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El magisterio de la modernidad en España

Nacido el año 1882 en la localidad onubense de Río Tinto, hoy conocida por Nerva, y muerto en Madrid el año 1969, por consiguiente casi tan longevo como Picasso, Daniel Vázquez Díaz desempeñó un papel muy importante en la pintura española contemporánea. Dotado de excelentes cualidades pictóricas, su aportación artística en nuestro país trascendió, sin embargo, a lo que hay en sus cuadros, ya que Vázquez Díaz ejerció por aquí un inapreciable magisterio. Me estoy refiriendo no sólo a los. centenares de alumnos que tuvo, tanto en la cátedra de San Fernando desde 1933 como en su taller-estudio particular, entre los que merece la pena recordar a José Caballero, Caneja, Olasagasti, Lara, Mampasso, Canogar, Ibarrola, etcétera, sino también al valor didáctico general de su actitud, abierta a la vanguardia.En este último sentido he de decir que Vázquez Díaz no fue, desde luego, un beligerante revolucionario, pero supo conciliar, con discreción y hondura, clasicismo y modernidad.

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Vázquez Díaz realizó sus estudios en Sevilla, donde simultaneó sus aficiones pictóricas con el ingreso en la Escuela de Comercio, en la que alcanzó en 1898 el título de profesor mercantil. No llegó a ejercer esta profesión, pues al año siguiente ya le vemos inmerso en los círculos artísticos y literarios de la ciudad andaluza, cuyas tertulias eran frecuentadas entonces por Juan Ramón Jiménez, Iturrino, Zuloaga, Ricard Canals y Javier de Winthuysen. En 1903, Vázquez Díaz se trasladó a Madrid ya como pintor, y en la capital, además de estudiar a fondo los cuadros del Museo del Prado, traba amistad con Solana, Regoyos y Juan Gris, por citar sólo los nombres de los pintores más significativos entre una barahúnda de escritores, artistas e intelectuales que trata este temperamento dotado para la relación social.

En 1906 se instala en París, donde Vázquez Díaz entra en contacto con la vanguardia y se hace amigo personal de algunos de sus principales representantes, tanto españoles como de otras nacionalidades. La lista de todos ellos es inabarcable, pero sí es curioso resaltar la importancia de las relaciones de nuestro pintor con Picasso, con el que expuso, con Juan Gris, Max Jacob o Modigliani, del que realizó un estupendo retrato. Ese mismo año moría Paul Cézanne, cuya inmediata exposición retrospectiva fascinó a los vanguardistas más despiertos y también al propio Vázquez Díaz, que, desde entonces, consideró al genial pintor francés como su principal guía.

En París asiste además al taller de Bourdelle, el escultor que fue discípulo de Rodin,con el cual traba una profundísima amistad, hasta el punto de llegar a afirmar posteriormente que todo lo que tecnicamente había aprendido se lo debía a este maestro francés. En París, en fin, Vázquez Díaz no sólo es cordialmente aceptado en los círculos más diversos, sino que también triunfa corno pintor. Véase, si no, para comprobarlo la resonancia de su exposición individual en la galería Chevalier, que fue presentada por el entonces famoso novelista Henri Barbusse.

De moderado a provocador

Esta aceptación, no obstante, no debió consolar su nostalgia, ya que en 1918 decide volver a España y se instala en Madrid. Como era de esperar, aquí se encontró con un panorama muy distinto: el artista que en la capital francesa era considerado como un moderado, algo así como un ecléctico dotado de particular talento, en la nuestra pasó casi por un provocador, que había que mirar, por lo menos, con desconfianza. No voy hacer a este respecto un recuento de agravios padecidos, pues, en realidad, le ocurrió lo mismo que a los que en aquella época mostraron interés por la vanguardia, ya fuera él mismo o María Blanchard, Pancho Cossío, Bores, Maruja Mallo, etcétera.

La importante Exposición de Artistas Ibéricos (1925), en la que participó Vázquez Díaz junto a la plana mayor de la vanguardia local, armó mucho ruido, pero ciertamente no cambió el destino de sus protagonistas. Catedrático de San Fernando desde 1933, tras un escandaloso suspenso que saltó a la Prensa diaria, Vázquez Díaz consiguió al menos ser respetado. No obstante, no se puede decir que alcanzara el reconocimiento oficial que se merecía hasta una fecha muy tardía, casi hasta los años cincuenta, cuando estaba a punto de cumplir los setenta de edad.

La característica más notable de la pintura de Vázquez Díaz, es el énfasis constructivo, de inspiración cezanneana; pintura seca, sobria, articulada en planos, de coloración mineral, quizá recuerdo del desolado paisaje de su pueblo natal; pintura abierta a cierta modernidad y quizá por todo ello considerada a veces corno tímidamente cubista, aunque lo que realmente reflejaba era el espíritu refinado y cosmopolita de una personalidad abierta e inteligente, justo lo que hacía más falta por aquí. Como decía, en España no se le recompensó en exceso, pero la huella de su magisterio es indudable.

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