El torero vestido de escayola
Estábamos todos, lleno hasta la bandera; la crema del taurinismo, la de la política y la de las letras; la afición pura y el público mixto; los del clavel y los del mono; la rubia estupenda del bajo del 4 estaba también, y en la andanada "Mister Europa", que es su negativo. Asimismo estaba. un torero vestido de escayola. Quienes no comparecieron fueron la autoridad y el toro.Se habrían ido al circo, donde quizá hacían mejor papel. El toro llegó al final, para pegarle una costalada al picador y tirar coces. También al final se hizo presente la autoridad, para enviar un aviso.
No todo lo que lleva cuernos es toro, como no todo el que se sienta en el palco es lo que la afición llama "la autoridad". Con cuernos hay muchos especímenes, que no merecen llamarse toros de lidia. Por ejemplo la mayoría de los atanasios de ayer. En el palco también se sientan muchos que no dan la talla; por ejemplo, el presidente González, que hizo el mayor de los ridículos cuando le regaló una oreja al torero vestido de escayola.
Plaza de Las Ventas
24 de mayo. Undécima corrida de la feria de San IsidroToros de Atanasio Fernández, bien presentados primero, segundo y sexto, y no el resto, protestados, flojos, menos el sexto, que derribó; primero noble y los demás aburridos. Antoñete: Media tendida y rueda de peones (vuelta con protestas). Dos pinchazos y estocada trasera atravesada (silencio). Niño de la Capea: Pinchazo y otro hondo (división y saludos). Estocada desprendida (oreja protestadísima). Pepín Jiménez: Pinchazo, otro hondo y dos descabellos (silencio). Dos pinchazos, media baja, / aviso / y descabello (división).
Al torero vestido de escayola le llaman El Niño de la Capea. Se la pone para torear. Cuando está delante del toro no hace lo que es normal entre los de su oficio, como adelantar la muleta (o el pico, si quieres), trazar el pase con el brazo suelto, etcetera. En lugar de tan lógico proceder, pone un pie en los medios y otro en el tercio; extiende los brazos en cruz y dobla para atrás el espinazo. De una mano le cuelga un palo; de la otra, rojo trapo. Es, en efecto, un señor escayolado y en tan incómoda postura pretende torear.
Así de tieso lo hizo ayer, igual que siempre, pues no va a cambiar a sus años. El frenético trapaceo que aplicó entre estirones al bucólico quinto de la tarde fue lo que en la jerga se llama pegarle rebanás a la burra. Los morenos se mostraban felices por ello, pero los aficionados trinaban, y en esas estábamos cuando, después del estoconazo, al funcionario del palco le dio por practicar la elegancia social del regalo y otorgó una oreja. Como era de esperar, la afición reaccionó con griterío y general indignación. Muchos se rasgaban las vestiduras y algunos se querían quemar a lo bonzo. Un día vamos a tener un disgusto.
El otro toro del escayolado, un precioso burraco de dócil condición por el pitón derecho, únicamente le valió para pegar más rebanás. Una voz surgió de los espacios siderales: "¡Sigues sin valer para dar la cara en Madrid!". En efecto, sigue; ésta y las demás figuras inventadas unos añitos atrás, las cuales han hecho cartel y millones a base de pegarle rebanás a la burra.
Vivimos otros tiempos, sin embargo, y atanasios como los de ayer no se toleran en Madrid ni tanto así. No exactamente por la fachada, que varios la tenían hermosa; aunque algunos, por ejemplo el tercero, nos recordaban al que perdió el rabo en lejana tarde de mayo y se lo encontró Palomo, por una gracia de aquel nefasto presidente llamado Pangua. Sí por su descastada condición, que los hacía comportarse igual que desmayadas ovejas.
Y el caso es que todo había empezado con los mejores auspicios. Fue cuando Antoñete salió a los medios, citó a mucha distancia y, aguantando la fuerte embestida, cuajó un estupendo ayudado por bajo. Luego toreó con reciedumbre y gusto al natural, que era el pitón bueno, mientras por el derecho se cuidó el cuerpo y sufrió desarmes. Los aromas toreros de la faena llenaban la plaza, pero los vientos de la mediocridad se los llevaron pronto. En el cuarto, cuya clamorosa borreguez protestaba el público, no se sintió inspirado el torero de Madrid. Y además, ¿para qué?.
Pepín Jiménez quedó inédito en el tercero, pues este atanasio estaba absolutamente inválido. Y sin duda por desquitarse, pretendió darle derechazos al sexto, como si fuera de carril. Posiblemente no entendió que se trataba de un manso violento, cuya única obsesión era escapar a su querencia. Estos chicos tienen que aprender a lidiar, pero a ver dónde. Porque su generación anterior va escayolada por la vida y la precedente no siempre se encuentra disponible. Más bien está para sopitas y buen vino.
Babelia
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