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Crítica:TEATRO / 'OLYMPIC MAN MOVEMENT'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El totalitarismo en nuestro tiempo

Albert Boadella tiene una idea optimista del fascismo. La presenta en Olimpic Man, un excelente y admirable espectáculo esta idea está incluida en una ya larga lista de obras de ficción política, con el carácter de utopías negativas: desde el Brave new world, de Aldous Huxley, al 1984, de Orwell, por citar un par de ejemplos. Esta serie presenta el desarrollo del totalitarismo -Boadella incluye claramente al comunismo en el mismo movimiento: las notas infiltradas de La Internacional, la bandera soviética junto a la americana al final del espectáculo, son alusiones claras-, como el intento de creación de un mundo deshumanizado, de una anulación de individualidades; una tendencia aséptica a la limpieza, al orden, a la uniformidad. Una idea muy expandida por el mundo en los años treinta, en el momento de la germanización de lo que con un nombre genérico llamamos fascismo: surgía de las estampas de las erguidas, rubias y rígidas criaturas hitlerianas, de su culto al cuerpo, al deporte y a la obediencia.Después se ha visto que todo es mucho peor que eso: la sordidez, la miseria, la improvisación, el fanatismo de los movimientos totalitarios, no han conseguido ni siquiera sus propios ideales.

Olympic man movement, de Albert Boadella

Interpretado por Els Joglars: Jesús Anglet, Anna Barderi, Jordi Cano, Elicia Escurriola, Pitus Fernández, Jordi Martínez, Ingrid Riera. Sonido y aparatos electrónicos a cargo de Jordi Costa y Ramón de la Torre. Vestuario de Josep María Turell. Decoración de Josep María Ibáñez "Dino". Himno con letra de Guillermo Ayesa y José María Arrizabalaga. Dirección de Albert Boadella. Sala Olympia, estreno 17 de marzo.

Sobre esta estampa, sobre esta imagen un poco antigua de los totalitarismos nacientes hace años, Boadella introduce alguna forma de actualidad. La introducción del conductismo viene a explicar que ciertas formas de aparente democracia llegan a ser totalitarismos. Se puede suponer que detrás de todo esto está el Skinner de Más allá de la libertad. -un fetiche, decía él, que lleva a Occidente a su pérdida- y el cuadro de los bebés recuerda la caja de Skinner, en la que el psicólogo americano encerraba a ratas o a palomas y regulaba su conducta por una serie de reflejos condicionados; y Skinner pretendió utilizar el mismo sistema para los niños, que debían vivir en un medio cerrado, aislado y estéril durante los primeros treinta meses de su vida, para evitar su contaminación moral y para llegar a la conclusión de que "la autonomía del hombre es un mito". Si las alusiones al comunismo y al fascismo son fáciles, la presencia de un mundo americano -en el idioma del himno, en una cierta forma de la conducta- es también permanente. Parece decir Boadella que al mismo tiempo que esto está sucediendo, la democracia y el parlamentarismo, los sistemas de defensa intelectuales, están en desuso, y terminan en la cobardía o en el exterminio. Boadella no podría presentar esta tragedia contemporánea sin una ironía, sin un humor. Lo tiene su espectáculo. Es ese tipo de obra agridulce que hace reír y que al mismo tiempo inquieta.

Boadella, que es seguramente el hombre de teatro con más interés en España, crea su escenario con una simple plataforma, unas gradas que avanzan o retroceden y una pantalla de computador -cuya presencia se añade al significado de la obra-; y con seis actores tan puntuales, tan exactos, tan cronometrados en sus movimientos, que dan la sensación de que Boadella ha sido su propio Skinner, su propio dictador totalitario. Las figuras del computador y los efectos sonoros, incluso la palabra en play back, obligan a una seguridad y una medida de los movimientos que lógicamente coinciden con lo que expone la obra. Esta está concebida a la manera de un mitin de afirmación y propaganda de movimiento, ilustrado con ejemplos. Probablemente, sin el fascismo interior de la obra no se daría una versión tan clara del fascismo exterior. Podría decirse que la ideología es más o menos la de Darío Fo, pero que el procedimiento es exactamente el contrario; la soltura, el disparate, el juguete de Darío Fo, se convierte aquí en matemática.

Si detrás de lo que se presenta hay toda esa retaguardia antigua antes citada -Huxley, Orwell-, detrás de la contemporaneidad del procedimiento teatral hay también una antigua tradición, un antiguo sistema: el de los sketchs que pueden aparecer en las revistas de gran espectáculo. Por ejemplo, el número -por usar la tecnología clásica- en el que los patinadores pintan en escena un cuadro de Miró podría figurar en cualquier espectáculo amable y divertido, en cualquier cabaré-teatro.

Los siete actores, el equipo técnico, el montaje musical, funcionan perfectamente. Y el público responde con ovaciones para todos y especialmente para Boadella.

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