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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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¿Con cuál España?

Hace poco participé en una amena charla de sobremesa con algunos españoles e hispanoamericanos de distintas procedencias. La conversación recayó, ineludiblemente, en el candente tema de las tendencias particularistas y hasta separatistas que han brotado con tanta fuerza en la España posfranquista.Una especie de movimiento pendular ciego, como reacción al extremo centralismo, ha llevado hacia el extremo opuesto. Se invocan y reafirman los regionalismos históricos, los viejos fueros y las vetustas formas políticas de un mundo de ayer, frente a los requerimientos del mundo actual que impone en todas las regiones culturales una mayor integración. Las motivaciones históricas, por su propia naturaleza, pertenecen al pasado y, en muchos casos, contradicen abiertamente las necesidades del presente y el porvenir.

Con toda razón, tiene que preocupar a los hispanoamericanos esta tendencia a la fragmentación y el particularismo que se manifiesta en España. No sólo en la estructura política del Estado, lo que ya podría ser problemático, sino en lo que constituye la esencial unidad cultural de España, y en particular la lengua española.

Los hispanoamericanos, históricamente, desde los tiempos del imperio, tuvieron que sentir a España, a la remota y cercana España, como unidad. Vinieron, desde luego, en esos largos siglos de creación del nuevo mundo castellanos, gallegos, valencianos, catalanes, vascos y gentes originarias de todos los viejos reinos históricos, pero vinieron como representantes de la unidad de la corona y de todo lo que constituía la comunidad cultural de España, lengua, religión, leyes, instituciones y sentido de un fin común y de unos valores propios. No vinieron los catalanes como catalanes, ni los gallegos como gallegos. Vinieron como gobernadores, como soldados, como inmigrantes revestidos con los símbolos y los instrumentos de la unidad hispánica y, sobre todo, de la lengua. Fue la lengua castellana el instrumento de la unidad y de la toma de conciencia del mundo hispánico. Las otras lenguas peninsulares no prendieron ni arraigaron en ningún rincón de América. Los grandes personajes catalanes, vascos o gallegos que vinieron y contribuyeron a hacerla no hubieran podido hacerlo en sus lenguas particulares, porque con ellas hubieran quedado incomunicados, sino en el habla común de españoles y americanos.

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Nadie que no sea un ignorante craso puede negar el valor cultural e histórico que en lengua y literatura tienen la Cataluña y la Galicia históricas, como tampoco los aportes excepcionalmente válidos que: han dado los hijos del País Vasco a la unidad hispánica, pero el vínculo mismo de integración, la vía maestra de acercamiento y comunicación no la constituyeron esos particularismos, sino los logros y los instrumentos de la comunidad cultural hispánica, y entre ellos, en primer lugar, la lengua.

En la medida en que catalanes, gallegos y vascos se vuelvan sobre su propia lengua y su particularismo se alejarán, enajenarán y extrañarán de la comunidad hispánica y cortarán o atenuarán la ancha vía de la cooperación con la América hispana.

Vale la pena reflexionar, aunque sólo sea un instante, en el valor extraordinario y la potencialidad de acción conjunta que representa una lengua que unifica hoy a más; de trescientos millones de seres y que el año 2000 será, sin duda, la de más de quinientos millones, y seguramente la primera. o la segunda lengua del mundo por el número de personas que la tienen como habla materna. Esto representa un instrumento de poder y de acción incomparable que le abre a los pueblos de la comunidad hispánica posibilidades prácticamente ilimitadas; para concertarse y unirse, y entrar a desempeñar uno de los principales papeles protagónicos en el escenario internacional del futuro.

Dos rasgos hay muy visibles en la historia de Hispanoamérica. De una parte, la tendencia hacia la propia integración que arranca desde la concepción misma de la independencia. Los grandes fundadores de la independencia americana pensaron siempre en términos continentales y unitarios. Creían que las antiguas colonias españolas, basadas en la unidad de su pasado y en su lengua, debían hallar formas de cooperación estrecha frente al resto del mundo. Esa herencia nunca se ha perdido. En muchas formas reaparece y se actualiza la idea de la integración entre los países americanos. El otro rasgo, que complementa a éste, es el sentimiento profundo de vinculación con España. Bastaría recordar cómo resonó con sincera angustia propia en toda la América hispana el trágico proceso de la guerra civil española. Frente a las exigencias del mundo actual son muchos, y entre los más calificados, los hispanoamericanos que piensan que la única vía de progreso y afirmación ante el complejo mundo de hoy es la del acercamiento y la cooperación estrecha entre España y las naciones hispanoamericanas.

Pero precisamente ahora no resultaría ocioso o extravagante preguntarnos con cuál España nos vamos a entender y unir. ¿Con la España afirmada y definida por los rasgos fundamentales de su unidad cultural, que fue la que vino a América, o con varias Españas disgregadas, algunas con lenguas que no entendemos, y con las cuales el diálogo tendría que ser diferente y difícil, y los resultados aleatorios?

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