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Un 'watergate' caribeño cierra la campaña electoral dominicana.

La campaña electoral dominicana se cerró ayer con un saldo final de siete muertos, muy por debajo de las anteriores, y un buen número de querellas por difamación y calumnias, síntoma del tono cafiente de la propaganda. Para que no faltase ningún ingrediente, la última semana estuvo dominada por un Watergate al revés: un equipo encabézado por el odontólogo Frank Cabral escuchaba las conversaciones telefónicas del presidente Antonio Guzmán y los candidatos Joaquín Balaguer y Juan Bosch.

Una denuncia de este último de que su teléfono estaba intervenido, permitió a la policía descubrir una red de escucha que llegaba hasta el presidente.La denucia apuntaba directamente al corazón del socialdemócrata Partido Revolucionario Dominicano (PRD), que de esta forma podía controlar a sus más cualificados oponentes electorales y a un hombre como Guzmán, que llegó a las esferas del poder bajo las siglas del PRD, pero que ha gobernado cuatro años al margen del partido.

Se dice incluso que el actual presidente sería un hombre feliz si su partido perdiera las elecciones mañana, para no verse obligado a traspasar la banda presidencial a un hombre como Salvador Jorge Blanco, al que odia profundamente.

Pero la rocambolesca personalidad de Frank Cabral abre múltiples opciones, incluída la posibilidad de que se trate de una operación para desprestigiar al PRD en la recta final de la campaña. A este respecto, resulta sintomático que Cabral sea uno delos dos implicados que se encuentran en paradero desconocido, sin que haya podido ser localizado por la policía, y que ya en el pasado se le mencionase en una historia de espionaje durante el mandato presidencial de Balaguer.

Este Watergate caribeño se ha mezclado con toda suerte de denuncias sobre presuntos fraudes anticipados, rumores de golpe militar si no gana la derecha acaudillada por Joaquín Balaguer y acusaciones cruzadas de corrupción.

Todo ello revela una congénita debilidad de la democracia dominicana, que en sus dieciséis años de funcionamiento no se ha quitado de encima la bota militar ni ha sido capaz de eliminar la corrupción administrativa, tema que, junto al desempleo y la inflación, ocupa uno de los lugares más altos en las preocupaciones de los dominicanos.

El país se encuentra sumido en una profunda crisis económica, que se traduce en índices de desempleo entre los más altos del mundo. De una población teóricamente activa de 1,6 millones de dominicanos, sólo 400.000 tienen empleo fijo, otros 600.000 malviven de trabajos esporádicos y 600.000 más no tienen ningún ingreso.

El dólar, que oficialmente se cotiza a la par que el peso dominicano, alcanza en el mercado paralelo una revaluación del 40%. La falta de divisas se refleja en una drástica reducción de importaciones y en la permanente necesidad de salir a los mercados internacionales del dinero en busca de nuevos créditos.

En estas circunstancias, el candidato derechista Joaquín Balaguer, que busca mañana su cuarto mandato presidencial, ha hecho del hambre -de los dominicanos uno de los lemas de su campaña.

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