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Antonioni: perfil borroso de un resucitado

Después de cuatro lustros, Michelangelo Antonioni, ha vuelto a salir por la puerta grande en el Festival de Cannes. Son veintidós años los que han pasado desde que La aventura se llevó, en medio de alborotos, aplausos frenéticos, abucheos y caras perplejas, el Premio Especial del Jurado, entonces el de mayor significado cultural de este supermercado del cine europeo. Demasiado tiempo, o demasiado poco, según se mire. Desde 1960 a estos días, se han producido varias docenas de revoluciones cinematográficas. Es decir, ninguna. En el plazo, Antonioni se ha dejado casi la vida. Y se le recupera de la larga paliza, ya anciano.Provenía Antonioni, cuando se produjo el estallido de La aventura, de una especie de neorrealismo corregido y de estirpe literaria, que dio en sus manos tres buenos frutos: Las amigas, Crónica de un amor y El grito, película esta última que es, en ciertas peculiaridades arriesgadas del tempo del relato, la antesala de La aventura. La cadencia de La aventura, lenta, casi enfermiza, propia de un tiempo sin calidades, que devoraba a personajes y actos, resonó entre los hombres de cine europeos, bien como un chirrido, o bien como el hallazgo de un nuevo acorde. Y el filme les dividió en dos bandos irreconciliables de una batalla demasiado exagerada para ser, como fue, de salón. Para unos, Antonioni era un prototipo de revolucionario y para otros un impotente. Demasiada radicalidad.

En los años inmediatamente posteriores, Antonioni dio la razón a unos y a otros, con dos filmes en los que elevó su hallazgo a la plenitud -La noche- y lo redujo, acto seguido, a una mueca vacía: El desierto rojo. Y no volvió a salir ya del hundimiento de esta última película.

El exceso de polemismo que rodeó el nacimiento de la obra madura de Antonioni, aquella disparata división que creó entre quienes le consideraban poco menos que el mejor cineasta del mundo y quienes lo ponían en la nómina de los peores, se debe a circunstancias exteriores a su cine, como fue la bipolaridad entre los residuos del realismo italiano y el retorno al clasicismo norteamericano propuesto por la nouvelle vague francesa.

De ahí que su cine, como tal, fuese poco y mal conocido y su figura posterior, siendo ya un cineasta en decadencia, maltratada a causa de sus películas más flojas, como El reportero y Zabriskie Point, que enturbiaron el recuerdo de sus obras importantes. Sólo algunos destellos de su perdido vigor reaparecieron en Blow-up, su primera y única Palma de Oro en Cannes, en 1967. Después su figura se vuelve borrosa, se difumina y casi se pierde. De ahí que las noticias de Cannes, que nos traen de su nuevo triunfo, desempolven la imagen de un resucitado, esperemos que por méritos propios y no por caridad ajena.

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