Anatomía de un asesinato político
Diez menos veinte de la noche en una zona céntrica de la capital guatemalteca, interseción entre la Sexta Avenida y la calle Tres, en el distrito nueve. Un jeep color café con leche, cerrado, es interceptado por una furgoneta roja que se cruza en la calzada, ante los ojos de este enviado especial. En la furgoneta van tres hombres jóvenes. Uno de ellos, vestido con vaqueros y una camisa chillona, se baja. En sus manos, un fusil automático. Se acerca al jeep y dispara a bocajarro una ráfaga contra su conductor y único ocupante. Los viandantes huyen despavoridos. La escena está iluminada por el alumbrado callejero y los escaparates de algunas tiendas.Acto seguido descienden de la furgoneta, pistola en mano, sus otros dos ocupantes, también jóvenes vestidos con vaqueros y camisas floreadas, y con el rostro descubierto. Se acercan al jeep y disparan cuatro veces a través de la ventanilla para rematar al conductor. El hombre del fusil ametrallador vigila mientras tanto en todas direcciones. Sin demasiadas prisas, acaban su tarea, los ejecutores suben de nuevo a la furgoneta que los ha transportado y abandonan el lugar del crimen.
El jeep ha ido a empotrarse contra un poste metálico. Su conductor, un hombre de veintipocos años, está acribillado a balazos. Tiene impactos en la cabeza, el cuello y el pecho. Junto a él, todavía en su funda, hay un revólver que no le ha dado tiempo a utilizar. Todo ha sucedido en dos o tres minutos.
Cuando me alejo del escenario del asesinato se acerca una furgoneta de los bomberos municipales, a los que alguien debe de haber telefoneado.
La radio dice horas después que la víctima se llamaba Pedro José Linares y trabajaba como chófer de la dirección del Instituto Nacional de Electrificación de Guatemala.
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