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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La organización de la propia derrota

UNA COSA es que un Gobierno sin mayoría absoluta en el Congreso pueda hacer frente a sus responsabilidades como Poder Ejecutivo, tal y como han venido funcionando los sucesivos gabinetes centristas desde 1977 hasta el presente, y otra bien distinta es que un Gobierno descuide la preparación y negociación -mediante pactos y acuerdos con otros grupos- de las mayorías parlamentarias favorables o incluso organice sus propias derrotas en el hemiciclo. Ayer la votación en el Congreso del artículo 1 del Estatuto valenciano propinó a UCD un histórico vapuleo, consecuencia no sólo de la falta del apoyo indispensable de otros partidos sino también de la ausencia en el hemiciclo de tres ministros del Gobierno y, de otros diputados centristas.La denominación de la nueva comunidad autónoma. el diseño de su bandera, la forma de designar a la lengua que se habla en las tres provincias y las competencias dé las diputaciones son los puntos conflictivos del Estatuto que enfrentaron, casi a última hora, a centristas y socialistas. No parece, sin embargo, que esos obstáculos fueran realmente insalvables con buena voluntad negociadora y simple sentido común. Entre Reino de Valencia y País Valenciano siempre hubiera podido encontrarse una denominación oficial neutra, que permitiera la utilización, a gusto de cada cual, de otros rótulos fuera del ámbito vinculante político-administrativo. Los catalanes hablan en ocasiones del Principado y los vascos de Euskal-herría sin que nadie se rasgue por ello las vestiduras. No parece, tampoco, que el procedimiento para distinguir la bandera cuatribarrada valenciana de la antigua enseña de la Corona de Aragón y de la bandera de la Comunidad Autónoma catalana no admitiera fórmulas transaccionales que garantizaran la singularidad del símbolo sin secuestrarlo partidistamente. A este respecto, es muy lamentable que tanto la derecha como la izquierda valencianas compitan insensatamente en la tarea de arrojar leña al fuego a propósito de dIscusiones emocionales en torno a símbolos. Los esfuerzos de UCD por fortalecer el papel de las diputaciones frente a las nuevas instituciones de autogobierno autonómicas es una historia vieja que hunde sus raíces en la constitucionalización -aprobada por los socialistas- de las provincias y tal vez en los recuerdos de algunos líderes centristas que comenzaron su carrera política como presidentes de las diputaciones del anterior régimen. Finalmente, la pretensión del partido del Gobierno de llamar lengua valenciana a la variante del idioma común que se habla en Cataluña, la región valenciana y las Baleares, con el confesado propósito de instalar un cortafuegos que impida la propagación de la ideología de los Países Catalanes, obligaría, de ser tomada en serio, al corolario de incluir en los Estatutos de aquellos territorios en los que se hablen variantes del castellano expresiones científicamente tan injustíficables como lengua andaluza o lengua extremeña.

En cualquier caso, no termina de entenderse la razón por la que el Gobierno se ha obcecado en llevar al Pleno del Congreso un proyecto de Estatuto que contaba de antemano con los votos en contra de socialistas y comunistas, que difícilmente podía obtener el respaldo de las minorías nacionalistas y que planteaba graves problemas a los socialdemócratas recientemente escindos de UCD.

Resulta, así, que el grandioso éxito de los pactos autonómicos, del que el gobierno se ha vanagloriado con pesada insistencia, ha quedado pinchado como un globo nada más surgir el primer desacuerdo serio con los socialistas. Pero lo que ayer ocurrió en el Congreso es de tal envergadura que hasta existe el derecho a sospechar que el naufragio del centrismo en la primera votación del proyecto de autonomía valenciana tal vez haya sido provocado por alguien a fin de encontrar el anhelado pretexto que permita disolver las Cortes y convocar elecciones generales en el crispado clima de incertidumbre y temor creado por el juicio del 23 de febrero y antes de que la cita andaluza ante las urnas termine en una hecatombe para UCD. Es sin embargo tan inverosímil un propósito semejante que solo cabe suponer que esta autoderrota de la UCD de ayer en el Parlamento se inscribe una vez más en la irresponsabilidad y no en el maquiavelismo.

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