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La soledad de los toreros veteranos

Impresionan estos toreros veteranos, con más de medio siglo de vida a cuestas y derrochando toda la torería que les ha faltado y les falta a la mayor parte de las figuras de las últimas décadas. Son impresionantes en su dramática soledad con el toro, sin otra defensa que su técnica, poniendo corazón donde no puede haber fortaleza física.Muy pastueño tiene que ser el toro para que estos veteranos no den traspiés, para que no se les mude el color en, la angustia de cada embestida, porque se saben sin defensa, los reflejos no pueden responderles y si aquélla lleva vaivenes de muerte en el diamante de las astas, sólo el milagro del santo les podrá salvar del difícil trance. Por eso se disculpan sus inhibición es. Manolo Vázquez y Antoñete, a pesar de que las cuadrillas estaban pendientes del quite se sabían ayer solos y desasistidos frente a las embestidas de sus segundos toros, que sentían demasiado fuertes y no acaban de ver claras.

Plaza de Las Ventas

22 de mayo. Novena corrida de la feria de San Isidro.Toros de Celestino Cuadri muy bien presentados y cornalones; flojos, manejables; segundo, devuelto por inválido y sustituido por otro de la misma ganadería. Manolo Vázquez: pinchazo y estocada corta bajisima (bronca) Cinco pinchazos y cuatro descabellos (bronca). Antoñete. pinchazo, estocada atravesada que asoma y dos descabellos (vuelta con protestas). Pinchazo y bajonazo. (AIgunos pitos). Jorge Gutiérrez, que confirmó la alternativa: pinchazo y estocada delantera tendida (silencio). Pinchazo y estocada baja (vuelta).

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El espectador transeunte e indocto, a quien no gratifica tanto la calidad como el tesón, rechaza este tipo de toreros porque no les ofrecen garantía de espectáculo. Pero el aficionado los comprende y espera, mientras la fiesta los reclama, pues únicamente ellos pueden impartir ¡ese magisterio que ha estado vacarite durante tantos años, con la conocida consecuencia del toreo monótono y sin recursos que padecemos en la actualidad.

De esta manera el aficionado pudo paladear aquél trincherazo monumental de Manolo Vázquez que remató abajo junto a la pierna contraria, y los que instrumentó de Antoñete a dos manos, que llenaron de aroma torera la plaza; o un par de redondos del sevillano, eje cutados conexquisito temple, y los de Antoñete, bien cerrados con el de pecho, que estaban cargados de reciedumbre y hondura.

Por lo demás, ni uno ni otro re dondearon faena en el toro donde habian conseguido plasmar esas suertes. Manolo Vázquez, porque perdía tereno en los remates y no ligaba los pases; Antoñete, porque se dejaba tropezar la muleta cuando toreó al natural y abusó del pico en los redondos. Además mataron muy mal.

Lo de Manolo Vázquez tendría disculpa en Sevilla, donde sólo por los detalles le habrían tocado las palmas a rabiar, como lo de Antoñete la tuvo en Madrid, cuya afición incluso le permitió dar una vuelta al ruedo. Son partidismos comprensibles que en nada modifican los.méritos de ambos diestros. Toreros por naturaleza y con un limpio historial que les avala, merece la pena esperarles, porque en ellos están los secretos de la tauromaquia más excelsa.

La presentación de Jorge Gutiérrez fue decorosa. Constituyó una grata sorpresa su forma de torear, dentro de la más estricta ortodoxia, que no es habitual entre mexicanos (ni entre españoles, por cierto). Sacó el partido que tenía su primer toro, el cual tomaba sin codicia el engaño. Respondió a la casta del sexto con una faena bullidora y valentona, cuya emoción subió de punto cuando sufrió un serio revolcón, que no tuvo consecuencias. Hoy repite el mexicano y tendremos ocasión de comprobar a dónde llegan sus posibilidades.

La corrida de Cuadri, hermosísima, cornalona y astifina, salió muy corta de casta y además excesivamente blanda. El segundo, que fue rechazado, era un toro encampanado y valiente que buscaba pelea, y pues no hubo forma de devolverlo al corral, lo apuntilló Agapito desde la boca del burladero, con evidente riesgo. El veterano cachetero se creyó con derecho a dar la vuelta al ruedo por esta proeza, y recogió muchos aplausos, puros y flores. Seguramente hacía realidad el sueño de su vida.

Rafael Torres bregó con acertado sentido de lidiador y estuvo siempre pendiente del quite cuando su jefe, Manolo Vázquez, pasaba apuros. Lo mismo cabe decir de Curro de la Riva, con Antoñete. Los maestros tenían esta protección especial que, sin embargo, no paliaba su dramática soledad.

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