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El proceso por la rebelión militar del 23 de febrero

El despliegue de la Acorazada

"No entiendo cómo estoy procesado". Esta frase pertenece al alegato que el coronel San Martín ha querido añadir a su declaración sumarial, leída ayer a petición fiscal. Una posdata declaratoria cortante, enérgica, construida en frases muy breves, que transpira toda la irritación contenida de este hombre corpulento, con una sólida carrera política y militar a sus espaldas, que no oculta en su declaración cómo el primer arresto que se le impuso tras los sucesos del 23 de febrero le impidió participar en los cursos de ascenso a general (también recuerda que era el número tres de su arma), cómo podía aspirar a la más elevada jerarquía castrense, máxima aspiración de un soldado, y la vé frustrada por este procesamiento.El coronel San Martín drena un corazón dolorido: como jefe de Estado Mayor de la Acorazada dice que sólo cumple las órdenes de su jefe, el general Juste, y las cumple a satisfacción; tras la intentona se felicita a su división; de su lealtad constitucional añade que dan fe sus charlas a los soldados sobre la carta magna; él asegura que no ha sido cerebro de ninguna conspiración y si retrasó información a su general fue por prudencia, por la misma prudencia que luego utilizó el general Juste para retrasar a su vez información a otros superiores. "¿Por qué?", se pregunta, "¿no está procesado mi jefe y lo estoy yo?". Compañeros de San Martín comentan que, a raíz de su detención, les decía, aludiendo a su eficiencia al frente de los servicios de información de Carrero Blanco: "¿Pero creéis que si esto lo monto yo hubiera salido tan mal?"

La declaración del general Juste, leída tras la pausa del almuerzo, añade leña a la indignación de su subordinado. La explicación del general es, objetivamente, una teoría de justificaciones que apenas velan dos hipótesis razonables: o se vió instalado en una actitud pusilánime ante los acontecimientos (lo que profesionalmente le pone a los pies de los caballos) o el nivel de sus dudas es, como poco, merecedor de una investigación más profunda. A mayor abundamiento, Juste declara que en ningún momento perdió el mando de la Brunete y que su jefe de Estado Mayor fue en todo momento un fiel subordinado que cumplió correctamente sus órdenes.

Tras las dos declaraciones, las palabras de San Martín -"¿por qué estoy procesado yo y no mi jefe"?- se adensaban en la conciencia de los presentes en la sala de la vista, en el entendimiento de que el general Juste puede verse abocado a serias dificultades jurídicas.

La sesión de ayer, dedicada corno las precedentes a lecturas sumariales a petición fiscal, fue apretada en interés. Sutiles incrementos en la seguridad fueron puestos en práctica, tales como adelantar el cordón de la policía militar en los descansos para distanciar periodistas de procesados Tejero, en el primer receso, siempre jovial, comentaba: "Yo no digo nada que estos -por los informadores- lo oyen todo". Quien esto firma fue cacheado individualmente a la mitad de la sesión y a la puerta de la sala, pesé a haber pasado, obviamente, los estrictos controles de acceso. Cacheo efectuado con la perfecta corrección que distingue a la seguridad del proceso. Cuando el público abandona el recinto, furgonetas de la Policía Nacional taponan la entrada para evitar que, como en las jornadas precedentes, los fotógrafos disparen directamente sus cámaras sobre los que salen.

El ministerio fiscal centró ayer sus peticiones de lectura sobre dos líneas definidas: oficiales del CESID -el comandante Cortina y el capitán Iglesias- y la División Acorazada Brunete-1. Cronológicamente cabe destacar la firmeza con la que Cortina niega todo conocimiento de Tejero. No se entrevistó con él; no le llevó al domicilio de sus padres (que Tejero describe con tanta precisión), no le facilitó apoyo logístico del CESID, etc. El careo Cortina-Tejero alcanza tintes de enfrentamiento personal Tejero afirma que vió a Cortina "borracho de verborrea". El comandante se indigna y pide se su prima el apelativo de la declaración. Tejero afirma que Cortina le habló de decretos firmados por el Rey para el nuevo Gobierno. Cortina replica: "Estaría desquiciado para hacer una cosa así". El teniente coronel: "Pues estaría desquiciado". Cortina tiene que contenerse y señalar que estaba lúcido. El capitán Iglesias, también del CESID, continúa, negando con la cabeza su relación con lo que se lee, aunque un fallo aparece en su firmeza: fue subordinado de Tejero en el País Vasco y las dos familias trabaron amistad. El teniente coronel, preguntado si recuerda la hora en que recibió material sofisticado de comunicaciones por parte de Cortina o Iglesias, responde: "La próxima vez que asalte un Congreso tomaré nota de las horas".

La Acorazada centra el resto de las lecturas y, lentamente, esta gigantesca unidad de intervención inmediata -doscientos kilómetros de longitud en línea de marcha desde Madrid- empieza a recordar a los paracaidistas franceses del general Massu tras el putsch de Argel. Un inquietante descontento político generalizado entre profesionales de élite.

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Torres Rojas, ex-jefe de la Brunete, jefe claramente más querido por los divisionaríos que Juste, declara, insistiendo varias veces, que nunca dudó del respaldo real a la operación y que, a la vista de los acontecimientos, llegó a pensar que el Rey había cambiado de criterio. Interrogado sobre su opinión tras conocer los pasos que estaba dando La Zarzuela para sofocar el golpe insiste en que el monarca habría cambiado de parecer, por cuanto él nunca ponía en duda la palabra de Milans del Bosch. Los a veces ociosos bolígrafos de los periodistas -se da lectura a muchos folios conocidos- rasguean rápidos el fondo de silencio de la sala.

La declaración del comandante Pardo Zancada -el oficial que se sumó a un golpe ya fracasado- abunda en el mito que se está forjando en torno a este militar. Una declaración rectilínea, sin intentos exculpatorios ni derivación de responsabilidades. Al contrario, reconoce su papel como oficial de enlace de Milans en la operación y sus reproches a un superior -San Martín- por su inseguridad cuando la Acorazada recibe órdenes de acuartelamiento al filo de su salida para ocupar sus objetivos en Madrid.

Cuando se le solicita que razone su salida con las dos compañías de la policía militar divisionaria para unirse a Tejero en el Congreso, parece descender sobre la sala un friso en honor de la dignidad militar considerada en abstracto: pensó en los guardias civiles abandonados por todos los demás; en la posibilidad de que Milans le tuviera por tibio en sus misiones de enlace; en dar un aldabonazo en la conciencia de sus camaradas de armas; en marchar al sacrificio personal para concienciar a los cuadros profesionales del Ejército de la inanidad de criticar al mando sin ejercer una acción efectiva; en servir al compañerismo; en evitar la disolución física de España; "desprecio y rabia" ante una supuesta pasividad de sus conmilitones; etc. Su declaración llega al extremo de reconocer que obró así porque sabiendo el afecto, el cariño y el prestigio que tiene entre sus compañeros, sentía la mirada de todos fija en él y actuó en consecuencia.

Pardo Zancada no es un militar común, ni siquiera un hombre corriente. De la sinceridad de los principios que parecen regir su vida no caben muchas dudas. De su tirón entre muchos otros militares, tampoco. Hay quien. comenta que sería un oficial-tipo del Estado Mayor alemán, de origen prusiano, disuelto tras 1.945. Otros estiman que en una traslación histórico-temporal parecida, Keitel le habría mandado fusilar. Sea como fuere, su declaración no está libre de zonas oscuras. Capitanes que salieron con él admiten no saber a donde iban y que no le hubieran seguido de conocer el final del trayecto, "aunque se solidarizaran con la Guardia Civil". A más de que Pardo Zancada, ya en el Congreso, retrasa el cumplimiento de una orden directa del Rey; de hecho puede decirse que la ignora.

Y a este respecto no puede dejar de considerarse una reflexión elemental sobre la conducta de todos estos jefes y oficiales que constantemente evocan el cumplimiento de órdenes superiores y el lógico acatamiento a la cadena de mando militar: un comandante (Pardo Zancada) hace venir a Madrid al gobernador militar de La Coruña (Torres Rojas); un Capitán General, que le dice por teléfono a Juste que él solo manda en la III Región Militar, detrae de sus servicios de Madrid al comandante Pardo Zancada; Milans se salta a su jefe de Estado Mayor en honor de Ibáñez Inglés; el general Juste da por buenas las explicaciones de un comandante sin tomar antes contacto con su Capitán General (con la frase "Bueno, pues adelante", que está a punto de sacar la Acorazada); el coronel Manchado primero no acaba de dejarse convencer por su inferior Tejero y pocas horas después no obedece las órdenes del Director General de su Cuerpo; Tejero..., bueno, Tejero es otra historia.

Pero el caso es que, a tenor de las declaraciones que se están escuchando y a poca lógica militar que se tenga, la defensa de los acusados tiene bastante difícil el desarrollo de esa teoría de obediencia al mando, al escalón superior y al número uno. Por lo que se va sabiendo, en esta historia nadie obedece a nadie, o mejor dicho a nadie de los que deben obedecer.

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