Con Camarón fue una fiesta
La noche en que cantó Camarón, por primera vez el público casi a tope en el teatro Alcalá, de Madrid, aquello parecía una romería. Fue en el I Certamen Nacional de Flamenco, que terminó el pasado miércoles en Madrid. Camarón es el artista con más arrastre del panorama flamenco actual. Su cante es apasionado y despierta pasiones. Cantó a su aire, como de costumbre, de manera no siempre ortodoxa, pero tiene un eco gitano en su garganta, coloca de una manera el grito, que canta como le da la gana y todo lo convierte en flamenco.Cantar como Dios manda, con arreglo a los cánones y al compás más puros, el Boquerón. Ha sido uno de los mejores cantaores del Certamen Nacional de Flamenco, aunque su nombre figurara con letra pequeña en los carteles. Sensacional por soleares y buierías, acompañando el baile de los biencasaos y su hijo Joselito.
Manuela Carrasco es también una excelente bailaora, aunque se ve que lo tiene todo más estudiado y aprendido. Su arte se halla, pues, próximo al academicismo, lo que en flamenco siempre entraña un elemento distanciador. Cuando se olvida de medir, cada paso y cada gesto y cede al arrebato de lo jondo aquella frialdad desaparece.
El espectáculo terminó con una gran fiesta por bulerías, en la que intervinieron todos los artistas actuantes. Una espléndida muestra del arte festero gitano, en que público y actuantes estuvieron fundidos en una arrebatada ceremonia lúdica.
La siguiente noche nos trajo otra vez el cante grande de Menese, quien se halla en una etapa de plenitud. Cuando José se encuentra a gusto con el cante mueve éste, buscando nuevos acentos, enriqueciéndolo, para que la copla no se fosilice en versiones seriadas siempre iguales, como si de un disco se tratara. Menese sabe que el cantaor auténtico nunca se puede llevar la lección sabida y repetirla una y otra vez automáticamente. José peleó bravamente con el cante, queriendo sacarle la veta más jonda, y si en la granaína me pareció que no acababa de encontrarse a sí mismo, por soleares acertó con la belleza del compás implacable, para terminar con el ¡ay! seguiriyero mas estremecedor que le hemos oído.
Volvimos a oír a José Mercé, otro gran cantaor cuyo nombre apenas se distinguía en los cartales. Afronta el cante con seriedad y responsabilidad, y los estilos gitanos -la siguiriya, las bulerías- los interpreta con arreglo a cánones de pureza aprendidos en la sangre de una dinastía que se remonta casi a los orígenes.
La noche última volvió Camarón, para cantar prácticamente lo mismo, siendo abroncado al final por muchos de sus seguidores, a quienes defraudó por la brevedad de su intervención. "Otro Curro", decían algunos a la salida. Ya saben, se referían a ese famoso torero de Sevilla.
Lola Flores, que estaba anunciada, se cayó del cartel; por enfermedad, según el aviso fijado a la entrada; por el tamaño tipográfico de su nombre en los anuncios, según otra información que nos llegó. La sustituyeron una familia Fernández de la que no quiero acordarme, y una bailaora llamada Tati que demostró gracia y saber, aunque con los consabidos excesos, no siempre de buen gusto.
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