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Las relaciones entre EE UU y Europa, en su punto más bajo desde la segunda guerra mundial

Soledad Gallego-Díaz

En menos de una semana, cinco ministros europeos han acudido a Washington para entrevistarse con sus colegas de la Administración Reagan. El presidente de la República francesa, François Mitterrand, ha anunciado un viaje para el próximo mes de mayo. Los líderes de los siete países más industrializados del mando se reunirán a primeros de junio en Versalles, y dos días más tarde serán los jefes de Gobierno y de Estado de los quince países miembros de la Alianza Atlántica, que lo harán en Bonn.

La explicación de esta íntensa actividad diplomática entre Estados Unidos y Europa puede quedar resumida en una frase del informe confidencial elaborado recientemente por el director general de Relaciones Exteriores de la CEE, Roy Denman: "Las relaciones entre Norteamérica y Europa occidental están a un nivel más bajo que nunca. Este año corremos el riesgo de hacer frente a una de las fases más brutales y más duras de estas relaciones desde el final de la segunda guerra mundial, tanto desde un punto de vista comercial como político".El propio Denman explica los tres planos en los que se deterioran cada uía más las relaciones entre los europeos y su principal aliado: oleada de proteccionismo norteamericano, polítíca económica de Reagan y problemas políticos (Polonia, gasoducto, distensión, América Central...). Muchos americanos -señala el informe- ven a Europa como un aliado que no apoya la política norteamericana en Polonia, que interfiere en las actividades estadounidenses en el Tercer Mundo, que no paga su parte en el esfuerzo por defender sus propios países y que, para colmo, subvenciona sus exportaciones agrícolas en detrimento de los agricultores norteamericanos y vende acero a precio dumping, perjudicando a la industria siderúrgica de Estados Unidos.

Europa levanta su voz

Los europeos han levantado su voz para explicar su análisis de la situación. Leo Tindemans, ministro de Asuntos Exteriores belga y presidente de turno de la Comisión Económica Europea, recuerda que la solidaridad de la alianza está en función de la supervivencia de la CEE, y resalta el gran peligro que supone la política económica de Reagan, que puede anular todos los esfuerzos para relanzar mínimamente este año la economía europea occidental, que soporta ya más de diez millones de parados.

La ministra de Asuntos Exteriores de Luxemburgo, Colette Flesch, asegura que si Estados Unidos decide impedir a las empresás europeas que utilicen tecnología americana en la construcción del gasoducto soviético que llevará energía a Francia, Italia, RFA y Bélgica, la confrontaclón será inevitable.

"El antagonismo económico creciente entre países aliados", díce Gastón Thorn, presidente de la Comisión Europea, "se traduce inmediatamente en tensiones políticas. Hoy día existe el riesgo de una ruptura del pacto comercial que nos une desde hace muchos años a Estados Unidos".

Incluso los conservadores británicos, defensores de la política liberal de Margaret Thatcher, comienzan a criticar públicamente a la Administración del presidente norteamericano, Ronal Reagan.

En medio de la batalla, el secretario de Estado norteamericano, Alexander Haig, buen conocedor de la realidad europea, intenta luchar contra la tendencia más o menos aislacionista de su colega de Defensa, Caspar Wein berger. Haig ha calificado de extremadamente hipócrita la tesis según la cual los europeos no participan en su defensa: la participación de Estados Unidos en los gastos de defensa de la Alianza Atlántica, con ser muy importante, disminuye cada año, absorbida por el propio esfuerzo de sus aliados.

División e incoherencia de los europeos

Hasta ahora, Washington ha podido contar con la propia división e incoherencia de los europeos, que practican entre ellos mismos políticas y economías diferentes. Pero la evidente repercusión de las teorías monetarias de la Administración norteamericana han llevado a la CEE a buscar una actitud común frente a Estados Unidos, y los ministros de Asuntos Exteriores de los diez ponen a punto, poco a poco, una estrategia común ante el problema de América Central y las relaciones con la Unión Soviética.

La unídad europea puede acentuarse próximarnente si prospera la propuesta ítalo-germana (plan Genscher-Colombo) de reforzar la cooperación de los diez en temas de defensa. La iniciativa molesta a la OTAN, pero ha recibido un nuevo impulso en el consejo comunitario al levantar sus reservas Irlanda, país que no pertenece a la Alianza Atlántica y que es miembro de la CEE.

No se puede decir, sin embargo, que la coherencia interna europea sea satisfactoria todavía. Bien al contrario, los expertos estiman que todas las propuestas de unión europea son planes simbólicos, lanzados precisamente cuando las discusiones entre los diez son más agrias a propósito de la reestructuración del Mercado Común.

No cabe tampoco imaginar un enfrentamiento abierto entre los aliados. Europa necesita a Estados Unidos, sin la menor sombra de duda, para su defensa frente al Pacto de Varsovia, y está más tranquila cuando Washington ejerce firmemente su liderazgo frente a Moscú. El único problema lo constituye el pago que los aliados deben hacer a su hermano mayor por tantos servicios: aceptar sin protesta políticas económicas desastrosas para sus intereses, apoyar sin matices actividades norteamericanas en cualquier punto del globo, echar leña al fuego en la carrera de armamentos y el retorno a la guerra fría.

Es demasiado, piensan los europeos occidentales, dispuestos a líbrar, en la medida de sus medios, una cierta batalla para impedir que el retorno pujante de Estados Unidos como líder mundial no suponga una agravación de la crisis europea.

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