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Otra campaña contra la fiesta

Por extraña coincidencia, mientras la ONU (la de los animales) se pronuncia contra la fiesta de toros, la va a someter a juicio, hace alegatos y escribe al Papa, el Ministerio del Interior español aprueba una orden ministerial en la que regula los festejos populares y autoriza la asistencia de los niños a los espectáculos taurinos.Tan antigua como la fiesta misma es la campaña contra su existencia, la cual se apoya en argumentos de todo tipo. Por lo común, esos argumentos desorbitan la realidad de las corridas (quiérese decir, lo que en ellas sucede), y es lógico que así sea pues quienes los esgrimen las desconocen. Es cierto que en la lidia el toro sufre heridas y finalmente muere a estoque, mientras es falso que el público acuda a las plazas a disfrutar con el sufrimiento del animal, como acusan los detractores.

Nuevamente habría que llenar folios con estas explicaciones pero conviene dejar sentado que durante los veinte minutos que, aproximadamente, dura una lidia, las acciones cruentas son mínimas y el propio público se enfurece si sobrepasan el castigo que se estima debe infrigirse al toro para atemperar su pujanza.

Se podría torear hoy sin la utilización de puyas, pero no mañana, pues la reacción al castigo es lo que gradúa la bravura del toro, y sobre la misma se hace su selección y crianza. Así es, y además a muchos les gusta el espectáculo de la corrida. A otros muchos no les gusta y se abstienen.

Quizá haya también unos "derechos del toro", como propugna la ONU de los animales. Y de los terneros, los patos, los perros, los gatos, los pájaros, los conejos, los salmones, a quienes nadie ha preguntado si les gusta que los ceben para convertirlos en filetes, los enfermen el hígado para hacerlos foie-gras, los corran a tiros, los pesquen con anzuelo y los metan en una jaula para pasarse allí la vida.

Es una generosa actitud defender a los seres irracionales, pero interpretar sus instintos de libertad, definir la magnitud de su dolor, creer que tienen escalas de valores y éstas son paralelas a las de los seres humanos, quizá sea una pueril jactancia. Pues contemplamos todo ello desde los supuestos de una civilización hecha de amor y de odio, de genio creador y de destrucción, la cual, en su imperfección, dista mucho de ser el mundo feliz que sueña la mente hum ana. No sabemos qué quiere el hombre ¿y vamos a saber lo que quiere el toro?.

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