Un premio muy discreto
De forma muy discreta se ha estrenado en Madrid una de las películas premiadas en el último festival de Cannes. Cierto es que el galardón a los mejores actores secundarios tuvo todo el aire de una consolación, y quizá por ello ha sido tímidamente destacado en la publicidad; aun así, fue un premio.La razón para señalar Carros de fuego en el palmarés puede encontrarse, de un lado, en la fuerza económica de la compañía multinacional que distribuye la película, y, de otro, en que el director, Hugh Hudson, ha realizado un trabajo pulcro y respetable.
La historia de los dos corredores que se enfrentan en la olimpiada de 1924 no es, sin embargo, apasionante. De ahí que el guión trate de desarrollar todas las posibilidades que un planteamiento así encierra. Siguiendo la biografía de ambos competidores -un judío de Cambridge y el hijo de un misionero escocés-, el contraste entre sus orígenes y caracteres, las historias familiares o amorosas que les rodean y las motivaciones de sus respectivos afanes de victoria, Hudson mantiene el juego dramático en sus ambiciones psicológicas, sociales y hasta de intriga.
Carros de fuego
Un premio muy discreto. Director: Hugh Hudson. Producción: David Puttnam para Enigma y Twenthieth Century-Fox. Intérpretes: Ben Cross, Ian Charleson, Nigel Havers, Cheryl Campbell y Alice Krige. Inglesa, 1981. Comedia dramática. Local de estreno: Alexandra.
La debilidad de su esfuerzo reside en que ninguna de esas ambiciones logra superar los límites de lo discreto. No se extralimita en sentido alguno y se reduce a lo tibio. En ello, junto a sus aciertos, se basan las insuficiencias. Otras narraciones más vibrantes podrían haberse hecho.
Carros de fuego es, evidentemente, una película para público poco exigente, pero amante, al tiempo, del rigor en los medios de producción, en la eficacia de los actores, y la buena presentación del producto. Eso fue, en definitiva, lo que motivó el premio de Cannes. Y no se discutió.
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