Murcia y Cartagena
Me dirijo a usted, no tanto por contestar a un agravio colectivo como por esgrimir razones cínicas contra el despilfarro de algunas ideas. Ha salido en su diario (28 de abril de 1982) una especie de corto libelo contra los murcianos en forma de breve carta, si bien podría decirse que las diferencias entre aquella extraña misiva y la extrañeza de quienes la hemos leído y hemos decidido responderla es un límite que tiende hacia el infinito.Para un cartagenero, poco o nada murciano como el señor Porras, la cuestión de las banderas parece un aldabonazo de la justicia histórica, un resplandor de ese sentimiento antimurciano que cunde por las calles y las pintadas de esa Cartagena varias veces milenaria: ¿Dónde está la obviedad de esos hurtos de Murcia a Cartagena?, ¿qué desastre sentimental habrá herido la sensibilidad mediterránea y solidaria de este ciudadano? Cada vez que saltamos a los periódicos nacionales ha de ser para explicar y replicar a ordinarieces como esta. O para llenar la página de sucesos. Lejos queda -después de estos manifiestos despilfarrados con escasez de ideas- la ambición humana para llegar más allá de los patronímicos y gentilicios. El ciudadano obseso -padre de las pequeñas ideas dentro de las tierras grandesdebe cuidarse de la calle y las pintadas -¿cuántas no le serán pro pias?-, no sea que otros menos insensatos le azucen los canes de la indiferencia./
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