La Conferencia de Madrid
LA CONFERENCIA sobre Seguridad y Cooperación en Europa, que ayer reanudó en Madrid una larga peripecia que comenzó en Helsinki, sufre, como todo intento de institucionalizar los grandes rasgos de una paz y una convivencia europeas, de unas ciertas perversiones que pueden incluso inutilizar sus posibilidades. En Helsinki se intentó. que el teatro europeo estuviese interpretado por los europeos, aun con la adición -lógica- de Estados Unidos y Canadá. Hay por lo menos tres puntos de vista esenciales en la CSCE: el de las naciones menores, del Este o del Oeste, que intentan la menor dependencia posible de las cabezas de sus respectivos bloques, desplazar al máximo no sólo los riesgos de guerra, sino los esfuerzos económicos militares y crear unos principios de entendimiento comercial, industrial y cultural entre sí, sin pasar por las ventanillas centrales; el de la Unión Soviética, que ve una posibilidad de ahondar en las diferencias que hay entre europeos del Oeste y Estados Unidos y en salir de un bloqueo económico y de un cerco militar, y, en fin, él de Estados Unidos, que desde el principio vio con reticencias lo que podía suponer para él el exceso de personalidad de sus aliados y un triunfo soviético en el tema del desarme en Europa. En este momento, Estados Unidos basa su diplomacia en la Conferencia de Madrid en la misma y única doctrina con que actúan en la totalidad mundial: reclamar de sus aliados una adhesión casi unánime y acusar a la URSS de falsaria en esta conferencia al violar continuamente -como de hecho lo hace- los acuerdos sobre derechos humanos de Helsinki. Si Washington no obtiene este consenso, preferiría romper la conferencia enarbolando el principio de guerra fría, de que con la URSS y con el comunismo en general no hay posibilidad de acuerdos, de pactos o de entendimientos porque su moral -su amoral- no les obliga a cumplir nada. Lo cual no es obstáculo para que Estados Unidos continúe sus contactos directos con la URSS. La conferencia de ahora, o se instrumenta como un proceso a la Unión Soviética Por el tema de Polonia -como ya se intentó hacer con Afganistán-, o se rompe, se aplaza, se suspende, se fosiliza. Los europeos consideran, al menos con la misma preocupación que Estados Unidos, la situación de Polonia y de los otros países invadidos y han condenado con toda dureza el golpe de Estado militar patrocinado por la URSS; pero muchos creen que ahondar en los principios de, libertad y los derechos humanos, en las comunicaciones libres y en el reconocimiento de la civilidad y la individualidad como bases európeas puede ser más eficaz que un cerco y un proceso generalizados al mundo comunista, y sienten con más vergüenza que sus aliados de Estados Unidos la presencia de un delegado turco en la conferencia sin que la acusación por la falta de libertades y el aplastamiento de las poblaciones civiles se vuelva contra él. La delegación americana pone el énfasis en mostrar las coincidencias objetivas entre la posición soviética y la de los pacifistas, europeos o la de las capitales democráticas que denuncian la dictadura turca. La acusación de procomunismo a todo aquel que no piense como el Pentágono o como el Departamento de Estado comienza a ser moneda corriente en Washington.Mientras tanto la actitud de la delegación soviética y de sus países aliados, notablemente la de Polonia, a la que por pura paradoja le ha tocado en suerte presidir la sesión de ayer de la conferencia, no hace sino empeorar las cosas. La decisión del delegado polaco en funciones de presidente de no dar la palabra a doce oradores inscritos para la sesión de la tarde de ayer provocó una verdadera tormenta diplomática, y no era para menos. Todo fue crispación y nervios ayer en Madrid. La dureza de los discursos, entre la que destacó una intervención inteligente y realtivamente moderada del representante español, las amenazas de Haig, el cinismo del representante de Moscú responsabilizando a Occidente del aplastamiento de las libertades polacas, contribuyeron a crear la sensación de que el inmediato futuro de nuestro orbe depende del mal humor y la falta de principios de un puñado de funcionarios gubernamentales.
Y sin embargo en esta Conferencia de Madrid tiene todavía el mundo derecho a depositar algunas de sus esperanzas de paz. Su aplazamiento más o menos indefinido -aun en el caso de que se anuncie que se reanudará a final de año-, y mucho más aún su ruptura, puede significar el fin de toda una larga etapa de distensión que ha ilusionado los esfuerzos de los estadistas de todo el mundo. El regreso a una política de guerra fría y a la bipolaridad resuelta, en la que sólo Estados Unidos y la Unión Soviética tratarán de resolver, a partir de las conversaciones de Ginebra, las cuestiones del desarme, supondrá un grave y ya parece que irremediable retroceso para la Humanidad. Europa tiene razones para conturbarse: sus países occidentales son cada vez más una sombra de lo que fueron. Dependientes de Estados Unidos para su seguridad, lo son también para su economía y su política exterior y de defensa. Todos ellos juntos son más fuertes, más ricos y más poderosos que los poderosos Estados Unidos de Norteamérica, que sin Europa vería peligrar sus propias condiciones de vida. Pero Europa ha perdido, o amenaza con perder, la iniciativa sobre su propio continente. Si a esta crisis se le añaden los perfiles de la depresión económica y la práctica inutilidad de los esfuerzos para el desarme nuclear, si se consolidan la política de bloques y la razón de la fuerza a la hora de defender pretendidas posiciones morales o de principio, bien podemos suponer que el mundo se está acercando cada día un poco más hacia la catástrofe de su propio suicidio.
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