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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
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Darwin, contra las causas sobrenaturales

Darwin nos es conocido como el autor de la teoría de la evolución. Esto es cierto; pero el significado de la obra de Darwin va mucho más allá del simple hecho de haber descubierto una nueva teoría científica, por importante que ésta sea. La influencia fundamental de Darwin en el pensamiento occidental se debe a que Darwin inicia una revolución trascendental en las estructuras culturales del hombre moderno. La revolución darwiniana completa la revolución copernicana que comenzó a mediados del siglo XVI.Las revoluciones de las órbitas celestes, de Nicolás Copérnico, introduce una nueva visión del mundo que nos lleva, a través de Kepler, Galileo y Newton, a la noción de que la Tierra no es el centro del universo, sino un planeta pequeño que gira alrededor de una estrella común. Que el universo es inmenso en el espacio y en el tiempo.

Pero la enjundia de la revolución copernicana va más allá de estos descubrimientos de la astronomía y de los descubrimientos de la física y otras ciencias naturales que ocurrieron subsecuentemente. Copérnico y sus seguidores introducen una concepción del universo como un sistema de materia en movimiento gobernado por leyes naturales. El universo obedece a leyes inmanentes que determinan los fenómenos naturales: no sólo los movimientos y transformaciones de los cuerpos terrestres, sino también los de los cuerpos siderales. El origen mismo de la Tierra, de los planetas y otros cuerpos celestes puede ahora ser explicado como consecuencia de leyes inmanentes.

La revolución copernicana consiste en la sustitución de una concepción animista del universo por una concepción causal, en reemplazar las explicaciones teológicas de los fenómenos naturales por las explicaciones científicas.

Darwin demostró que los organismos evolucionan (que los seres vivientes de hoy, incluyendo al hombre, son descendientes de antepasados muy diferentes de ellos.), que los seres vivientes están relacionados entre sí debido a tener antepasados comunes. Quien quiera tomarse el esfuerzo de estudiar la evidencia y de juzgarla sin prejuicios, no puede dudar que, por ejemplo, el hombre y los monos antropoides descienden de antepasados comunes que vivían hace unos quince millones de años. O que los mamíferos, del hombre al ratón y a la ballena, descienden de reptiles que vivían hace algo más de doscientos millones de años.

Pero más importante que la evidencia de la evolución es el que Darwin proveyera una explicación causal del origen de los organismos. Tal explicación causal es la teoría de la selección natural. Con ella, Darwin extiende al mundo orgánico el concepto de naturaleza derivado de la astronomía, la física y la geología: la noción de que los fenómenos naturales pueden ser explicados como consecuencias de leyes inmanentes sin necesidad de postular agentes sobrenaturales.

La revolución copernicana había dejado fuera de su alcance el origen de los seres vivos, con sus adaptaciones maravillosas: el ojo, exquisitamente diseñado para llevar a cabo la función de ver, o la mano, para coger, o los riñones, para regular la composición de la sangre. Darwin completa la revolución copernicana. Y, en ese momento, el hombre occidental alcanza su madurez intelectual: todos los fenómenos del mundo de la experiencia externa están ahora al alcance de las explicaciones científicas, que dependen exclusivamente de causas naturales.

Diseño y diseñador

Las dificultades aparentes sobrepasadas por Darwin no deben menospreciarse. Los seres vivientes dan evidencia de diseño. Y donde hay diseño hay diseñador. Puesto que el ojo del hombre está construido para ver y el ala del pájaro para volar, esto quiere decir, al parecer de manera irrefutable, que alguien los ha diseñado específicamente para tales propósitos.

Cuando vemos un reloj sabemos que hay un relojero. Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, utiliza el diseño evidente de los organismos como argumento contundente -la quinta vía- para demostrar la existencia de Dios. En el mundo anglosajón, el teólogo inglés William Paley argüía, a principios del siglo XIX, que es imposible aceptar que la organización compleja y precisa del ojo humano haya surgido por azar: la lente consiste en tejidos transparentes, y la retina está situada a la distancia precisa en que convergen los rayos de luz que pasan por la lente.

Darwin acepta las premisa: los organismos están adaptados para vivir en su medio ambiente -el pez, en el agua; el oso blanco, en el Polo, y la lombriz, en el intestino- y tienen órganos específicamente diseñados para llevar a cabo ciertas. fanci¿nes -las agallas, para respirar en el agua; las piernas, para andar sobre la tierra, y las alas, para volar-. Darwin acepta la organización funcional de los seres vivos, pero pasa a dar una explicación natural de tal organización. Con ello, Darwin reduce al dominio de la ciencia los únicos fenómenos naturales que todavía quedaban fuera de ella: la existencia y, organización de los seres vivos.

La publicación, en 1859, de El origen de las especies, de Darwin, tuvo un impacto considerable en la sociedad del siglo XIX. El libro se convirtió en tópico de salón sujeto a vehenientes ataques y defensas y aun al ridículo. Los ataques mencionaban frecuentemente el origen del hombre -a partir del mono- como proposición ofensiva e inaceptable. Pero, subyacente a esta y otras críticas, residía una objeción más fundamental: la explicación causal de los aspectos finalísticos de los fenómenos naturales, que completaba la eliminación de agentes sobrenaturales como principios explicativos de los procesos de la naturaleza.

Selección natural

Darwin explica la adaptaciones funcionales de los organismos por medio de la, selección natural, un concepto que, como el de la gravedad y otrasgrandes nociones científicas, es extremadamente sencillo al mismo, tiempo que poderoso. El punto de partida es la existencia de variaciones hereditarias, hecho incontrovertible de observación. Otra observación es que sólo una fracción de los organismos sobreviven hasta la madurez y se reproducen, mientras que la mayoría mueren sin dejar descendencia. Se sigue que las variaciones hereditarias que aurnenten la probabilidad de sobrevivir y reproducirse tenderán a multiplicarse a lo largo de las generaciones, mientras que las variaciones desventajosas serán eliminadas.

La selección natural es un proceso que explica el carácter adaptativo de los organismos, puesto que las variaciones adaptativas tienden a aumentar la probabilidad de sobrevivencia y reproducción. Los argumentos de Aquino o de Paley contra explicaciones aleatorias de las adaptaciones, son válidos en sí mismos.

Lo que ni estos autores ni otros vieron antes de Darwin es que existe un proceso natural que no es aleatorio, sino determinístico, y que es capaz de engendrar orden: la selección natural. Las características que los organismos adquieren a través de la evolución no son puramente fortuitas, sino que están determinadas por su utilidad funcional para los organismos.

No obstante, el azar entra en juego en la evolución. Las mutaciones que proveen las variantes hereditarias aparecen de manera aleatoria, independientemente de que sean ventajosas o no a sus poseedores. Pero este proceso de azar está contrarrestado por la selección natural, que preserva y multiplica las mutaciones útiles y elimina las dañinas. Sin las mutaciones, la evolución no podría ocurrir, puesto que no habría variantes alternativas sobre las cuales la selección natural pudiera actuar. Pero sin la selección natural, el proceso de mutación llevaría a la desorganización y a la extinción, puesto que, por ser aleatorias, la mayoría de las mutaciones son desventajosas. La mutación y la selección natural son conjuntamente responsables del proceso maravilloso que ha llevado de organismos primitivos como las bacterias, a la evolución de las orquídeas, los pájaros y los seres humanos.

La teoría de la evolución nos muestra el azar y la necesidad intrincados en el meollo de la vida, la casualidad y el determinismo entrelazados en un proceso natural que ha producido las realidades más complejas del universo: los seres vivientes; y entre ellos el hombre, capaz de pensar y de amar, capaz de libre albedrío y de analizar el proceso mismo de la evolución que le ha traído a la existencia.

Al celebrar el primer centenario de la muerte de Charles Darwin, reconozcamos el mérito que le pertenece por este descubrimiento trascendental.

Francisco J. Ayala nacido en Madrid, es profesor de Genética en la Universidad de California, en Davis, y miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos.

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