Falla y Turina, juntos de nuevo en unos poemas escénicos
XIX Temporada de Opera de Madrid
"Jardín de Oriente", de Martínez Sierra y Turina. "La vida breve", de Carlos Fernández-Shaw y Manuel de Falla. Director musical. García Asensio. Director escénico: Juanjo Granda. Coros: José Perera. Ballet: Alberto Lorca. Bailaora: Ana González. Escenarios: Gregorio Esteban. Intérpretes principales: M. Orán, L Rivas, A. Blancas, M. Carmen Hernández, E. Esteve, Sanz Remiro, M. Cid, I. Gavari y P. Pérez Iñigo.
Teatro de la Zarzuela. 23, 25, 27 y 28 de febrero.
Comenzó la temporada de ópera en la Zarzuela con un homenaje a Joaquín Turina en el que, como tantas veces en su vida, estuvo acompañada por Manuel de Falla. Así se reunieron en París y así recibieron el aplauso de los ateneístas al regresar a Madrid. Así iban a la Opera-Cómica de la capital francesa, acompañados de Eugenio D'Ors quien se extrañaba, en una de sus glosas: "¿Por qué esta afición entre los que hablan de música moderna, a proceder por diadas? Se dice Falla-Turina, Albéniz-Granados, Debussy-Ravel...".
El por qué de la diada Falla-Turina -don Eugenio lo sabía bien- se basaba en cierto paralelismo biográfico, en una fidelísima amistad, en su filiación andalucista y en una comunidad de inquietudes entre las que contaba el teatro musical al que don Manuel y don Joaquín se acercaron cada uno según su gusto y sus maneras. En definitiva: juntar los dos nombres para celebrar el centenario de Turina me parece más que tópico, conformista, refinada delicadeza.
Cuando se estrenó en el Real Jardín de Oriente, con el descuido que nuestro coliseo parecía acoger las obras españolas (cuando las acogía y si no, ahí está el caso de La vida breve), los críticos se hicieron lenguas del estilo ligero, refinado y gracioso de la orquestación. Escuchada ahora, la partitura de 1923 -es decir, posterior a La procesión del Rocío y la Sinfonía sevillana- recibimos la misma impresión que nuestros colegas de antaño. Allí está Turina, entero y verdadero, en su lenguaje melódico, armónico y rítmico, pero en el instrumental se ha operado un cambio notable: el que busca la simplicidad, la depuración, la máxima transparencia sin dimitir de los procedimientos que cualifican toda la creación turinesca.
Un ingenuo ambiente de cuento oriental
Como vio Adolfo Salazar, el compositor describe el ambiente (un muy ingenuo ambiente de cuento oriental) "con suma discreción y con un gran cuidado de esquivar los lugares comunes". Por encima de tantas diferencias, hay algo común en La vida breve y en Jardín de Oriente: se trata de poemas escénicos, antes que de óperas, propiamente dichas, aunque nos acojamos a la solución ópera-ballet. Cantan los personajes de Jardín de Oriente, en melodías tan líricas como las mejores canciones de Turina, o se entregan a una suerte de declamación melódica, tan narrativa como obligan los textos de Martínez Sierra. Aparecen en dosis bien medidas, las morisquerías, que el compositor anotó en su viaje por el Norte de Africa hasta lograr una danza tan elegante como la del cuadro primero.
Y se alza la belleza de la parte de Caliana que María Orán asumió esta vez con medios preciosos, gran sabiduría e inteligencia poco común. Con ella lució su buen criterio y atractivo vocal, Antonio Blancas bien acompañados ambos por Isabel Rivas, Ascensión González, Foronda y Aurelio Rodríguez.
Es difícil, muy difícil, La vida breve, de Fernández Shaw y Falla. Por lo mismo, merece elogios la personalísima labor de María Carmen Hernández, una salud de gran autenticidad, el brillante trabajo de la Rivas, Evelio Esteve, Manuel Cid, Paloma Pérez Iñigo y Sanz Remiro. En las dos óperas actuaron muy bien, coros y ballet. García Asensio condujo la parte musical con seguridad, adecuada expresión y calidades muy considerables.
Babelia
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