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Entrevista:

Antonio Tovar: 'Los escritores hispanoamericanos son arrogantes, pero dan porvenir a nuestra lengua"

Acaba de publicar 'Relatos y diálogos de los matacos'

Antonio Tovar, académico, filólogo apasionado por el estudio de lenguas antiguas y lejanas en la historia, acaba de publicar los Relatos y diálogos de los matacos, primer volumen de una serie que prepara el Instituto de Cooperación Iberoamericana bajo el título genérico de Rescate de las culturas aborígenes de América. De Antonio Tovar (Valladolid, 1911), aparece también en las librerías la reedición de Lo medieval en la conquista y otros ensayos americanos, un trabajo revelador del quehacer ensayístico del filólogo premiado internacionalmente el pasado año con el Premio Goethe "por su contribución al acercamiento entre los pueblos".

Jubilado del exilio y de la Universidad después de una intensa labor docente que le llevó de Salamanca, donde fue rector, a Illinois, Buenos Aires, Tucumán y Tubinga, el profesor Antonio Tovar trabaja en su domicilio madrileño en obras de la envergadura de un diccionario del vascuence o de la geografía antigua de España, y hace altos en el camino para actualizar algún título antiguo. Es el caso de la segunda edición de lo que llama una especie de guía de teléfonos de las lenguas hispanoamericanas", en el que están empeñados el académico y su mujer, Consuelo Larrueca. El catálogo incluye el nombre de cada lengua, y dónde, quiénes y cuántas personas la hablan. "Este es un trabajo muy poco divertido", dice el profesor Tovar para justificar "el desorden que nos tiene absolutamente dominados en el despacho". ¿Cuántas lenguas se hablan en Hispanoamérica? La respuesta exige una cuestión previa sobre lo que entendemos por lengua. Así, con una cierta timidez, se podrían contar por centenares. Pero también se podría hablar dé millares.Los Relatos y diálogos de los matacos, editados ahora, son fruto importante, aunque marginal, de esa labor de lingüista, producto de los años en que Antonio Tovar enseñó en las universidades argentinas. El estudio de las lenguas le parece al autor un tema fundamental en la historia de la colonización española, ya que era la primera vez que los europeos se interesaban por lenguas de otras culturas, salvando los casos de Raimundo Lulio, que aprendió árabe para predicar, o las primeras y elementales gramáticas que los misioneros españoles hicieron del chino o del japonés.

Antonio Tovar, ensayista con amplia dedicación a la crítica literaria, reflexiona en sus Ensayos americanos sobre el destino del castellano en América, no sin recordar antes las posiciones radicales de aquellos independentistas que no querían hablar "la lengua del Imperio" o que, textualmente, declaraban que "el castellano de Madrid no será jamás el castellano de Buenos Aires". Hay que hablar, por tanto, de la literatura castellana en América y, concretamente, de los novelistas del boom.

El profesor Tovar no acepta la supremacía de estos narradores (García Márquez y Vargas Llosa son sus preferidos) "que hicieron su propaganda como si hubieran salido de un tercer mundo" y que, en realidad, eran sucesores de "grandes escritores que ya hubo en América hace mucho tiempo".

En su opinión, el boom de la novelística hispanoamericana actual, que reconoce en su gran valor, "se beneficia de la universalización de la cultura no europea". "Hace años, a nadie se le ocurrió traducir a Rubén Darío, a pesar de que vivió en Paris, mientras que ahora los europeos ya no se consideran el centro del universo y traducen de todos los idiomas. Igual universalización se aprecia en la concesión de los premios Nobel".

La destrucción de la Universidad

Hay quienes viven preocupados por el futuro del "castellano viejo", por el que buena parte de los novelistas del Nuevo Mundo se muestran poco respetuosos. Antonio Tovar ni descarta ni justifica ese temor porque, "evidentemente, un escritor colombiano utiliza el castellano de Colombia, no el de Madrid". "Los nuevos escritores", reconoce, "son más arrogantes pero hay que tener en cuenta, como ejemplo, que el número de mejicanos es el doble que el de españoles. Y eso tiene que pesar, aunque no deba preocuparnos. Da porvenir a nuestra lengua, que, en otro caso, estaría amenazada por las otras grandes lenguas científicas. Competimos con el francés o el inglés gracias a que nuestra lengua la hablan trescientos millones, con minúscula, de personas. Si a cambio nos sentimos menos dueños de nuestra lengua, es la otra cara de una moneda que también tienen los portugueses con el Brasil".

Antonio Tovar se fue de la Universidad española porque la vida se le había hecho "muy difícil después de 1956". Pero conoce "la enfermedad que padece" esta institución, sobre la que escribió un ensayo en vísperas de los sucesos del mayo francés, Universidad y educación de masas.

"El mayo del 68", piensa Antonio Tovar, "fue una marea revolucionaria en un mundo un el que, por cierto, ya nadie sabe qué sea la revolución. Esa crisis coincide en España, además, con el desgaste del franquismo, por lo que nuestra universidad, que no era buena, quedó más destruida que las otras europeas".

¿Cuál puede ser la solución? El profesor Tovar no encuentra otra distinta que la de "ponerse a trabajar en serio para buscarla". "La anarquía", advierte, "no se ha corregido, faltan leyes, la Universidad se ha convertido en botín de los que quieren ser funcionarios. Todo eso hay que arreglarlo".

¿Cómo arreglar un mundo, no ya sólo la universidad, en el que faltan hombres con autoridad moral para marcar las soluciones? La pregunta nos lleva a hablar de los intelectuales.

"El mundo moderno", dice Tovar, "no reconoce mucha superioridad a nadie, en primer lugar porque las ciencias, los conocimientos, se han vuelto complicados e inalcanzables para una sola persona. Hace siglo y medio Hegel lo sabía todo, lo explicaba todo. Ahora es imposible, ahora los intelectuales somos especialistas y nuestro papel es mucho más modesto. No tenemos en la cabeza el universo, como Hegel. Sartre fue el último en Europa, en España Ortega y Gasset. Ahora al intelectual le falta autoridad porque la gente no admite que la tenga; no marca ese papel a nadie, ni siquiera al político".

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