"Me arrepentiré toda la vida de haberle pagado las 20.000 pesetas", afirma una de las jóvenes violadas
A primera hora de la mañana de un viernes de finales de enero Isabel llegaba a la estación de Austerlitz, en París. Había salido el día anterior de un pueblo del Mediterráneo, tras decirle a su familia que iba a Madrid "a ver la exposición de Mondrian, el Guernica, ya ves, cien años de cultura". Isabel, que es estudiante, estaba embarazada de cuatro semanas y, con su corta veintena de años, no se había planteado tener el niño: "Me parte, no le podría dar la mitad de las cosas que necesitaría". Por eso había pedido a unos amigos, "que están casados y tienen pasta", 33.000 pesetas, 13.000 para el viaje, en el tren Puerta del Sol, y el resto para la operación, pagada en moneda española.El día antes de salir, a Isabel la pusieron en contacto con Ana, una mujer casada, en paro, igual que su marido, que había tenido un niño hacía seis meses y estaba embarazada de tres. Ana tuvo, en principio, menos suerte para conseguir el dinero. Lo había reunido de 5.000 en 5.000 pesetas y no pudo pensar en el viaje hasta que lo tuvo. Por eso iba con el embarazo tan avanzado y se exponía a que no quisieran operarla.
En la estación de Austerlitz Isabel y Ana cogieron el metro hasta Vaneau, cerca del Boulevard Montparnasse, y allí buscaron la dirección que llevaban.
No les pareció una clínica, sino una casa normal, con dos habitaciones, una de ellas para operar, y un salón grande. Llegaron sobre las once de la mañana y el médico estaba en la casa completamente solo. "Nos pareció simpático y comprensivo. Preguntó por las enfermedades de la familia, si teníamos problemas de hígado y otros detalles clínicos. También quiso saber si teníamos miedo. Ana, que acababa de pasar por un parto, tenía menos; yo iba acojoná.. Como me vio más asustada, me dijo: "Pasa tú la prirnera".
Isabel está sentada en un sofá de casa de una amiga. Bebe cerveza y conforme avanza su narración fuma los pitillos más seguidos. Su familia no tiene problemas económicos y le hubieran pagado un piso encantados, si hubiera querido casarse con Manolo, su novio. Pero insiste en que eso a ella la hubierapartido. En cambio, su voluntad de abortar jamás la hubieran entendido en su familia, aunque su padre milite en un partido de izquierda y sea liberal.
Varios pinchazos en el brazo
"En la mesa de operaciones me di cuenta... Pero voy a empezar por el principio. El médico me dijo que me quitara la ropa, me estuvo palpando el pecho y, de repente, me preguntó si no había posibilidad de continuar con el embarazo.
Le dije que no y exclamó: 'iQué pena!'. Entonces me tomó la tension y me dijo que iba a ponerme lo que manifestó que era anestesia, pero no lo sé, porque me dolió mucho y me enteré de todo. Me pinchó en el brazo como siete u ocho veces, durante alrededor de un cuarto de hora. Yo estaba desnuda de cintura para abajo y sin sujetador.
Isabel se para, enciende un pitillo más, da un nuevo sorbo a la cerveza.
"Entonces... yo estaba tranquila, no sé cómo describírtelo, ¿Te has tomado alguna vez un nolotil? El médico, que estaba de pie, me empezó a acariciar el clítoris; yo creía que era normal y no me preocupaba, pero entonces noté una sensación extraña, me penetró y noté el movimiento; yo intenté levantarme y él me dijo que era preciso que tuviera una excitación y un orgasmo para que el útero tuviera. contracciones y todo fuera más fácil. Yo sabía que eso era rrientira y no tenía fuerza física para lanzarme contra el tío. Le dije que me dejara en paz; yo estaba desplomada. Se me juntaban el calmante, los nervios y el estado. No sabía qué hacer y pensé llamar a Ana, la chica que venía conmigo, pero él había subido mucho la música ambiental y Ana me dijo después que no me oyó quejarme".
A Isabel se le ponen los ojos brillantes: "Si me hubiera dado el derecho de defenderme... Pero allí como estaba, hecha una muerta...".
Después la operó. Y tardó "mucho tiempo, no sé, como hora y media, porque, por lo visto, había muchas complicaciones." Con Aria, que estaba de tres meses, fue rapidísimo, terminó como en un cuarto de hora". Isabel sintió dolores "y supongo que lo normal en estos casos es que, si te duele, chilles, pero yo no tenía fuerzas para quejarme. Cuando terminó yo estaba menos despierta. Me dijo que podía tumbarme en una especie de sofá que había allí mismo. Yo tenía una mareo terrible y empecé a vomitar por la habitación. Estuve tumbada durante toda la operación de Ana".
Cuando la acompañante de Isabel entró en la habitación se asustó al verla. "Intenté decirle a Ana", sigue Isabel, "que tuviera cuidado, que el viejo iba a meterle mano, pero yo tenía una debilidad terrible y ella no se enteró. Sólo me entendió cuando, tras tomarle la tensión y ponerle una inyección, sólo una, empezó a acariciarle el clítoris. Ella se incorporó rápidamente y le preguntó qué hacía. Le contó la misma historia que a mí, pero el hecho de que estuviera más despierta pienso que le hizo desistir".
"Este tío está loco"
Pasó un rato y ambas salieron a la consulta, que a esa hora ya estaba llena de mujeres. A una española que había allí Isabel le preguntó si iban a abortar. Ella la miró extrañada y le dijo que no, que iban a que les recetara unos anticonceptivos. "Sólo me dio tiempo a decirle: 'Este tío está loco'.
Bajaban las escaleras de la clínica a las 15.30 horas, cuatro horas y media después de su llegada. "Sales con una debilidad", recuerda Isabel, "que no puedes apenas arrastrarte. Coge el metro, vete a la estación, saca los billetes y pásate luego una hora sentada en un banco. Cuando a las seis de la tarde subimos al tren, las dos estábamos muertas. ¡Si hubiéramos conocido a alguien en París o hubiéramos tenido alguna dirección...! Para colmo, el médico nos dijo que si no podíamos viajar ese día nos daría la dirección de una pensión... De quedarnos allí, nada."
Llegaron a Madrid a las diez de la mañana del día siguiente, en su litera del Puerta del Sol. Allí esperaba Manolo, el novio de Isabel, con el coche y dice ésta que, en cierta forma, se cerraba una página. "Cuando te ves en una situación como la mía", concluye Isabel, "a la violación no le das gran importancia; se la das a que necesitas abortar y al dolor. Al médico tuve que darle 20.000 pesetas. Y de eso te aseguro que me voy a arrepentir toda la vida".
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