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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La soledad de Galtieri

EL CONFLICTO entre Estados Unidos y los Gobiernos latinoamericanos puede hacer caer, una vez más, a la Junta Militar argentina en el error de sentir próximo un apoyo que no va a llegar, probablemente, nunca. Y ese error es precisamente grave en un momento en que el Reino Unido arroja sobre Argentina la responsabilidad de detener la guerra abandonando las islas conquistadas o aceptar lo que puede ser una batalla enormemente sangrienta por la ciudad de Port Stanley (llamada ahora Puerto Argentino). Galtieri ha precisado bien, en su llamamiento a otros países, que lo que necesita no son voluntarios, sino tropas uniformadas y armadas; es decir, una ayuda capaz de comprometer en la batalla a los Gobiernos que la decidan. La reunión del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca redujo, sin embargo, la moción presentada por Argentina, solicitando el cumplimiento del pacto como nación agredida a la que deben prestar ayuda inmediata las demás firmantes, a una resolución que, si bien es condenatoria en su forma, no va más allá de la fórmula de dejar en libertad a cada Estado firmante para que ayude a Argentina "como lo juzgue apropiado". Es el mismo tipo de resolución que redujo la propuesta de sanciones de países de la OTAN a la URSS por el caso de Afganistán, y que no dio ningún resultado práctico.Será difícil que ningún país latinoamericano tome la iniciativa de la internacionalización del conflicto. El desafío abierto a Estados Unidos no entra en los cálculos, de la mayoría de los Gobiernos. Unos, porque se saben dependientes de Estados Unidos y mucho más ligados a ellos que lo que los tratados y pactos aparentemente igualitarios dejan ver; otros, los más radicales -Nicaragua, Cuba-, porque se saben vulnerables, y porque aún apoyando la causa argentina en el conflicto colonial se sienten probablemente incómodos en sus nuevas relaciones con la junta militar de Buenos Aires, repudiada y combatida por el mundo progresista. Y eso, pese a las especialmente buenas relaciones que la dictadura porteña ha mantenido de ordinario con la Unión Soviética y otros regímenes de socialismo real.

La idea de que Estados Unidos está perdiendo su imagen ante las naciones latinoamericanas, expresada frente a Haig por la embajadora de Estados Unidos en las Naciones Unidas, es más bien una ensoñación. La imagen de Estados Unidos está deteriorada desde hace muchos años, por no decir siglos, en esos países, que han sentido sobre sus riñones el peso del gran bastón del que habló -y utilizó- el primer presidente Roosevelt; los intentos posteriores de mejorar esa imagen no han funcionado. Reagan teme más lo que podría interpretarse como debilidad o indecisión a la hora de combatir un hecho de armas emergido en una república latinoamericana, aun siendo afin a su política global, que esa hipotética pérdida de imagen. Su realismo le ha hecho preferir siempre, o al menos declararse así, partidario de la elocuencia de la fuerza. No parece que haya tenido ninguna duda en este momento.

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No obstante la lesión abierta entre las naciones latinoamericanas y el conjunto Europa-Estados Unidos puede convertirse en ira colectiva y afán de venganza si se produce una derrota sangrienta en Argentina, y ello puede configurar una nueva situación en el continente. La movilización del poder y la oposición en Argentina, la de pueblos gobernados por distinto signo político, podría a la larga producir nuevas reflexiones políticas y nuevos populismos a la peruana; nuevos intentos de que el gran slogan de "América para los americanos" no signifique la hegemonía de Estados Unidos. Es posible que algunas de las oligarquías, o alguno de los grupos militares, que hoy gobiernan en tantos países del subcontinente, llegue a pensar que su solución personal vaya por esa vía. Por el momento, Reagan y Haig están muy seguros de sí mismos: no limitan la ayuda al Reino Unido y muestran que este nuevo gran bastón, compuesto ahora de largos y espantosos misiles, está haciendo una exhibición de lo que puede ocurrir en cualquier otro caso. Que podría ser el de El Salvador, el de Guatemala, o el de Nicaragua -y hasta el de Cuba- si se excedieran en lo que podría denominarse sus límites permitidos. Todo ello hace suponer que Galtieri está más solo de lo que pretende en su aventura del Atlántico Sur y que de su soledad sólo podría sacarle -lo que no es en absoluto probable, aunque entre, como todo, en el terreno de lo posible- un cambio de actitud de la Unión Soviética.

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