_
_
_
_
_

La guerra civil salvadoreña está llegando a la capital

Viene de la primera páginaLa conquista de Guazapa lleva camino de convertirse en un fiasco. Es cierto que el Ejército ha ocupado la cumbre. Superaba así fracasos anteriores, cuando su aviación, su artillería y cientos de hombres no le permitieron desalojar de las alturas a los guerrilleros. Rompía así el maleficio de que el FMLN era inexpugnable en la montaña.

Pero la ocupación había sido increíblemente incruenta para no encerrar trampa. El Ejército había ascendido por una de las laderas y la guerrilla, en lugar de hacerle frente, decidió descender por la otra para cercar luego a los supuestos vencedores. Mientras el alto mando del Ejército se presentaba a sus compatriotas en la calva última de Guazapa desde todos los periódicos, en las laderas ya se estaba combatiendo de nuevo.

Camiones verde olivo, cargados de combatientes de refresco, circulaban a toda prisa desde San Salvador hasta la base del cerro, transportando cientos de soldados en ayuda de sus compañeros sitiados. La batalla de Guazapa no estaba escrita todavía.

El taxi amarillo camina penosamente arriba-abajo, sorteando curvas por todas partes, entre retenes militares y comprobación de los documentos firmados por el alto estado mayor del Ejército. Se llega apenas a diez kilómetros de Guazapa. Más allá todo tránsito está limitado a vehículos del Ejército. Pero no se puede pasar. Las órdenes son tajantes.

Guazapa se perfila imponente entre la neblina de la mañana. Su tupida vegetación, de un verde casi negro a estas horas, parece el escenario idóneo para una guerra de guerrillas. Sólo los helicópteros y algún cañonazo ocasional revelan que se esté combatiendo.

Acaba de amanecer y en este pequeño país el taxi amarillo puede ir en un solo día a varios frentes de esta misma guerra. Por la carretera del litoral, a la altura del kilómetro 83, los guerrilleros han cortado el tráfico durante los últimos días para cobrar su contribución a los viajeros.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Apenas tres kilómetros antes, el impresionante puente de Oro sobre el río Lempa descansa con la mitad de su panza sobre el agua. Un puente paralelo del ferrocarril se ha habilitado para que pasen los coches de uno en uno, sin valla de protección, sobre el río, que pasa mansamente veinte metros por debajo.

El puente hundido marca justamente la demarcación entre las zonas dominadas por el Ejército y la guerrilla. En los últimos kilómetros antes de llegar al puente de Oro, las patrullas militares se han sucedido en la rutina de comprobar los documentos. Más allá se entra en tierra del FMLN (Frente de Liberación Nacional Farabundo Martí).

En Usulután, el Ejército recupera su presencia en la calle. Nada hace pensar que el país esté en guerra. La guerra se sigue librando por los cerros y las campas, con incursiones ocasionales en las ciudades. Camino hacia el golfo de Fonseca, una ruta de tierra y piedras, casi una escalera, conduce hasta Jucuarán. También aquí hay un puente destruido y hay que dar un giro de diez kilómetros. Por el piso de tierra cruza un camión con unos cincuenta soldados de paisano. Vienen de relevar a las guarniciones de la zona y, de paso, de prender fuego a la floresta. Los montes arden por cinco puntos en una táctica militar de tierra quemada.

Sólo quedan ancianos, mujeres y niños

En Jucuarán, los tiros llegan siempre de una pequeña loma cercana. Uno de los soldados explica que nunca han intentado ocupar el pueblo (3.000 habitantes). "Sólo disparan para tenernos aquí quietos". La dueña de la tienda, esposa del maestro, se queja del aislamiento del pueblo. "Los de caminos no han querido arreglar la carretera porque les atacaron y tuvieron dos muertos. Nosotros mismos hemos tenido que hacer un apaño con tierra para que pueda pasar el bus". Aquí, como en cualquier pueblo, no quedan más que ancianos, mujeres y niños. Los hombres están en la guerra, en uno u otro lado. Los soldados cobran 150 colones al mes (unas 6.000 pesetas). El sueldo mínimo es de 325 colones, pero la mítad del país vive a salto de mata, sin un trabajo fijo, con menos de cincuenta colones.En el retorno hacia San Salvador, el taxi amarillo enfila por Santiago María para cruzar desde la carretera del litoral hasta la panamericana. Un policía nacional dice que la ruta está cortada desde la mañana que "los muchachos" han cruzado unos camiones.

Es el kilómetro 75, entre San Juan de Merino y San Felipe. Bastante antes de llegar, decenas de autobuses y camiones aparecen estacionados en las cunetas, a la espera de que quede libre la vía. Son las cinco de la tarde. Los guerrilleros ya se han ido, llevándose consigo por una pista de tierra dos camiones cargados de víveres. Los demás, con las llantas pinchadas, tratan de cambiarlas a toda prisa para llegar a su destino antes de que caiga la noche. Un remolque ha sido incenciado. También un jeep.

Un camionero cuenta que tuvo que pagarles cinco colones (doscientas pesetas) como peaje. La operación empezó a las seis de la mañana. Veinte hombres y dos mujeres, con pañuelos sobre la boca y gorros con la estrella y las siglas del FMLN, surgen en la carretera con sus metralletas al frente. Un camionero se queja al que parece ser el jefe por el incendio de un vehículo y por los pinchazos. "Me dijo que no tenían órdenes de destruir nada, pero que a los muchachos se les iba la mano a veces".

A las diez de la mañana, los veinte guerrilleros se van hacia el volcán San Vicente para reaparecer de nuevo, sólo cinco o seis, a las dos de la tarde. El Ejército no se presenta hasta las cuatro para tratar de poner orden en un tráfico caótico entre los camiones que siguen esperando sus llantas nuevas. Sólo a las cinco se restablece la circulación a duras penas. Un soldado que apenas tendrá quince años explica que los guerrilleros eran unos niños. Esta es una guerra de adolescentes.

Combates casa a casa en San Vicente

De regreso a San Salvador, ya noche cerrada, uno se entera de otros acontecimientos del día: en San Vicente, la guerrilla atacó a primera hora de la mañana (6.45) el cuartel del Ejército. En medio de una ciudad desierta se combatió casa a casa durante cerca de tres horas. No hay informe de bajas, pero parece que han muerto unos diez soldados y varios civiles más.En San Salvador, el presidente de la Junta, José Napoleón Duarte, ofreció una conferencia de Prensa en la que, ante el acoso de los periodistas, tuvo que admitir la presencia de argentinos en el país. "Pero no se trata de asesores militares, sino de observadores, que, naturalmente, observan y luego hablan". Admitió que barcos de Estados Unidos tienen autorización del Gobierno salvadoreño para patrullar el golfo de Fonseca y reiteró que su país no aceptará la formación de un cuerpo expedicionario del exterior.

No, no cree Duarte en la posibilidad de que la Alianza Republicana Nacionalista (Arena), del ultraderechista mayor Roberto d'Abuisson, gane las elecciones del 28 de marzo. "El pueblo no lo permitirá". Justamente a las siete de la tarde del viernes, la sede de Arena en la capital ha sido ametrallada y hay cuatro heridos. D'Abuisson dice que no tiene miedo y que ganará las elecciones. El viernes por la noche se cerró el plazo para la presentación de candidaturas a las elecciones constituyentes, a las que concurrirán seis partidos, que van desde el centro dereclia hasta la extrema derecha.

Antes de esto, dieciséis autobuses han sido incendiados y destruidos con bombas en la capital. Los empresarios paran por la tarde y amenazan con interrumpir el tráfico de autobuses en todo el país. Todo el día buscando la guerra por distintos rumbos en un taxi amarillo y la guerra estaba llegando a la capital.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_