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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El agua, el bosque y la democracia

Fue cosa misteriosa el líquido elemento hasta que Cavendish, el sabio rico -por excepción-, descubrió el aire inflamable, pues este fue el primer nombre que recibió el hidrógeno. Mucho antes, Paracelso lo había intuido, y Boyle confundido con el propio aire. El asunto quedó definítivamente zanjado cuando el. gran Lavoisier escribió: "...El agua no es en absoluto un elemento simple, sino que está compuesto de aire inflamable y aire vital", dejando definitivamente establecido que el agua no era un elemento simple sino un compuesto. Sin embargo, no fue preciso esperar a dilucidar su verdadera naturaleza para saber lo imprescindible que era para la vida como proceso. Así, Bacon había informado de la obtención de agua siempre que se destilase cualquier substancia orgánica. Hoy sabemos que no sólo necesitan agua los organismos, sino que son fundamentalmente: agua. No obstante, el común de las gentes identifican las apetencias de agua sobre todo con las necesidades premiosas de las plantas, intuyendo unas estrechas relaciones que discurren en ambos sentidos.Para pasar al segundo elemento del binomio, el bosque, permítaseme recurrir a prosas más líricas que la mía: "Rigen la lluvia y ordenan la distribución del agua llovida, la acción de los vientos, el calor, la composición del aire. Reducen y fijan el carbono, con que los animales envenenan en daño propio la atmósfera y restituyen a ésta el oxígeno que aquellos han quemado en el hogar de sus pulmones; quitan agua a los torrentes y a las inundaciones y la dan a los manantiales; distraen la fuerza de los huracanes y la distribuyen en brisas refrescantes; arrebatan parte del calor al ardiente estío y templan con él la crudeza del invierno; mitigan el furor violento de las lluvias torrenciales y asoladoras y multiplican los días de lluvia dulce y frecuente". Este encaptador lenguaje decimonónico pertenece a Joaquín Costa que, naturalmente, nos está hablando de los beneficiosos y atemperantes efectos de los bosques y, salvando las distancias de estilo, estos párrafos espulgados del Arbolado y la patria, los podría suscribir hoy cualquier ecólogio moderno que aluda tanto al árbol como al ciclo hidrológico y su regulación, o que pretenda ejemplificar el peculiar fenómeno de la reacción biológica con los bosques. Porque el árbol, al igual que los hombres, no se conforma con adaptarse a las condiciones ecológicas que se le imponen, sino que es, en cierta medida y entre ciertos límites, artífice de su propio ambiente.

El bosque no se cultiva

Pero el mundo del agua y de los bosques desconoce la caridad distributiva y, a semejanza del cruel aforismo financiero de "dinero llama a dinero", el agua huye de aquellos lugares donde no crecen ni herbáceas y, por el contrario, acude puntual a los arbolados, de forma que los bosques atraen y "disuelven" las nubes. Halier decía que "se pueden considerar a los árboles como los sifones intermedios entre las nubes y la tierra: sus atractivas copas llaman de lejos a las aguas vagabundas de la atmósfera". Y ahora voces gremiales claman que España se desertiza. Pero, ¿qué fue antes, la gallina o el huevo? ¿Cuál ha sido el orden causal de este proceso? ¿Hemos eliminado nuestros bosques y ahora carecemos de reclamos para las nubes o éstas nos han dejado caprichosamente de lado y por ello los bosques retroceden? El proceso histórico, suficientemente documentado en estos aspectos, parece dejar bien claro que ha ocurrido lo primero.

Éstas voces mecanicistas, pero no ingenuas, reclaman presupuestos y, lo que es más importante, territorios para repoblar y así, dicen, luchar contra la terrible desertización. ¿Acaso habrán interpretado demasiado lineabnente las tesis de Haller, de los árboles como intermediarios entre el cielo y nosotros? Porque hay que afirmar vigorosamente algo que puede sorprender al público: repoblar es cultivar árboles, pero jamás crear bosques. De hecho, el hombre áún no sabe hacerlo y como mucho, puede, en. raras ocasiones, por desgracia, administrar los que ya existen sabiamente. De modo que ecológicamente, una repoblación de pinos se parece más a cualquier otro cultivo monoespecífico a un trigal, por ejemplo, que a un verdadero bosque de coníferas como el de Valsain.

Estas superficies dedicadas masivamente a la producción de celulosa, esos pinares del País Vasco o esos horrendos eucaliptales onubenses tienen poco que ver con la fraga que nos decribe Fernández Flores en "el bosque animado como un supraorganismo bullente de vida".

Juan de Villanueva, al que se ha conmemorado recientemente, realizó por encargo del ilustrado Carlos III las instalaciones del Real Jardín Botánico. Era un excelente arquitecto, pero un pésimo ecólogo y un despistado horticultor, y así orientó el bello invernadero -quizá abstraido por espacios y destribución de volúmenes- nada menos que al Oeste. Los botánicos de entonces comentaron chistosos, que más que una estufa fría podía ser considerada gélida, instalación con la que no contaba ninguna institución de la época. Hoy, los científicos responsables del centro piensan en la posibilidad de subanar este error de orientación mediante la instalación de aparatos de calefacción. Pero otros errores ecológicos no son tan fácilmente soslayables: la sustitución de nuestras encinas, alcomoques, robles, castaños y hayas por pinos foráneos o eucaliptos de las antípodas provoca desajustes climáti.cos probados que no pueden corregirse instalando un humectador al lado de cada invasor. Es mejor orientar correctamente nuestra política forestal; para empezar aprovechemos este Día Forestal Mundial para diluirlo, menos coyunturalmente, en año forestal, en lustro y en decenio -que estas cosas requieren tiempo- y propongámonos los ciudadanos oponemos a las voces demagógicas de los repobladores ya que es una de las formas de reivindicar el bosque. Escribo con ningún ánimo revanchista, pero con la sana intención de contribuir a que la gestión forestal deje de ser una conspiración contra el público para convertirse en un servicio público.

Fernando Parra es profesor y técnico superior de la Administración Espacial.

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