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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El poder en la URSS

UNA DE las rachas características de rumores acerca de la inestabilidad del poder en la URSS se ha producido durante la semana pasada. Se mezclaron en ella desde los ya habituales bulos sobre la muerte de Breznev hasta semiverdades sobre temas de corrupción que alcanzan los círculos más altos del Kremlin: hasta el propio Breznev. Lo importante de este tipo de guerra de la información es que el tema central, sea o no sea verdad -y alguna vez lo será-, resulta verosímil. Es decir, que se tiene tanta constancia del deterioro de la dirección política de la URSS y de la indudable decadencia fisica de Breznev que todo se halla dentro de lo posible. El mismo hecho de que el valetudinario Breznev se mantenga en un poder que dificilmente puede ejercer con solvencia parece indicar que de lo que se carece en la URSS es de fórmulas de recambio. El tema es más grave que la simple sustitución de un hombre por otro: lo que se plantea en Moscú es la posibilidad o imposibilidad de continuar la misma política en el interior y exterior del país. La URSS está atravesando por una de las situaciones más graves de cuantas se le hayan planteado desde que terminó la guerra. La ofensiva implacable de Reagan no es, probablemente, la causa sino la consecuencia: Reagan golpea duro porque sabe que el enemigo soviético está en un momento de crisis.A los historiadores corresponde discernir si la caducidad del sistema comunista con el que se gobierna la URSS se debe a lo que en el lenguaje marxista se llama Ias contradicciones internas" -es decir, a su inviabilidad intrínseca- o a la ofensiva del mundo exterior a partir del cordón sanitario y de la misma guerra civil, que introdujo modificaciones profundas en la doctrina comunista y la convirtió en un sistema rígido y sin capacidad de respuesta. El hecho es que la caducidad existe y que los dos sistemas de vida propuestos en Europa a partir de la primera guerra mundial se han desarrollado en tal forma que, con todos los defectos e injusticias que es preciso reconocer, el occidental resulta incomparablemente superior y ofrece más ventajas a sus ciudadanos. Podría considerarse si la brutalidad social que reinaba a finales de siglo, y aún a principios de éste, con sus inmensas separaciones entre ricos muy ricos y pobres muy pobres -el Londres de Dickens, el París de Zola, el Madrid de Misericordia y de La busca-, no se ha atenuado sólo por una conciencia social y por un desarrollo de la ciencia y de la técnica, sino también por el miedo mismo a la revolución y la repetición de los acontecimientos que se produjeron en Rusia. Pero en Rusia misma, en la URSS después, ese posible miedo a la intervención exterior o a una revuelta interna no ha sido positivo y el sistema se caracteriza cada vez más por una mayor esclerosis y una creciente corrupción.

En lugar de responder con cambios de su propia doctrina -tan susceptible de interpretaciones como cualquier otra-, el sistema soviético sólo fue capaz de replicar con purgas, destituciones, lucha contra los revisionistas y los izquierdistas, cárceles, campos de concentración y un universo militar. La revolución murió entre las manos de Stalin, y ni el XX Congreso ni los sucesivos hombres y acontecimientos posteriores han conseguido su resurrección. No sólo a los ojos de los anticomunistas, sino también a los de los comunistas y de los revolucionarios del mundo entero, el sistema de la URSS y el que la URSS ha hecho imperar en otras naciones de Europa no tiene hoy un carácter ejemplar; hace años que dejó de ser el faro, la guía.

No sería extraño que en un país basado en una política defensiva y en un armamentismo paralelo al de Estados Unidos, pero cuyas repercusiones para la población son mucho más costosas y rudas que allí, fuera el estamento militar el que anegara el poder, como ya ha ocurrido en Polonia. Lo cual no es ninguna garantía para los propios dirigentes del Kremlin. Ningún régimen militar, sea cual sea el signo político con el que se presente, es capaz de conseguir la flexibilidad y la apertura para un país. El pensamiento militar está basado en unas premisas de disciplina, obediencia y anulación del pensamiento individual, que es precisamente lo contrario de lo que necesita la URSS en la actualidad: lo que requiere es salir de una dictadura y de un totalitarismo que durante varias generaciones ha aniquilado la libertad y la diversidad del pensamiento.

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No es imaginable que la Unión Soviética pueda continuar mucho tiempo con esta mera imitación lóbrega de sí misma; pero no es tampoco visible cómo en una situación de crisis mundial, y en un momento en que las mismas democracias están abdicando de algunos de sus principios básicos, la URSS vaya a reducir sus defensas interiores y exteriores: sus propios guerreros se lo impedirían. Podría ocurrir incluso que la decisión de Reagan de golpear precisamente en este momento retrasase la evolución de la URSS hacia un sistema más aceptable para sus ciudadanos y para la estabilidad del mundo.

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