_
_
_
_

La diversión la puso el público

Plaza de Las Ventas. 21 de marzo.Novilos de Arturo Gallego, correctos de presencia, flojos, salvo, el quinto.

Juan Mora: cuatro pinchazos delanteros dos descabellos (silencio). Bajonazo (silencio). Fermín Vioque: media (pañmas). Cogido por el quinto. Vicente Yesteras: estocada atravesada que asoma y dos descabellos (silencio). Estocada delantera y descabello (palmas).

Parte facultativo: Vioque sufre puntazo y contusión en cresta iliaca.

Erosiones múltiples. Epstasis traumática. Pronóstico reservado.

La novillada del domingo en Las Ventas transcurrió tristona, por los novillos flojos y los toreros aburridos. La animación y la diversión las había puesto el público, hasta que se cansó. Y lo que era una masa ilusionada, alegre, pletórica de afición, acabó convertida en huraño foro.

La gente hizo largas colas para sacar su boleto, en las taquillas de la plaza. La hora lucía espléndida de sol y el cartel sabía a bueno, para lo que hay. Y además, como parece que caminamos hacia una fiesta auténtica con la erradicación del afeitado, que empieza a ir en serio, el talante era de entusiasmo y expectación en quienes ocuparon los tendidos de la Monumental, turistas incluidos.

La monotonía pudo más, sin embargo. Y no es culpa estricta de los toreros, sean los del domingo y muchos otros con aspiraciones que existen en el escalalón, sino del toreo mismo, el que se lleva, el que la machaconería de las figuras ha impuesto durante los últimos años.

Juan Mora es representativo de la nueva ola surgida en el proceloso mar del unipase. Conviene fijarse en él, pues se trata de un torerillo con gusto, con ganas de hacer el toreo bueno (aquel que cree que es bueno, por lo menos), y aporta una pinturería que no le va nada, mal al espectáculo. Si se hubiera. podido mirar en el espejo de los, lidiadores y de los artistas que hubo en otras épocas, seguramente sería lidiador y artista él también. Pero en su tiempo mandan los artesanos mediocres, y, como en ellos se mira, lleva su estigma. Fue este novillero con posibilidades el que empezó a enfriar al público, mediante sus faenas premiosas y deslabazadas, con reiterado abuso del pico, y el temperamento apagado de las reses, unido a su poca fuerza, puso de mal humor a la auidiencia. El aburrimiento se reflejaba en todos los rostros, salvo en el de los japoneses, que están hechos a no reflejar nada. No obstante, hubo algún incidente ameno. Por ejemplo, cuando el tercero de la tarde saltó al callejón. Y hubo emoción en el quinto, que tenía cuajo, tomó tres varas coil poder y desarrolló sentido. Vio,jue lo recibió con dos largas cai-nbiadas de rodillas. El novillo no era traidor, pues avisó de sus intenciones en los estatuario : al tomar uno de ellos arrolló al torero. Vioque, muy maltrecho por el percance, no pudo reponerse, a pesar de que sus compañeros, el mozo de espadas y las asistencias le hurgaban dentro de la taleguilla, por donde el testirazo, y le retiraron en brazos a 'la enfermería. Juan Mora libró las tarascadas de este novillo dif'icil y lo despenó bien despenado.

El peor lote había sido para Vioque. Su anterior enemigo, reservón, que le desarmó en una seria colada, calamocheaba durante sus cortos recorridos (cuando tenía a bien recorrerlos), y, en definitiva, presentaba muy serias dificultades para un novillero de limitada experiencia. Vioque porfió, se arrimó, y ya que no le salía el toreo de pie, lo intentó de rodillas.

En sus primeros novillos, Vioque y Yesteras se cedieron los palos y banderillearon con facilidad, pero sin arte. Vioque repitió sin mayor relieve en el quinto. A Yesteras no le dejaron parear al sexto pues la invalidez del animal había desatado las protestas furibundas del público. Este fue otro momento estelar del festejo: la bronca cerrada, sabrosa y directa contra la presidencia, ante el estupor del turismo, que no acertaba a adivinar los motivos de tanto disgusto y alboroto. El toreo de Yesteras es amanoletado, y a veces, como en Valencia, le sale perfecto. Todo depende de que el toro esté amanoletado también. Cuando no lo está se lo echa encima, y así ocurrió ayer. "No se me amanolete usted tanto", le sugerían doctos aficionados del tendido, esos que vieron a Belmonte en su segunda época. Pero el torero no lo oía, o no quería hacer caso, y se amanoletaba. Cuando uno se empena en amanoletarse, ya le puedes decir, que se amanoleta, ¡vaya si se amanoleta! Los más impulsivos arrojaron almohadillas durante la lidia del último inválido y el presidente, que se llama el señor González, soportó en posición de firmes, con temple serrano, un coro de gruesos improperios. La diversión la puso el público.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_