La secta del Palmar de Troya celebró la Semana Santa a pesar de la prohibición gubernativa
Los visionarios más famosos de España, los carmelitas de la Santa Faz del Palmar de Troya, cumplieron su promesa de celebrar la Semana Santa a imagen y semejanza de como lo hace la iglesia católica: sacando pasos en procesión para escenificar la pasión y muerte de Jesucristo, a pesar del escándalo de algunos, el regocijo de otros y la indiferencia de los más. Una peculiar conmemoración del Viernes Santo se desarrolló en el lugar donde tiene su sede esta organización religiosa, en El Palmar, una aldea, cercana a Utrera, a unos cuarenta kilómetros de Sevilla, que dispone de ambulatorio propio gracias a la iglesia que dirige Clemente Domínguez. Sesenta familias de este pueblo sevillano viven de la construcción de la basílica palmarina.
En realidad no parece que los clementinos tuviesen el propósito de sacar los pasos a la calle, como se deducía de una primera versión periodística, y colisionar sentimentalmente con muchos católicos fieles a Roma y fisicamente con alguna procesión oficial de la aldea. De hecho, cuando se hizo pública la advertencia del Gobierno Civil de Sevilla acerca de la ¡legalidad de su intento, una delegación de obispos del Palmar de Troya visitó esta dependencia gubernativa para garantizar que su Semana Santa sería totalmente privada y que las procesiones se limitarían a recorrer el espacio cerrado que hoy constituye la jurisdición del papa Gregorio XVII.No obstante, los delegados episcopales aprovecharon la ocasión para amenazar con la excomunión al gobernador sevillano, José María Sanz Pastor, por su actitud prohibitiva, que algunos juristas situados ideológicamente en las antípodas de Clemente y sus huestes consideraron inconstitucional. Los de la Santa Faz hablaban en serio y no se han recatado de escribir en la valla de entrada a sus dominios espirituales la frase De Sanz Pastor, libranos, señor. Otros pintaron frases menos religiosas en el mismo muro: Zona nacional y Viva San Franco, acompañadas por el anagrama del partido de extrema derecha Fuerza Nueva.
Rosario de disidentes
Las cuatro torres y la cúpula aun inconclusas del templo palmarino se distinguen perfectamente a varios kilómetros de distancia viniendo de Utrera. El recinto, en forma de amplío rectángulo, está tapiado por todos sus lados excepto por uno en el que la tierra acumulada forma una pared natural que separa la zona de los campos de labor colindantes. La puerta de hierro permanece cerrada a cal y canto y solamente se abre tras ser aporreada desde fuera e investigados los visitantes por un guarda estricto y con cara de pocos amigos.A un lado del recinto, en un rincón florido alrededor de una cruz -lo que era el Palmar milagrero en un principio-, un grupo de mujeres y algunos jóvenes capitaneados por un sacerdote ensotanado murmuran interminables rosarios que una joven enlutada dirige, rodilla en tierra, llevando la cuenta con los dedos. Debajo de la cruz hay un retrato de Juan Pablo II. Son los disidentes de esta joven secta, el padre Arana y sus seguidores, partícipes de los misterios palmarinos en un primer momento, pero que siguieron leales al Papa de Roma cuando llegó la inevitable ruptura. Varios niños juegan a la pelota, ajenos a ambos ajetreos religiosos y sus consecuentes querellas.
Un guarda vela por la castidad del público
El guarda vuelve para atrás a muchachas en pantalones y muchachos descamisados o con caras excesivamente trasparentes de curiosidad y morbo. Los que visten capas marrones de peregrino o lucen escapularíos sobre sus hombros entran sin problema, mientras que las mujeres sin velos han de cubrir sus cabezas con pañuelos para sonarse y otras prendas más bien insólitas. Los devotos que han pasado ya al feliz estado de feligresía penetran incluso con sus coches. El portero ordena solo una cosa: que abrochemos el botón del cuello de la camisa para franquear la entrada.
Una industria episcopal que da escalofríos
El espectáculo da escalofríos La procesión está en marcha. La abre un joven de raza negra que sonne sin cesar y agita un incensario (alguien comenta que este incienso es de buena calidad, no como el de otras procesiones). Le siguen unas cincuenta monjas que llevan velas y ocultan sus rostros con velos ilegros, veinte señoras con mantilla y peineta también negras y alrededor de treinta obispos de rojo, indicativos de que El Palmar de Troya es, en verdad, una auténtica industria episcopal. La comitiva va presidida por una docena de cardenales con sus capas y mitras y, al frente de todos, el mismísimo papa Gregorio XVII -en este mundo, Clemente Domínguez- ayudado por dos acólitos de alcurnia, que le conducen amablemente durante el recorrido.Los pasos, llevados por costaleros contratados, son dos: uno representa a la Virgen que sostiene en sus brazos a un cristo recién descendido de la cruz, y el otro, un sepulcro conteniendo el cuerpo yacente de¡ hijo de Dios, a modo de Santo Entierro. La comitiva realiza un viacruces rodeando la basílica, en cuyo pórtico monjas ancianas o inválidas rezan sin interrupción. Los fieles participantes en la ceremonia son unos doscientos, en su mayoría mujeres extranjeras de edad avanzadas que musitan sus plegarias en un ambiente de gran recogimiento, jovencitas de menos de veinte años, pocos hombres de todas las edades, niños con escapulario y curiosos que tratan de disimular su actitud.
Costaleros contratados
La procesión se detiene ante cada una de las cruces del recinto y Clemente entona rezos en latín, tras haber depositado su tiara en una bandeja plateada, da varias vueltas en derredor de los pasos y les echa incienso. Al terminar los rezos y los cánticos, el papa alza la voz y dice por tres veces: ¡Viva el Santísimo Cristo yacente ! que responden con encendidos vivas los congregados. A continuación se dirige al otro paso y grita nuevamente tres vivas a Nuestra Madre de la Piedad, que fueron igualmente coreados. Antes de reanudarse la marcha, un espontáneo -siempre el mismo- gritaría a su vez : ¡ Víva su Santidad el papa Gregorio XVII, Viva el papa valiente y ¡viva la iglesia palmarina! Una débil sonrisa parece asomar entonces al rostro amazacotado de Clemente Domínguez.
Un ceremonial aparatoso con rezos en latín
El ritual es complicado y las vestimentas variadas y la colocación de los cardenales indican rígidas jerarquizaciones dentro de la orden. El silencio es completo, solo levemente roto por las plegarias de los feligreses y los tambores y cornetas de la competencia (a pocos centenares de metros se está desarrollando una procesión de la iglesia oficial por las calles del Palmar de Troya).Da la impresión de que el director cinematográfico Federico Fellini va a hacer su aparición por detrás de las lomas para inmortalizar el acontecimiento y filmar las expresiones beatíficas que embargan e iluminan los rostros de obispos y fieles.
Rigurosa separación entre hombres y mujeres
De entre los fieles emerge una cabeza cardenalicia que se vuelve hacia el periodista (por supuesto que no sabe que lo es) con una orden taxativa: "¡los hombres, al otro lado!", haciéndonos caer en la cuenta de que hemos invadido el sector de la procesión destinado al sexo femenino. Un costalero comenta con mucho sigilo y misterio que es vecíno del Palmar de Troya y que le pagan tres mil pesetas por su faena. A continuación sale huyendo.Cuando cae la noche, toda la zona adquiere una apariencia fantasmal. La procesión continúa, pero a cierta distancia -por ejemplo, desde la ladera de tierra amontonada- solo se distingue el titileo de las velas y los faroles. Todavía en la puerta puede escucharse a una vieja preguntarle a otra si ha hablado con una amíga común que pertenece al reino de los videntes: "¿te ha dicho cómo va lo de monseñor Escrivá de Balagué, si lo van a hacer santo por fin?".
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