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Viola: "En el arte y en la vida, lo importante es bajar las escaleras como a uno le dé la gana"

Muestra pictórica, tras ocho años de ausencia, de uno de los artistas más significativos de El Paso

Mañana se inaugura en la madrileña galería Rayuela, dentro de un clima de enorme expectación, una muestra pictórica de Manuel Viola (Zaragoza, 1919), artista que no había vuelto a colgar sus cuadros des de que realizara una exposición de pequeño formato en 1974. El propio pintor ironiza sobre las razones de esa prolongada ausencia: "Me he quedado un poco dormido". Y añade: "Me fatiga la carrera desenfrenada de mis compañeros. A mí me enseñó mi abuela que lo importante es bajar las escaleras como a uno le dé la gana". Este nieto ejemplar, pintor, poeta, legionario, resistente y dadaísta, ha puesto siempre en práctica esa enseñanza atávica.

Cuesta lo suyo y lo ajeno arrancarle a Viola algún fragmento informativo para andar por casa. El dispara su voz particular por los acalorados meandros de la aventura, rememora su estancia en la cárcel al lado de González Ruano, mezcla la jerga legionaria con una cita clásica de la mejor especie, salta de un coche de Picabia al carromato sin norte de la poesía concreta, logra inyectar ternura hasta en el taco más estrepitoso, reinventa la picardía con su manera maliciosa y persuasiva de mirar, tose como para mover su blanca cabellera o frenar de manera natural la acidez jubilosa de sus palabras. Y, mientras tanto, fuma como un descosido, bebe whisky con cautela y paladea caramelos de menta.En palabra y obra, él posee un ritmo muy especial: "Seguramente es verdad que me he quedado un poco en la cuneta, acaso porque yo así lo deseaba. Me fatiga la carrera de mis compañeros. Estos dan la impresión de que siempre están haciendo oposiciones a notario. Yo no he creído jamás ni en vanguardias ni en retaguardias. He procurado, de modo permanente, hacer lo que me daba la gana". Esta es su ley de vida, el único mandamiento aceptable, la tabla de salvación.

Viola sospecha que Moisés se reencarnó en su abuela: "Yo era un chavalín. Entonces las abuelas eran algo solemne. La mía, desde luego, era gorda y majestuosa. Vivía en Lérida, en una mansión señorial donde cada vecino competía en tener más brillante el pomo de la escalera. Pero en el último tramo faltaba el pasamanos. Y un día, a causa de eso, mi abuela se me cayó. Me puse a llorar de mala manera pensando que ya se me había roto. Cuando ella se reincorporó y me vio en aquel estado, me dijo: 'Cada uno baja las escaleras como le da la gana'. Y me zumbó dos bofetadas". El primer contacto sonoro con el surrealismo.

Con motivo de la presente exposición, Viola ha abandonado su guarida de El Escorial, situada en pleno monte: "Vengo a ver qué pasa, a torear el miedo que da toda reaparición. Y esto de venir a Madrid se las trae, porque para mí es una ciudad tan lejana como Pekín". En la lejanía, asimismo, la ebullición del grupo El Paso: "Hay que reconocer que fue un gran revulsivo. Se cargó a esa especie de modernismo blando y rancio que entonces imperaba. Incluso Martínez Novillo se puso a hacer manchas. Las obras de Millares suponían un escándalo horroroso. Y era la época en que Tápies se lanzaba; su audacia no la ha tenido nadie en la pintura europea. Recuerda aquella coincidencia generacional en la negrura con Saura, Millares, Canogar y los deliciosos tonos cenicientos de Feito. Yo sólo fui medio-paso. En mi pintura había como pedazos de un Goya borracho. Por supuesto, es más que probable que ninguno fuésemos Velázquez o Picasso, pero la incidencia de El Paso no nos la quitaron nunca de encima".

Contempla Viola el presente: "Hay una atmósfera que antaño no existía. Acaso la pintura-pintura no vaya muy lejos, pero por lo menos se han cargado al horroroso hiperrealismo. Y hay pintores, como Luis Gordillo, que a mí no me gustan, pero que sí me intrigan de manera extraordinaria, me inquietan, me desconciertan. Lo interesante es que las tendencias de danza no se anden con guantes, sino que se peleen a plena luz. Ojalá que las galerías se disputasen la defensa de una línea fija, sin tanto eclepticismo supuestamente rentable. Ojalá que la crítica fuese más luchadora.. Y ojalá que los coleccionistas tuviesen criterios propios, más amor al riesgo".

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