Elecciones, planes y guerrillas en América Latina
Los CINCO puntos básicos que propone Estados Unidos para regularizar sus relaciones con Nicaragua suponen un progreso respecto a la actitud anterior, en la que se ha llegado a hablar de intervención abierta a partir de Honduras. Haig explica que en principio es lo mismo que ya se ofreció a Nicaragua en agosto del año pasado: pero se presentó entonces con tales reticencias y tan rodeado de amenazas que difícilmente podía considerarse un plan de paz. Han sido las presiones de Francia y México -coticordes, las dos, en el llamado plan López Portillo- y la necesidad de responder ante la creciente crítica intc:rior y exterior por la elevación de las tensiones en América Central lo que mueve a Estados Unidos a esta nueva propuesta, que constituye una base que Nicaragua no debe dejar perder, aunque parte de sus gobernantes, retenidos en el Consejo de Estado, lo consideren todo con precaución. Las noticias que llegaban ayer de aquel país, aún confusas, son alarmantes. Es indudable que cada país centroamericano tiene problemas y soluciones propias: pero no deja de ser cierta la idea de Estados Unidos de que sólo un plan conjunto permitirá salir de la situtción general. Es la opinión del grupo Nassau -Estados Unidos, Canadá, México, Venezuela y Colombia-, que se reunió el domingo en Estados Unidos, y que también ha supuesto una forma de presión para Washington, aunque cueste más trabajo elevarlo ya a la condición d.e "problema global": es decir, a uno de los problemas peridientes que Estados Unidos tiene con la URSS, la cual, de entrada, no parece considerar que haya de negociar nada en ese terreno. Una negociación supondría para Moscú un reconocimiento más o menos explícito de que existe su participación en los acontecimientos de América Central: la posición soviética consiste en acusar a Estados Unidos de enmascarar el verdadero problema de los países en litigio y endosar su responsabilidad a otros. Haig sigue sosteniendo que es Moscú quien "proporciona recursos a los revolucionarios y controla la red del comunismo radical, sin la cual la insurgencia en Centroamérica sería imposible". Es este punto de vista el quie puede echar de nuevo a perder los intentos de pacificición. Los que Haig considera insurgentes o comunistas radicales están considerados en los países más democráticos de América Latina y en Europa como combatientes frente a unos sistemas dictatoriales minoritarios e impuestos. Ni la URSS ni siquiera Cuba tendrían hoy poder suficiente como para detener los combates en Guatemala o en El Salvador, que están engendrados por Ias situaciones internas de esos países, situaciones que a su vez se derivan de una explotación brutal de las clases convertidas en menesterosas por una vieja administración y a las que se trata de contener con unas represiones brutales que producen, a su vez, respuestas armadas de enorme violencia. Que la situación convenga a la URSS -que desearía ardientemente ver engolfarse a Estados Unidos en una nueva guerra impopular- es una cosa; que la URSS pudiera contenerla es otra. La posibilidad que algunos observadores políticos han entrevisto de cambiar zonas de influencia, de permitir a la URSS Ias manos libres en Polonia -como de hecho sucede, a pesar del trueno vacío de las sanciones- a cambio de que Estados Unidos las tenga en El Salvador no parece factible, por ese mismo hecho de que la URSS no podría cambiar, aunque quisiera, la situación de insurgencia y porque Estados Unidos no ha conseguido, ni puede va conseguir, una situación polaca en cada uno de los paises americanos afectados: es decir, una dictadura aceptada que cubra las apariencias. Las dictaduras latinoamericanas son enormemente más brutales y no pueden ni siquiera conseguir la especie de sumisión que han conseguido los generales polacos con mucha más moderación en las represiones.Estados Unidos sigue considerando como posible la regularización por medio de elecciones. Se ha visto ya que las de Guatemala no han tranquilizado la situación, sino que han sido unánimemente denunciadas como irregulares. Tampoco ofrecen ninguna confianza las celebradas en Colombia, donde la democracia ha ido convirtiéndose poco a poco en dictadura con apoyo de proclamaciones de ley marcial o de estado de urgencia: unas elecciones que ratifican el poder al Partido Liberal -ya en el Gobierno- y en el que el poder trata de que ni siquiera el otro caildidato liberal, Luis Carlos Galín -que representaba por lo menos una novedad-, desplace a Turbay Ayala.
Nicaragua ha respondido al plan de Haig y a las exclaniaciones de júbilo de López Portillo y del grupo de Nassau con la declaración de estado de movilización nacional: según Managua, el anuncio del plan se habría hecho simultáneamente con algunas intervenciones militares en sus fronteras que estarían patrocinadas por Estados Unidos.
Todo esto quiere decir que el progreso de las gestiones para la pacificación no significa una solución inmediata para la zona de Centroamérica y del Caribe. Las manos de la violencia no se paralizan, y las formas electorales -cuyo próximo montaje es el del día 28 en El Salvador- no pueden dar más de sí: necesitarían previamente una situación de tregua, de acuerdo básico y de renuncias mutuas.
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