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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los ecologistas en la políitica

EL INTERES creciente -dentro de los mínimos- de la opinión europea por los partidos que se proclaman ecologistas -repetido ahora en las elecciones de Baja Sajonia, y mostrado antes en las legislativas francesas- indica, sobre todo, una actitud de protesta ante una situación de deterioro continuo de la calidad de vida. La ecología, como ciencia, es todavía confusa, desde el momento en que establece como hipótesis de trabajo -y en algunos movimientos, como dogma- la existencia de un equilibrio de la naturaleza y considera a ésta como una fuerza positiva y, diríamos, predestinada o predeterminada. Muchos partidos ecologistas -en los que también hay escisiones, divisiones y subdivisiones: el mal del siglo- aceptan sin necesidad de mayor examen estas bases para ir más allá, y más directamente, hacia algo que se ve como patente, que se percibe: una condición decreciente de la capacidad del hombre para vivir en un hábitat deteriorado por él mismo. Pero no es toda la humanidad la que participa de la destrucción, sino unas determinadas clases sociales, regiones o países. Hay una diversidad de temas amparados bajo la denominación ecológica: desde la lucha contra las centrales nucleares hasta la contaminación de la atmósfera y la toxicidad de los alimentos. Tiene el tema un gran atractivo político pero también puede aparecer para muchos como una negación del progreso. Habría que remitirse ya a la primera época de las máquinas de vapor o al terror científico que produjeron experimentos iniciales con la electricidad -recordemos la época en que aparece la novela Frankenstein, de Mary Shelley- para situar estas primeras angustias en la época contemporánea. Sólo un ecologismo radical y hasta mísiico es capaz de negar la necesidad de lo que en términos generales se puede llamar progreso, sobre todo en un mundo con una demografía galopante y unas necesidades crecientes en todos los órdenes que obligan a extracciones y exacciones continuas de las reservas naturales.Tan importante es el tema ecológico, que aparece ya con fuerza en todos los programas de todos los partidos y en todos los países. Pero termina por convertirse en una frase retórica y un poco hueca, como la referencia universal a la paz, lo cual no impide que se formen partidos y movimientos pacifistas: sobre todo, por una desconfianza cada vez mayor de que las clases políticas se apresuren a encontrar soluciones a lo que a muchos les parece ya acuciante.

Son, por ahora, partidos de protesta: partidos a los que acude el voto de castigo de los que no encuentran que las verdaderas necesidades humanas de la hora presente puedan colmarse desde las tribunas y los despachos habituales. No se sabe cuál es el futuro de los ecologismos ni si acabarán subsumidos en ese magma de intenciones buenas y acumulación de motivos electorales en que se van convirtiendo los partidos de nuestro tiempo. Pero representan algo mucho más general que lo que muestra la hasta ahora pequeña medida de sus votos.

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