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La muestra de los 'veinte años de trabajo' de Mayakovski, preparada por el poeta antes del suicidio, recorre Europa

Vicente Molina Foix

Un fantasma recorre Europa esta primavera, resucitando a otro. VIadimir Mayakovski, antes de dispararse el tiro de gracia, en abril de 1930 ("no es este el modo, no lo recomiendo a nadie, pero para mí es el único", había estado preparando durante muchos meses una antológica de sí mismo, Veinte años de trabajo, que fue algo así como su pliego de descargo a la posteridad. La exposición se vio en vida del poeta en Leningrado y Moscú, y, al clausurarse, Mayakovski quiso preservarla como un acta o como el florilegio de su obra, legando todo el material recopilado al Museo Literario del Estado, que, en 1973, coincidiendo con el 802 aniversario del nacimiento del artista, la remontó de forma permanente en sus locales de Moscú.

Después de haberse visto en Alemania, Italia, Francia y Portugal, está ahora en Oxford (en su Museo de Arte Moderno), y sigue en Inglaterra hasta finales de agosto. Es excepcional, y fácil de transportar, de exhibir, de entender; la muestra se podría traer a España, donde muy poca gente festejó o lloró el cincuentenario de la muerte de esta sombra gigante del siglo XX."El fin de esta exposición", confesó Mayakovski en 1930, "es mostrar que el escritor-revolucionario no está alienado como alguien cuyos versos, después de escritos, son depositados en una teja, para allí coger polvo; el escritor-revolucionario participa en la vida corriente y cotidiana y en la construcción del socialismo". Mayakovski- siempre estuvo obsesionado por hacer comprender el carácter no-sacerdotal, ni milagroso, ni sublime, del acto creativo. "Esta exposición no es un jubileo, es la rendición de cuentas de mi obra", enunciaba el poeta en su primer catálogo, y se subraya en él, en los trabajos gráficos mostrados y, desde luego, en una gran parte de su obra poética, el carácter de tarea o industria, de esfuerzo extrovertido, que define al escritor comprometido. El poeta es un obrero, como rezaba el título de uno de sus poemas más significativos: "Soy una fábrica/ y si las chimeneas / me faltan / quizá, / sin chimeneas / se requiere aún más valor. / Pulimos los cerebros con una lengua áspera. / Ante el caudal de las palabras levantemos un dique".

Revivir una vida

Con paneles, carteles, gallardetes y fotos, dibujos y revistas, la exposición posee la rara cualidad de saber evocar y hasta revivir una vida y un tiempo. Descubrimos primero las asociaciones más juveniles de Mayakovski con la aparatosa banda futurista, sus prodigiosos libros, diseñados a menudo por él, las fotos que retratan aquellas grandes fiestas del Sentido y los cinco sentidos que, debieron ser los montajes de sus piezas La chinche y La casa de baños.Vienen después los cartelones, los guiones de cine que él interpretara, los anuncios publicitarios del Estado y los leves sermones pictóricos que, a medida que la revolución se extendía, el poeta quiso realizar, contribuyendo a esa causa en la que él creía, pero no le creyó. Mayakovski removió a las masas con aquel vozarrón carismático que, según Diego Rivera recordó en sus memorias, era hasta capaz de acallar una trifulca de mexicanos ebrios. Persiste el espectro de actividades interconectadas, convulsivas que fueron para él el cordial de la revolución. "Recordad que hicimos nuestro trabajo sin pinturas, sin papel, sin tradición artística, a diecinueve grados bajo cero y entre el vapor de las estufas". Ni humillación ni culpa sentía Mayakovski al componer un anuncio de gomas, de margarina, aceites, o llevando de una ciudad a otra sus carteles de Rosta (el servicio telegráfico ruso), que eran una forma de comunicación rápida.

Mayakovski no era un tonto, aunque fuese entusiasta. Quiso contribuir a una tarea comunal y moral, pero "he conseguido, de hecho, contrariar a la gente. Básicamente, lo que intento es burlarme y renegar de todo lo que me parece falso". La carga alusiva y sincrética sigue dando hoy a esos restos de un glorioso naufragio el valor de gran arte. Aconsejaba producir poesía sin disminuir la calidad del verso. "Cuando alguien se encuentra uno de mis poemas, lo toma entre sus manos y lo lee de cabo a rabo cinco veces, debería decir: aunque es difícil de entender, mi espíritu y mi imaginación se han enriquecido al comprenderlo, y mi voluntad de lucha en favor del socialismo ha quedado galvanizada". El poeta clausuró el incidente de su vida antes de que llegaran tiempos aún peores. El gran Rodchenko, Meyerhold y muchos otros amigos y colaboradores serían silenciados, y el congreso de la Unión de Escritores y Artistas de 1934 sentó las bases de un arte realista unívoco y aguado que no era el arte conflictivo que Mayakovski había soñado. Los que siguieron el cadáver del escritor el 17 de abril de 1930 presentían que aquel era el entierro del último romántico y el funeral de una utopía.

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