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Tribuna
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"Los soviéticos estaban en un mundo y yo en otro"

Por fin, los dirigentes soviéticos se inclinaron favorablemente hacia nosotros y aceptaron recibirme en Moscú el 11 de octubre de 1971.Durante meses había intentado hacerles ver a los soviéticos la necesidad de negociar un acuerdo para el aprovisionamiento del armamento esencial para la batalla que estaba preparando. Siguiendo su forma típica de actuar, habían argumentado que no podían recibirme, con el pretexto de que todos los dirigentes soviéticos se trasladaban a Crimea durante los meses de verano y estarían lejos de Moscú.

Esperé hasta saber que habían regresado de sus largas vacaciones y volví a solicitar una entrevista. Finalmente me respondieron, y partí hacia allí el 10 de octubre de 1971.

Cuando llegué al aeropuerto de Moscú, me sentí enormemente feliz al ver que Podgorny no había acudido a esperarme. Era en aquella época el tercer miembro de la direccíón colegiada y no le aguantaba. Estaba en Irán representando a su país en las celebraciones del 2.500 aniversario de ese país. Le di las gracias a Dios por su ausencia y por haberme librado del suplicio de tener que hablar con él.

Acudieron a recibirme los otros dos miembros de la dirección colegiada, Breznev y Kosiguin, aunque el término dirección colegiada inventado por los soviéticos era una mera ilusión. No hay dirección colegiada alguna. Existe un único gobernante: Breznev.

¿Y Podgorny?

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Podgorny y Kosiguin no tenían poder alguno. Kosiguin ha fallecido ya. La cuestión es: ¿dónde está Podgorny? No ha muerto aún, pero nadie sabe su paradero. Un día se encontraba al frente de toda la Unión Soviética y al siguiente desapareció repentinamente.

¿Quién puede decir dónde puede estar o qué le ha sucedido? Puede que esté en Siberia, o quizá esté trabajando de jefe de estación de ferrocarril, alejado del Gobierno de la misma forma que Malenkov.

O puede que esté de bedel en una escuela primaria o de ascensorista en algún edificio del Gobierno. No hay nada imposible en la Unión Soviética.

Durante mi estancia en Moscú tuvimos dos rondas de conversaciones, algunas las más tempestuosas, así como las más importantes que he tenido con los dirigentes soviéticos. Durante esas conversaciones llegué a conocerlos en su auténtica dimensión.

Por parte soviética participaban Breznev, Kosiguin, el mariscal Andrei Grechko, el ministro de Defensa, y un hombre llamado Panamarov, una réplica exacta de Podgorny, un hombre con una mentalidad rígida e inflexible con el que era imposible llegar a ningún acuerdo. Panamarov estaba, y aún está, encargado de los partidos comunistas en Oriente Próximo. Con frecuencia encabezaba las grandes delegaciones soviéticas que visitan frecuentemente Bagdad, Damasco o Aden, y en ocasiones ha venido a El Cairo.

No hacía mucho que había venido a verme a Egipto, después de que el presidente sudanés, Jaafar el Numeiri, aplastara la revolución comunista en su país, en julio de 1971. Le recibí en mi casa de reposo de Sidi Abdel Rahman, y aproveché la oportunidad para tratar con él nuestros problemas, con la esperanza de que a su vuelta convencería a sus dirigentes para que cambiaran la postura que habían adoptado hacia mí.

Panamarov escuchaba sin oír una sola palabra de lo que le estaba diciendo. No había venido a solucionar los problemas de Egipto. Había venido a pedirme que interviniera para impedir la ejecución de su agente principal en Sudán, conocido por El Shafi. "Espera.mos que le pida a su amigo Numeiri que no ejecute a El Shafi", me dijo.

'Llegas tarde'

Sabía perfectamente que El Shafi era uno de los hombres más peligrosos del Partido Comunista sudanés. No obstante, telefoneé a Numeiri desde Sidi Abdel Rahman y le dije: "La Unión Soviética espera que no ejecutes a El Shafi. Me han pedido que intervenga en su nombre. ¿Qué piensas hacer?"

Numeiri respondió: "Hubiera aceptado de buen grado tu intervención, pero llegas demasiado tarde. Hubiera podido acceder a tu petición si me hubieras llamado antes. El Shafi ha sido ejecutado hace hora y media".

Las noticias de la ejecución fueron un gran golpe para Panamirov. Regresó a su país triste y enfurecido. En cuanto a todo lo que le había dicho sobre nuestra necesidad de armamento no había oído ni una sola palabra. El había estido en un mundo y yo en otro.

Lo mismo sucedió cuando reinudamos nuestras conversaciones en Moscú con los dirigentes soviéticos. Como he dicho, se mostraron en su auténtica dimensión, revelando sus verdaderas intenciones. A partir de aquel momento comencé a revaluar nuestras reliciones con la Unión Soviética, teniendo en cuenta lo que había descubierto.

Esto condujo directamente a la expulsión de 15.000 consejeros militares rusos de Egipto en julio de 1972, que será tema de un artículo posterior.

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