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Cuando salió el toro tuvo verdadera categoría la feria de Sevilla

La feria de Sevilla estuvo planteada bajo el ensueño del arte, pero los diestros artistas apenas dieron su medida. Y el ciclo taurino transcurrió en tono mediocre, muchas veces rebasando los límites del aburrimiento, hasta que apareció el toro. Sólo el toro íntegro, de trapío, astifino y encastado le dio categoría.

La corrida de Miura, de una emoción creciente, fue inolvidable. La de Pablo Romero, aun con la mansedumbre declarada de la mayor pase de los astados, poseyó gran interés. La bravura de los Guardiola produjo una gratísima clausura del abono. Los Bohórquez dieron juego y matizaron de seriedad uno de los festejos donde se había convocado a los duendes (que, por cierto, no comparecieron). Lo de Manolo González, desigual, pero encastado, tenía un pasar.El resto fue lamentable en líneas generales. La corrida de Sánchez Dalp llegó demasiado preparadita para lucimiento de los artistas. La del marqués de Domecq, bochornosamente escobillada y roma, además de descastada. La de Jandilla, chica y facilona. La de Samuel Flores, para carne. La de Torrestrella, borrega. La de Osborne, peor.

Los triunfadores de la feria, por el número de trofeos obtenidos, por su arrolladora voluntad de agradar y porque les correspondieron toros de gran nobleza, fueron Espartaco y José Antonio Campuzano. Con los duros Pablo Romero, Manili, Pepe Luis Vargas y Ruiz Miguel, este último también con miuras peligrosos, dieron la nota de valor, pundonor y emotividad.

Los momentos de mayor torería, estuvieron a cargo de Manolo Vázquez, en su primera tarde. Armó un alboroto toreando a la verónica, en un escalofriante quite por chicuelinas, en unos redondos extraordinarios, con cite de frente, naturalidad, temple y perfecta ligazón. Y destacó la sobriedad y eficacia en su faceta de director de lidia, la impecable colocación en él ruedo. Como contrapartida, en su segunda actuación se desconfió y con la espada ejecutó algunos de los más horrorosos mandobles que se hayan visto en la feria.

El currismo está tocado

Otros mandobles, traicioneros, a toro-pasao y en los ijares, salieron de la pecadora mano de Curro Romero para que no le echaran al corral un Bohórquez de respeto, que estaba avisado, seguramente porque el propio torero se encargó de avisarle. Curro fue la inhibición hasta el último día en su último toro (el décimo), el cual tenía trapío, pero era muy flojo y extraordinariamente pastueño. El faraón de Camas lo veroniqueó despacioso, embraguetado, cargando la suerte, y en la faena de muleta, iniciada con ayudados por alto de exquisita factura, tuvo. Momentos cumbre cuando interpretó el toreo en redondo.

Sin embargo, no se le entregó la Maestranza. Por mitad le aclamó, por mitad protestó la oreja que le concedieron. El currismo no muere, ni quizá muera nunca, pero está muy tocado con tanto fracaso y tanto desaire del ídolo. Los propios curristas, en los nueve toros que renunció a torear, se solazaban mortificando a quien les daba achares. La última tarde del astro, éste se llevó un broncazo más en su primer toro (el noveno). En el siguiente (que correspondía a Emilio Muñoz) ocupaba su sitio en el ruedo durante el tercio de varas y uno del tendido le llamaba: "¡Curro, mi arma!". Un silencio. Y otra vez: "¡Curro, mi arma!". Seguía el silencio. Y de nuevo: "¡Curro, mi arma!". Curro tensó el gesto, giró un poco la cabeza para prestar atención. Y entonces le gritó el del tendido: "¡Curro, mi arma, que te vayas de ahí, que no me dejas ver!".

Antoñete únicamente pudo mostrar detalles en sus dos actuaciones, los cuales impresionaron vivamente a la afición sevillana.

De seis toros, todos ellos manejables, Manolo Cortés sólo aprovechó uno -el Miura pastueño-, al que muleteó primorosamente sobre la derecha a lo largo de una faena que remató mal. Paula dio unas verónicas de lujo y luego no existió. Manzanares continuó en la línea de mediocridad que le caracteriza. Tomás Campuzano estuvo por encima del descastado género que le pusieron delante. A un aparatoso producto de Samuel Flores se le ocurrió tirar un gañafón y asustó a Paquirri. Pepe Luis Vázquez exhibié casta y torería con los Bohórquez, y ambas virtudes las volvió a esconder con los Torrestrella. Emilio Muñoz, valiente y con ganas de triunfar, está donde estaba.

Mario Triana y Andrés Vázquez sufrieron comadas de pronóstico reservado. A Víctor Mendes le empitonó un Miura como para destrozarlo, pero pudo recuperarse de la conmoción y volvió ,al ruedo para brillar en banderillas y porfiar pundonorosamente a un manso de Núñez. Galloso y Macandro siguen perdiendo el tren. Antonio Ramón Jiménez, Curro Durán y Valentín Luján dijeron muy poco frente a una novillada con problemas.

Conclusiones

Del importante serial pueden obtenerse conclusiones de cierto fuste. Las principales. giran alrededor del toro y su problema. Una vez más se ha demostrado que con el toro hay gran espectáculo (referencias inmediatas, las corridas de Miura, Guardiola y Pablo Romero), y sin él, un aburrimiento, un sopor, una alferecía. Cada festejo sin toro expulsa de la plaza a miles de aficionados. Ciertas ganaderías -entre ellas, varias de las que se han visto en Sevilla- no deberían anunciarse en festejos de altos vuelos, aunque los taurinos las denominen "de garantía", pues su garantía real es que pueden provocar conflictos de orden público. La empresa de Las Ventas, por ejemplo, debería saber que su clientela no admite el toro descastado ni el que se cae, y estos antecedentes son los que tienen determinadas divisas que ya figuran en los carteles de San Isidro, algunas de las cuales han fracasado estrepitosamente en Sevilla.

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