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'POP'

Mucho ruido, muchas luces y mucha gente en el concierto de Miguel Ríos

Era tremendo. La verdad es que nunca un músico español de rock había montado un tinglado de tal calibre. Miguel Ríos, fiel a su pensamiento de ofrecer lo mejor a quienes le aman, echó la casa por la ventana, amontonó la tecnología y revalorizó el gigantismo durante sus actuaciones de ayer y anteayer en la ciudad deportiva del Real Madrid.La gente de Miguel Ríos acudió al reclamo. Colas interminables, un gentío de corte generacional (muchos barbados) se apiñaba junto a las verjas de la ciudad deportiva bajo la mirada atenta de las tripulaciones de unos catorce microbuses de la Policía Nacional y una cantidad no determinada de municipales que trataban (en vano) de solucionar el caos circulatorio que reinaba en el paseo de la Castellana. Las gentes aparcaban en lugares lejanos, los bocatas iban y venían.

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Mucho antes de todo esto, los músicos internacionales que Miguel Ríos había contratado para la ocasión ya estaban entregados a los ensayos. Dos baterías, dos teclados, guitarras a porfía y todas las voces del mundo, preparando unos arreglos que luego serían recogidos para un futuro disco en los 48 canales del equipo móvil de grabación que, también especialmente, había llegado desde Inglaterra. Casi dos semanas de ensayos intensivos bajo la mirada atenta y nerviosa de un Miguel que todo lo ve negro hasta el momento de salir a escena.

Un Miguel que se interesaba agitadamente por un rayo laser venido de Málaga y de características algo caseras. Observando cómo se montaba el estudio móvil de televisión con sus seis monitores, sus cuatro cámaras, sus dos grandes pantallas, cintas de vídeo etcétera. Cómo se apilaban lo módulos que lanzarían sobre el público unos 15.000 watios de sonido protegidos por más de doscientos focos que venían a representar una potencia de 200.000 watios (esta vez eléctricos). La colocación de todo ello, incluidas las esferas de espejuelos para el laser, reclamaba un cierto riesgo y, tal como Spiderman, unos señores gateaban por la techumbre intentando tenerlo todo a punto. Que lo tuvieron, aunque de puro milagro.

Luego, cuando todo había pasado, cuando los propósitos estaban cumplidos, un enjambre de periodistas, fotógrafos y amigos acudía al vestuario en son de alborozo. Fuera quedaban los restos de la batalla y un par de soponcios superados sin problemas. Había sido todo un muestrario de rock mastodóntico. Dos días para 10.000 personas felices. Todo un logro, una epopeya, una saga y una virtud: la acrisolada honradez de un superviviente, Miguel Ríos entre cables.

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