La hoguera de Oriente Próximo
Lo que no puede ganar nadie es la guerra, y esto se ve muy claro viajando por los países árabes y contrastando las informaciones recibidas con los datos procedentes de Israel y el ambiente que se respira en la misma Liga Arabe. En Túnez, sede de la Liga, se lamenta la suspensión de la condición de miembro de la misma de Egipto, a raíz de los acuerdos con Israel. El fervor revolucionario de los árabes radicales del frente del rechazo está empezando a dejar paso a las posiciones moderadas de Arabia Saudí y, aunque con dificultades, se vuelve a hablar de planes de paz como el del príncipe Fahd.El problema crucial es el del futuro del pueblo palestino, y hay que afrontarlo. Una paz separada egipcio-israelí no es suficiente. El Cairo es muy necesario como elemento moderador, y se oye insistentemente hablar de la posibilidad de su vuelta a la Liga Arabe, donde, sin duda, será acogido con los brazos abiertos y podrá imponer su autorida,d y respeto. También podrá lograr quizá que esa paz separada se inscriba en el contexto de un acuerdo global. Esto no se podrá hacer sin contar con los palestinos, pero estos últimos, si de verdad quieren la paz, no deben tampoco radicalizar sus posiciones. Existe la sospecha de que cada vez que se habla de paz, como en la cumbre europea de Venecia en el verano de 1980 o en el recientemente fallido intento de cumbre árabe en Fez, algunos elementos de Al Fatah o de países del frente del rechazo, como Siria, boicotean todo esfuerzo con posiciones maximalistas que son seguidas de buen grado por Israel, a quien en el fondo hacen el juego. Las amenazas de aniquilamiento mutuo política, cultural y militarmente sólo benefician a aquellos elementos que quieren mantener encendida la hoguera de Oriente Próximo como foco para irradiar inestabilidad, violencia y, ¿por qué no?, terrorismo al mundo entero.
Por su parte, Israel no puede seguir llevando hasta el extremo la desconfianza y aun la intransigencia, replicando a los ocho, puntos del plan Fahd con la creación de otras tantas colonias y asentamientos nuevos en Gaza y Cisjordania, bíblicamente llamadas Judea y Samaria. Ni pueden seguir una y otra parte rompiendo la línea de alto el fuego en Líbano. Se impone un esfuerzo pacificador. El rey de Marruecos, Hassan II, ha rendido tributo al esfuerzo pacificador egipcio al decir que todo país que se precie de serlo tendría que homenajear esa fecha citada del 25 de abril declarándola fiesta nacional.
¿Qué puede hacer Europa y qué puede hacer España? Ante todo, desde el punto de vista de nuestro país, se debe contestar que no hay ambigüedad en la normalización de relaciones con todas las realidades existentes en la zona. Tampoco la hay en aceptar los principios de la cumbre mencionada de los países del Mercado Común en Venecia los días 12 y 13 de junio de 1980. La clave está en la fórmula de acercamiento entre Israel y la entidad palestina. El derecho a la existencia y a la seguridad israelí debe ponerse en paralelo con el derecho a la autodeterminación de los palestinos. Mitterrand, en su reciente viaje a Israel, ha ido más lejos, al pronunciarse claramente por la creación de un Estado palestino. La autonomía de la población es un principio ya recogido en los acuerdos de Camp David. El tratamiento del problema palestino sólo como un problema de refugiados, tal y como se contempla en la resolución 242 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, es algo que ha quedado ya totalmente sobrepasado por la realidad presente, pero ello no justifica que la OLP se irrogue la representatividad única, legítima y exclusiva de los palestinos como nación. En España, que oficialmente se atiene a la resolución de las Naciones Unidas, se debe tener buen cuidado con esto a la hora del trato con Arafat. La OLP, como se dijo en la cumbre veneciana, debe asociarse a todo esfuerzo negociador, pero los palestinos llevan su intransigencia hasta el extremo de afirmar que su existencia y su autodeterminación como pueblo tiene que venir precedida por su derecho a ser reconocido como Estado en las tierras bíblicas. No quieren ni oír hablar de una forma federal con Jordania, y anuncian que proseguirán desde donde estén la lucha a muerte contra Israel. Es más, aspiran a que se reconozca el derecho de establecimiento en aquellas tierras de todos los palestinos dispersos. Mitterrand, al hablar de Estado, les ha reconfortado, y lo cierto es que las vías que se han abierto a los palestinos se deben, más que a las acciones violentas, al convencimiento de que algo había empezado a moverse después de Camp David.
El presidente Carter, después de embarcar a Sadat en el viaje histórico a Jerusalén en 1977, abandonó toda tentativa de desarrollar hasta las últimas consecuencias los principios de Camp David. Como en tantos otros temas, la Administración demócrata de Jimmy Carter se atascó a medio camino, víctima de sus propias contradicciones en política exterior. Aún hoy estamos pagando muchas consecuencias. El desarrollo que hay que esperar tras la retirada del Sinaí tiene que empezar por un acuerdo básico sobre los derechos de los palestinos para dar paso a una paz global.
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