Los defensores militares atacan
Jornada de desastre político en Campamento. Los defensores militares -esa figura contestada a su tiempo por Pedrol Rius- han comenzado a repartir sus panfletos y a repartir teórica política. El primer horrorizado intelectualmente será el teniente coronel Valenciano, jefe de la Relatoría del Ejército, relator de esta causa, responsable áulico de la introducción en la legislación española de la figura del defensor militar. En su ánimo estaba la traslación de la figura del asesor militar del defensor, contemplada en la legislación estadounidense, hasta nuestros lares. La traslación ha sido demasiado literal y nos hallamos ante defensores militares carentes de formación jurídica y entrando en la causa como caballos en cacharrería.Y así, entre bromas sobre los proboscídeos bitrómpidos, ayer fue menester escuchar lo que no está escrito, por boca de los tenientes generales Cabeza Calahorra y Díez de Mendívil, defensores militares de Milans del Bosch e Ibáñez Inglés. Entre ambos -el primero abrió la sesión por la mañana y el segundo cerró el turno de defensas de estos dos implicados-, el abogado y coronel de Ingenieros Escandell -que consiguió la absolución del general Atarés, tras el incidente de éste con Gutiérrez Mellado- nos sirvió una lección no precisamente magistral de filosofí del Derecho, abstrusa, profusa, confusa y difusa, que noqueó mentalmente a una Sala que se vaciaba por momentos. Por supuesto que para pedir la absolución de sus patrocinados.
Contra pronóstico, tomó la palabra en la mañana el teniente general Cabeza Calahorra (el presidente interino dejó en libertad a las defensas para organizar sus intervenciones a su necesidad). Lento, solemne, con su intervención escrita pero improvisando a veces, se extendió en un alegato francamente justificativo del golpe de febrero, sin la menor conexión jurídica con los problemas legales de su patrocinado y confeccionado tras aprovechadas lecturas del pensamiento francés de la escuela de Charles Maurras. Ortega, Unamuno, Tarancón, Tarradellas, Sánchez Albornoz, Castelar, Platón, Max Scheller, el Cid, Voltaire, Arzallus, Heribert Barrera, Gracián y hasta Dios -"que escribe derecho con renglones torcidos", por el golpe de febrero- fueron traídos por los pelos hasta la Sala de Campamento como escombrera sobre la que cimentar la figura de Milans como paladín "...en defensa de su dama de siempre: !España.'" (con voz quebrada por un amago de llanto). -
Argumenta este teniente general que la Prensa española está obsesionada por cantar las bondades de la transición, mientras los militares asesinados por el terrorismo han sido enterrados vergonzantemente, como soporte siniestro de una línea política irresponsable y arrogante que ha colocado a España al borde de la escisión territorial y ha procurado unas decisiones militares antes tendentes a la desunión que a la cohesión. El golpe de febrero -prosigue Cabeza Calahorra- no es una intentona bananera; recuerda cómo en 1.958 el Ejército francés propició la caída de la IV República y tres años más tarde se sublevó parcialmente desde Argelia contra De Gaulle. Bien; extrañados estábamos todos de que no se sacara a colación a la banda de Raoul Salan, general francés golpista, derrotado en Indochina y Argelia por tropas irregulares, opiómano, condenado a muerte y hoy feliz indultado en libertad por la decadente V República francesa. Mal ejemplo. De Gaulle los condenó a muerte (aunque se repartieran indultos), disolvió regimientos enteros y hasta castigó a los paracaidistas sustituyendo su boina roja por otra negra, a más de propiciar bandas de barbouzes que fueron asesinando a los golpistas res¡duales.
Aduce Cabeza Calahorra la tragedia histórica de los ahora encausados y trae a colación el destierro del Cid (es inevitable no recibir el mensaje apenas encubierto: "...si oviera buen señor"); la "magistral lección de Franco en 1.936" ("lección de obediencia" tras el cierre de la Academia de Zaragoza); la decisión de Milans de que el golpe no se produjera con derramamiento de sangre ("aunque la Prensa no se acuerde de comentarlo"); las declaraciones (le políticos de nacionalidades, "que no eran ficciones, ni fantasías" y que apuntaban a la desmembración de la Patria (alude a Arzallus y Barrera);... Miláns, en suma, y para su defensor militar, es un hombre con el que todo español bien nacido tiene una deuda de gratitud.
Este país ha mejorado después del 23 de febrero, fecha tras la que la clase política optó por ser más responsable. Ahora, sin embargo, asistimos "justamente asqueados" a una campaña de pellas de barro, de difamación sobre estos hombres, de voces y plumas mezquinas y bastardas, de solapado juicio popular y paralelo al de Campamento. Tras recordar a la Sala la manipulación de ascensos y destinos que hace el Gobierno con los escalafoncillo, nos recordó que las Fuerzas Armadas no son un instrumento del Estado. Y en un tono que, dentro de la mesura auditiva de su exposición, resultó amenazador, apeló a la clase política (que tenga alteza de miras, que haga inviable la tragedia, que cierre filas con las Fuerzas Armadas y que reconozca el derecho de éstas a su propia autonomía), a los medios de comunicación (que su gran influencia "de hoy" sirva a la armonía nacional) y, en general, a todos, apuntando las consecuencias que el resultado de este juicio pueda tener sobre los jóvenes oficiales.
La Sala escuchó en silencio. Muchos observadores militares asentían. Algunos periodistas se miraban incrédulos. Por un celemín de lo dicho el teniente general Alvarez Rodríguez retiraba el uso de la palabra. Ni una línea del texto de Cabeza Calahorra tiene algo que ver con el pantano judicial en el que estamos metidos y sí -de la cruz a la raya- con un entendimiento del Estado bonapartista o prusiano. Y rasgando un silencio mitad de satisfacción, mitad de estupefacción, el presidente en funciones, Gómez de Salazar, dio la palabra al coronel Escandell, defensor de Milans e Ibáñez Inglés.
Escandell. Este coronel-letrado terminó su interminable exposición recordando que quizá "...mi corazón de soldado me ha llevado más allá de mis modestas condiciones de jurista". Tiene razón. La única explicación de su defensa es que pretenda editarla. Nos aplastó bajo miríadas de citas (incluidas las Partidas de Alfonso X), derivaciones filosóficas, acarreamiento de materiales de jurisprudencia, relectura de las obras de García Escudero (juez instructor de esta causa), palabras de diputados republicanos azañistas, Santo Tomás, el padre Suárez, San Roberto Belarmino y hasta Pierre Laval en el juicio del 46 que le llevó al paredón ("Equivocarse no es un crimen"). De la Sala, horas y horas escuchando su oratoria de cartoné, no se marchaba el público: huía. Procesión de familiares (incluidos los de Miláns), militares, periodistas, letrados, relatores, ujieres, miembros de la seguridad interior, espantados todos ante la facundia y la erudición de este coronel-abogado que recordó la deformación que de los sucesos ha hecho la Prensa, que la patria siempre ha de estar por encima del Estado, que no se puede hablar de delitos contra la Constitución porque todos los delitos son anticonstitucionales, que Milans es un altruista y que Ibáñez Inglés y el propio ex-Capitán General de Valencia deben ser absueltos por obediencia debida, el primero a su superior inmediato y el segundo al Rey. Viene a decir el defensor que hay que entender que a los militares los distingue "el amor a la patria, el honor, la disciplina y el valor", principios que a lo que parece no se encuentran en estamentos de la sociedad civil. Puede que al obrero en paro y con cinco hijos le distinga la cobardía, la indisciplina (acaso hasta la disipación), el deshonor y la falta de la propia estima, y, por supuesto, el desprecio de una patria común. Acaso Campamento, este juicio, sirva para reparar en el absurdo de este trasnochado monopolio del honor y del patriotismo. No es preciso vestir una guerrera para tener honor y para ser patriota.
El teniente general Díaz de Mendívil, elefantiásico, torpe en la lectura, vino a destrozar la defensa tan elaborada de su antecesor. Aferrándose a una peculiar interpretación del artículo octavo de la Constitución vino a decir que Milans y compañía habían hecho muy bien en sublevarse. Frase textual de su intervención fue la "...campaña parlamentaria contra la Policía... (por el "caso Arregui"), o que ante el terrorismo los políticos querían "...inmovilizar al Ejército", legítima defensa como eximente, algo de obediencia debida y farfulleos sobre la postración del país. Díaz de Mendívil es defensor del coronel Ibáilez Inglés; pues comenzó -¿quien no tiene un lapsus?- llamandole Ibáñez Martín (suegro extinto del presidente Calvo Sotelo).
Quizá lo más curioso de esta jornada pavorosa, pesada, agresiva, sólida, viscosa, resida en que ambos defensores militares coincidieron en resaltar las excelencias de la Prensa anglosajona. Cabeza Calahorra se hizo lenguas de una crónica de The New York Times; Díaz de Mendívil de otra de The Financial Times. Ambas referidas a la situación española. Ignorábamos los paisanos que los príncipes de nuestra milicia fueran adictos a tales lecturas. Una vez Rafael CalIvo Serer aseguró que había caido en brazos de la democracia tras una atenta y continuada lectura de la Vieja dama gris -T.N. Y. T.-. Por mala que resulte -que lo esla opinión que estos caballeros de Campamento tienen de la Prensa, si siguen leyendo los diarios de Londres y Nueva York, procesos como este serán irrepetibles en breve plazo. Armada.- Antes de ayer Lolín Carrés llamó a su puerta y preguntó por él a una de sus hijas. Cuando accedió a la llamada le espetó: "Muchas gracias por los diez años que mi marido se va a pasar en Carabanchel". Tampoco es para tanto. Pero el general Armada, decaido, ojeroso, solitario, no ha podido más. Ayer fue trasladado a otro alojamiento dentro del Servicio Geográfico Militar. Estará solo y aislado de unos compañeros de infortunio que no le miran con excesiva simpatía.
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