quedaba igual de olvídado que la casi totalidad de sus compañeros de escalafón arrinconados por el público, algunos de los cuales le ganan en torería; o como tantos otros de anteriores promociones a quienes sólo los muy aficionados recuerdan, y aún vagamente. Muchos toreros de una pieza que no tuvieron fortuna podríamos traer a colación. A esos toreros se les catalogó en su día como de segunda fila, quizá de tercera, y sin embargo tenían más aficíón, más pundonor, más arte y más oficio que la mayoría de las figuritas de hoy.
Ha descendido espectacularmente el listón de la calidad. A lo largo de cuarenta años, la curva taquillera de la fiesta pasa por las épocas crudiales que marcaron Manolete, El Litri, Chamaco-Chicuelo II, El Cordobés, cada uno de los cuales hacía bueno al anterior; y la artística, desde aquel grupo sefiero que componían Domíngo Ortega, Marcial, Pepe Luis, Antonio Bienvenida (éste, con positiva presencia durante tres décadas), por los Ordóñez-Manolo Vázquez-Rafael Ortega, Camino-El Viti y los Manzanares-Paquirri-Capea de hoy.
Los mediocres de los años cuarenta eran duques al lado de los de la década de los sesenta y serían monarcas coronados o papas de Roma en la época actual, donde la aristocracia taurina ha caído en la plebeyez. La fiesta, naturalmente, sigue paralelo curso. Pero la afición, lentamente renovada, continúa, y reclama una restauración de aquélla lidia y aquél toreo en madurez plena, tanto técnica como artística, que empezó a detenerse con la Guerra Civil. Este apunte, unido a otros datos, podría explicar el erial en que convirtió el toreo la dictadura de las exclusivás, cuyo advenimiento marca los niveles de más aguda decadencia que haya tenido la fiesta.
Luego está el toro. Entre los victorinos del martes (paradigina del toro bravo) y los lisardos del miércoles hay tanta diferencia que ni se parecen. En realidad, si salvamos algunos rasgos genéticos que remotamente perduran, estamos comparando el toro con el buey. Y así como los victorinos eran la emoción, los lisardos fueron el aburrimiento.
Nada de lo que sucedía en la arena interesaba ayer. Y además llovía. Dijo un espectador: "Me voy, y cuando llegue a casa, me flagelo; da lo mismo, pero por lo menos no me mojo". Manzanares y Niño de la Capea exhibieron estrepitosamente su incompetencia, y su burricie los lisardos. El público su civismo, y ni se enfadó. La verdad es que el público sabe a quién puede exigir, y no le merecía la pena hacerse mala sangre por estos coletudos de medio pelo.
El Soro es otro caso. Conocíamos sus limitaciones artísticas, que intenta suplir con entrega, y no defraudó pues hizo lo que sabe. Dio largas lo mismo a porta gayola que en el tercio, chicuelinas y rogerinas; en unos faroles de rodillas salió por los aires; bregó en los primeros tercios; banderilleó con esfuerzo y sin arte; se arrimó en las faenas de muleta. Su inequívoco entusiasmo no conseguía ilusionar a todo una plaza sumida en acres efluvios de resaca; tarde y feria se le iban de vacío, mientras Madrid le colocaba un marchamo de torero barato. Sin duda por estos motivos se empeñó en apurar las embestidas del sexto. Pasado de faena, el toro, que era un pavo de seiscientos kilos, le pegó un volteretón impresionante, y en el volapié le caló. Fue un final lamentable para una plúmbea corrida que nunca debió existir. La creíamos de trámite y resultó de pena.
Contratos para los triunfadores
Ruíz Miguel y José Luís Palomar, a raíz de su triunfo el pasado martes con los victorinos, han sido contratados para torear en la plaza de Bogotá (Colombia). También ha sido contratado Roberto Domínguez.
El referido festejo del pasado martes, que fue televisado en directo, causó una auténtica conmoción incluso al margen de los ambientes taurinos, y la opinión general en los mismos es que ha producido una insospechada promoción popular de la fiesta de los toros.
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