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Honor y patriotismo

Todo el frágil edificio de exculpaciones, medias verdades, incoherencias y rencores construido trabajosamente por los encartados por el fallido golpe de Estado del 23 de febrero parece reposar exclusivamente sobre dos columnas: la patria y el honor. Pero estas columnas más bien han sido utilizadas como tendedero de ropas de dudosa limpieza que como soporte de ningún "Plus Ultra". Invocadas sin descanso tan nobles palabras por reos, abogados, codefensores y coro, han acabado configurando un universo exclusivo y excluyente al mismo tiempo. Ya no se sabe si en ese famoso gueto en el que se recluye la clase militar los muros son erigidos por los que están dentro o por los que están fuera, pero en uno u otro caso, las concepciones del honor y del patriotismo de las que se hace gala en Campamento no contribuyen, precisamente, a tender puentes entre ambos mundos. Acaba uno por no darse cuenta exacta si es que el cerrado mundo de la milicia ha distorsionado tales conceptos o es que nosotros, los civiles, estamos realmente desprovistos de ambos o sólo se nos concede participar de tan elitistas sentimientos cuando graves circunstancias, como puede ser una guerra, nos conceden el privilegio de morir por ellos.Parece como si en este país sólo amaran a España los militares y los de la ultraderecha. El pueblo, quizá porque trabaja y calla, no reclama esta bandera del patriotismo y deja que la enarbolen a diestra y siniestra sus voceros oficiales; pero cada vez que la arena del foro se ha convertido en palestra y las voces han tenido que ser sustituidas por acciones, ha sido el pueblo el que ha rescatado esta bandera. Ya lo decía Antonio Machado: "En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre".

Todos los monopolios son odiosos, pero el que hace la clase militar con el amor a España es, además, peligroso. Podría llegar un momento en que el pueblo, dejando el patriotismo exclusivamente en manos de los que tan excluyentemente lo reivindican, renunciara también a su defensa como cosa que ya no le concerniere.

El concepto del patriotismo es un acervo común y general de vivencias, ideas y sentimientos, en absoluto usufructuables por ninguna clase, partido o estamento social. No creo que haya una mejor definición del patriota que la que acaba de expresar el general Sáenz de Santamaría. "El servicio a la patria", ha dicho, "no es privilegio exclusivo de las Fuerzas Armadas; por tanto, patriotas son todos aquellos que se aplican a la tarea de engrandecer a la comunidad desde el puesto de su trabajo diario".

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Y es que los que tan profusa y repetidamente están hablando de patriotismo no saben, o no quieren, deslindar el campo del que es aceptado de forma general y objetivo del que es expresión meramente de un patriotismo particular. Porque cuando el letrado defensor del teniente coronel Tejero se permite manifestar entusiásticamente al tribunal su admiración por el valor y amor a la patria de: su defendido, sólo se está refiriendo al concepto particular de patria que tiene el señor Tejero, concepto que no se ha recatado en poner de manifiesto en diversas ocasiones. No un rey constitucional, sino un caudillo; democracia, pero orgánica; Iglesia, sí, pero anti y anteconciliar, y centralismo en vez de autonomías. En esencia, un concepto de patria limitado y peculiar, que no es el de la mayoría de los españoles y que no ha podido dar, por tanto, sino un solo diputado en unas Cortes de 350. Ser militar y propiciar un golpe de Estado para dar paso a un régimen militarista vio parece ser el colmo del altruismo. Al menos, los de Portugal, siendo solamente parteros de una democracia, demostraron un amor a su patria menos ligado a las propias conveniencias corporativas. Indudablemente, ama mucho más a su patria el militar -o el paisano- que no siendo monárquico ni entusiasta de la democracia parlamentaria acata la voluntad de su rey y defiende la legalidad política que el pueblo se ha dado a sí mismo.

Respecto al honor, ese otro leitmotiv de los encartados en el juicio, no se comprende cómo puede ser repetidamente invocado como un sentimiento corporativo o de clase. No hay honor médico o judicial, ni siquiera civil; sólo hay un honor como cualidad del ser humano -"patrimonio del alma" le llamaba Calderón por boca del alcalde de Zalamea-. Pero ya que la clase militar se empeña en encerrar este noble sentimiento en los cuartos de banderas, hemos de suponer que la máxima expresión del honor militar sería el acendrado cumplimiento de los propios deberes, y éstos no es preciso explicarlos, pues están suficientemente comentados en las ordenanzas militares y en la Constitución. Secuestrar -o "retener", según delicioso eufemismo legal- a la máxima representación política de un pueblo, invocar en falso el nombre del Rey, quebrantar juramentos de fidelidad, arrastrar a los subordinados a aventuras militares o diluir las propias responsabilidades buscando una general culpabilidad no parecen cosas muy compatibles con el auténtico concepto del honor.

En la despedida que oficiales y tropas hicieron al general Quintana Lacaci, que fue fiel al Rey y a la democracia, le dijeron: "Puedes marcharte tranquilo y orgulloso. Nadie podrá reprocharte ninguna de las decisiones que tomaste, ya que siempre has cumplido con tu deber". Comparando esto con lo que se trasluce de la maraña dialéctica de Campamento hay que llegar a la conclusión de que o hay dos tipos de honor en la milicia o uno de ellos, evidentemente, es falso.

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