_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Esa guerra de locos

LA INSENSATA batalla del Atlántico Sur sigue su curso. La anunciada, y siempre demorada, invasión británica de las Malvinas ha comenzado. A los muertos del destructor Sheffield y del crucero General Belgrano, que descansan para siempre en el fondo de las heladas aguas cercanas al Antártico, les harán compañía, en el mar o en tierra insular, los combatientes de los dos ejércitos que pierdan la vida en los próximos días.La dictadura argentina aplicó, a comienzos de abril, la receta más elemental de la que puede disponer un gobierno autocrático en graves dificultades: exportar sus problemas interiores mediante la creación de una solidaridad nacional sin fisuras a costa de un enemigo exterior. Aunque el general Galtieri se revista ahora con la túnica de la paz y -simule asombro ante las acciones armadas británicas, es evidente que las hostilidades en el Atlántico Sur fueron rotas por parte argentina con la ocupación militar y por la fuerza de las Malvinas. El aventurerismo de esa invasión no puede quedar justificado por las razones que la Historia y el Derecho Internacional conceden a la Argeiüina para reivindicar la soberanía de las islas. El mismo Derecho Internacional condena el uso de la fuerza para solventar litigios. España, que mantiene un contencioso similar con Londres, viene agotando pacientemente, lo mismo con regímenes de dictadura que de democracia, las vías pacíficaas de negociación. Y es de tiempos del general Franco la frase de que Gibraltar no vale la vida de un solo soldado español. Las Malvinas no valen las de un solo soldado argentino. Pero habrá cientos de muertos y una crisis internacional profunda y preocupante por la aventura infame de un régimen militar dedicado de antaño a la tortura de sus ciudadanos y que se ha comportado más como una banda armada que como otra cosa.

La reacción del Gobierno presidido por Margaret Thatcher era una de las posibilidades que se ofrecían a la política exterior del Reino Unido pero, evidentemente, también era la peor. Los efectos de política interna que ha buscado la dictadura argentina para su insensata agresión pueden probablemente ser trasladados también a Gran Bretaña, dónde la irreal estampa de la Royal Navy combatiendo a unos lejanos enemigos para salvar el honor imperial no sólo es un siniestro homenaje nostálgíco a los tiempos de Rudyard Kipling sino que, mucho más prosaicamente, podría servir para devolver al partido conservador parte de los votos perdidos por una política económica fracasada. Cualquier interpretación que pretenda disculpar la intervención británica en nombre de altos y generosos ideales, entre los que se barajan la paz mundial, la contención de los países agresores y la defensa de los valores democráticos frente a las dictaduras, es inconvincente. No se halla tan lejano el recuerdo de la invasión de territorio egipcio por tropas británicas y,francesas, en 1956, para impedir la nacionalización del Canal de Suez, proteger los intereses de una compañía y tratar de derribar al régimen de Nasser. El gobierno de Londres ha tomado una opción de guerra y ha lanzado a susciudadanos a una estúpida carrera de orgullos nacionales y prestigios en juego. Para hacerlo no duda ni en aplicar presiones contra la prensa y los medios de comunicación responsables, ni en desafiar la unidad europea, ni en agitar las masas con una propaganda de la más fea especie.

Es cierto que las diferencias entre una dictadura y un sistema democrático se hacen también visibles en este conflicto en lo que se refiere a la posibilidad de los ciudadanos británicos para exigir información veraz o para oponerse a esta insensata guerra. Siguiendo una noble y honrosa tradición británica, en la que figuran nombres tan memorables como Bertrand Russell, en el Reino Unido se han alzado en el voces cualificadas para protestar de las acciones navales en el Atlántico y criticar la estrategia del Gobierno. Pero el gobierno de Margaret Thatcher se esfuerza por acallar las informaciones objetivas y las críticas de los disidentes y ha negado la entrada en el país a Pérez Esquivel, premio Nóbel de la Paz. En Argentina, por supuesto, la indiscutible solidaridad nacional para apoyar la invasión de las Malvinas y rechazar la contraofensiva británica queda reforzada por la unanimidad policial y propagandista de un régimen autoclático.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

En el horizonte del conflicto se dibujan consecuencias de tal envergadura que pueden cambiar la correlación de fuerzas mundial entre las superpotencias. El apoyo de Estados Unidos a Gran Bretaña ha hecho saltar por los aires la estrategia del panamericanismo, ha profundizado los sentimientos anti-norteamericanos en todo el continente y abre el camino para una de esas alianzas impías que la geopolítica planetaria engendra en su dinámica. Regímenes como el presidido hace unos años por el General Velasco Alvarado eñ el Perú, que enmascaran las dictaduras militares con la demagogia populista, la complicidad vergonzante de la izquierda y el respaldo diplomático, militar y económico de la Unión Soviética, podrían ser el imprevisto resultado de la decisión de Gran Bretaña de invadir las islas. Las perspectivas son demasiado sombrías una vez que los británicos han desplegado su contra-fensiva. Pero todavía queda la esperanza de que la razón y la paz terminen por imponerse a la irracionalidad y a la muerte.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_