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Aparece en Sevilla 'Modernismo y 98 frente a cinematógrafo'

Que Pío Baroja fue actor de cine y guionista, o que Azorín pensaba que la renovación del teatro tendría que venir de la mano del cine son cosas generalmente desconocidas, tanto por la crítica cinematográfica como por la literaria. A desvelar estas y otras incógnitas se ha dedicado Rafael Utrera, cuyo libro Modernismo y 98 frente a cinematógrafo acaba de ser publicado por la Universidad de Sevilla en su colección de bolsillo.Según explicó el mismo a EL PAÍS, Utrera se interesó por el tema objeto de sus investigaciones porque nadie lo había trabajado antes en profundidad. Críticos y ensayistas sin excepción han aceptado y repetido el tópico acuñado en las I Conversaciones Cinematográficas de Salamanca (1955), en virtud el cual "el cine, que nace en la generación del 98, no mereció de ella la menor atención".

Por el contrario, Rafael Utrera se ha propuesto demostrar que no es cierto que los intelectuales del 98, y aun los modernistas, despreciaran el fenómeno cinematográfico. Rubén Darío, Valle-Inclán, Pío Baroja, Antonio Machado, Azorín, Unamuno, Menéndez Pidal y otros se ocuparon -en algún caso, con generosidad- del cine, bien para arremeter contra el invento mecánico de Satanás o para asumir en buena parte su estética y su técnica.

También hay que contar con la evolución de modernistas y noventaiochistas en relación con el cine. Si se toma el caso de Azorín, cabe hablar de dos etapas en su vida: antes y después de 1950. Entrevistado en 1940, Azorín responde textualmente: "Yo tengo del cine una opinión adversa. Creo que ha sido dañino, por inmoral. No me refiero sólo a lo amatorio. Pienso, al decir esto, en la mayor parte de los males que afligen al mundo", aunque a renglón seguido escribiría que lo esencial del cine es el encanto de la luz.

De pronto, con más de tres cuartos de siglo de vida, Azorín empieza a ir al cine a diario -prácticamente no conocía el sonoro- y a hacer crítica de películas. "Este descubrimiento que Azorín hace del cine en su senectud", escribe Rafael Utrera, "no debe interpretarse desde un único punto de vista; es algo más que el entretenimiento de un anciano que ocupa su ocio en una diversión: es el encuentro con un medio expresivo, con una mitología".

Pío Baroja opinaba certeramente sobre las relaciones entre la novela y el cine: "La novela no podrá nunca competir con el filme en descripciones objetivas, como el filme no podrá competir con la novela en lo que sea subjetivo o psicológico. Lo subjetivo necesita explicaciones, a veces, prolijas, y estas explicaciones salen fuera del cuadro de la cinematografía. Por eso las grandes novelas, casi todas productos de la agudeza psicológica, pierden su valor al pasar a la pantalla".

A pesar de que fue poco al cine, don Pío llegó a ser actor. Concretamente, hizo de militar carlista en la versión cinematográfica de Zalacaín el aventurero, dirigida por Francisco Camacho en 1928. En realidad, fue una, intervención familiar, ya que los exteriores se rodaron en el País Vasco, y amigos y familiares de los Baroja actuaron como extras. No puede decirse que la película tuviese un gran éxito comercial, pero fue la primera en España comprada por una compañía extranjera, la Metro, para su distribución mundial.

En cualquier caso, a Pío Baroja le interesó tanto el celuloide, a partir de este rodaje, que poco después escribió una novela-filme -así la subtituló él- llamada El poeta y la princesa, o el cabaret de la cotorra verde, por la que nadie se interesó. El escritor Ricardo Baroja, por su parte, reincidió y trabajó como actor muchas veces en unos estudios franceses donde se crearon las primeras películas sonoras en castellano.

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