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Comienzan los testimonios de los arrepentidos del 'caso Moro'

Juan Arias

El proceso por el secuestro y asesinato de Aldo Moro, líder de la Democracia Cristiana italiana, ha entrado en una fase muy delicada. Los magistrados han comenzado a escuchar el testimonio de los llamados terroristas arrepentidos.El primero en hacerlo es Antonio Savasta, de veintisiete años, hijo de un alto jefe de la policía. Savasta fue el carcelero del general Dozier, liberado por la policía italiana.

En la Prensa se le denomina el super-arrepentido, el super-católico y el super-drogadicto. Pero probablemente no es ninguna de las tres cosas. Ciertamente, no es un drogadicto.

Fue de origen católico, como casi todos los líderes históricos de las Brigadas Rojas, pero hoy es un convencido no creyente Y ayer ha recusado el apelativo de arrepentido durante sus cuarenta y ocho horas de alegación.

Se ha calificado a sí mismo de colaborador con la justicia. "Me he convencido de que no es posible formar un partido armado capaz de dirigir a las masas y de incidir en la realidad social italiana. Ahora estoy seguro de que era falso el pronóstico de las Brigadas Rojas según el cual el proletariado está en contra del Estado, bastará darle un empujón para que triunfe la revolución.

Savasta se ha disociado de sus viejos compañeros de metralleta, pero no los condena.

Las Brigadas Rojas son sólo la expresión de las graves contradicciones política de la sociedad. "Los brigadistas", dijo, "no son asesinos a sueldo, sino hombres que luchan por una sociedad distinta".

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De este modo justifica los diecisiete asesinatos que se le imputan. Cada uno de los asesinatos mereció una muesca en la culata de su pistola.

En el momento en que Savasta terminó su confesión sobre el caso Moro se produjo un instante de pánico, al escucharse en la sala de la audiencia tina fuerte explosión. Savasta no se movió de su silla, escoltado por dos carabineros en pie. El estallido de una lámpara fue el culpable del susto.

La colaboración que Savasta prestó a la policía sirvió para llevar a más de cien de sus ex compañeros a la cárcel. Ayer preguntó si podía seguir dando nuevos nombres y el resto de los encausados abandonaron la sala gritándole "traidor" e "infame".

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