El viejo bandejillero del Altozano
Alfonso, viejo banderillero, cruza todos los días el Guadalquivir desde Triana al Arenal. Antes se detiene en el Altozano y contempla, apoyado ligeramente en su flamante bastón de bambú, el bronce chapeado de Juan Belmonte. Alfonso recuerda aquellos tiempos de gloria, enciende un pitillo y centra su mirada en la silueta del maestro. Hoy Alfonso sólo vive del recuerdo. Ni siquiera se acerca al Baratillo una tarde de, toros para ver a sus viejos amigos o a aquellos que empezaban cuando él, ya curtido de tanto sol, sabía que estaba entrando en años, que tenía que dejar la profesión.El viejo banderillero recorre el puente a paso lento. Gira levemente su mirada y contempla, desde la barandilla, el negro enrejado que da paso a la Puerta del Príncipe. No suspira ni tan siquiera se detiene como momentos antes lo ha hecho frente al bronce de Belmonte. El río, ese inmenso espejo de Sevilla, no le seduce, como tampoco lo hace el Baratillo.
Alfonso es analfabeto, pero piensa que la Fiesta también tuvo sus generaciones estrella. El no distingue entre el 98 o el 27, pero sabe perfectamente que hubo maestros como también aspirantes a ello. Y cuando se le pregunta sabe situar a Federico en su justo momento, a la vera de Ignacio Sánchez Mejías. Gusta a este viejo banderillero, hoy rondando los ochenta, escuchar a sus nietos comentar la faena sorpresa de Curro o a sus hijos recordar a Pepe Luis padre. El sonríe. Por dentro exclama incesantemente: "Sevilla fue Belmonte, como lo fue también Carmen La Cigarrera...".
Recuerda este trianero a Madrid como si fuera su propia tierra. No en vano relucen en su memoria, ya desgastada por el paso del tiempo, esos paseos desde el hotel a la vieja plaza y también a Las Ventas, Alcalá arriba, siempre luciendo ese color nazareno, del que nunca se deshizo. Madrid sigue siendo la cátedra del toreo, la plaza grande que sabe y exige... Pero él, sin cesar en su paso lento, no responde, aunque recuerda, siempre recuerda, el día que Belmonte cortó el primer rabo en la actual plaza madrileña. "Era el 21 de octubre de 1934. Se lidiaban reses de Carmen de Federico y alternaban, junto al maestro, Marcial Lalanda y Cagancho".
El viejo banderillero no es ignorante y pese a su analfabetismo goza de longeva sabiduría. Cuenta, ya de vuelta a Triana, que un peón, compañero suyo de la cuadrilla, le solía leer mientras desayunaba lascríticas de los diferentes diarios madrileños sobre su maestro y casi siempre respondía, fuera favorable o no, de forma escueta y precisa: "La fiesta no se mide ni desde el callejón ni desde el tendido. Está en el justo pasillo que separa al toro del hombre".
Alfonso, ayudado de su bastón de bambú, regresa de su diario paseo al Arenal y enfila de nuevo el puente. Esta vez no se detiene ante el bronce de Belmonte, pero sí fija la mirada en su silueta, esplendorosa silueta, que hechiza la margen derecha del río, igual que lo hace en la de la izquierda Carmen La Cigarrera. El viejo banderillero eleva el bastón y lo sitúa en línea recta, dirigido a la madíbula del maestro. Hace una pequeña pausa en su lento caminar y sentencia: "Fue él. Era el 22 de septiembre de 1935, su última corrida en Las Ventas. Todavía se acuerdan algunos viejos de mi edad, de Madrid, claro está, de la gran faena del maestro".
Ya rebasando el Altozano, Alfonso, el viejo banderillero, se dispone a concluir su paseo. En las horas de su lento caminar siempre el recuerdo del maestro, siempre el silencio... Belmonte, dicen los que lo conocieron, era hombre de tal rigidez y pulcritud frente a la fiesta que jamás pudo admitir extralimitaciones. Cuando hablaba sentaba cátedra y todos atentos se limitaban a escucharle. Alfonso, desde entonces, permanece en silencio.
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