Las sevillanas lunfardas de Nacha Guevara
La presentación de Nacha Guevara en el madrileño teatro Salamanca inclina a un degradante aprieto. El recital propiamente dicho (Aquí estoy) conduce, sin mayores rodeos, a la alabanza. Por culpa del aplauso y de la rogativa - ¡otra, otra, otra!-, lo redicho (No llores por mí, Argentina, y Si yo fuera como ellas) nos planta ya de bruces en el puro mosqueo. Y el muy sonado epílogo, en fin, resuelto en sevillanas lunfardas, permite que vayamos más allá del horror. Era esto último, imaginen el trago, como volver a ver, vestida de folklórica, a la mismísima María Ostiz. Muy fuerte. Muy increíble.Blanca y radiante, Nacha Guevara surge para evocar, con atinada economía de medios, el mundo del music-hall: la comedia y la tragedia, la poesía y la fantasía, la sensación y la emoción, la sencillez y la acidez. Finge que improvisa una confesión, entona un corrosivo minué, hace de amnésica enamorada y de zumbona camarera, se entrega a la ebriedad, reinventa a su manera moralista lo de Si yo tuviera una escoba, y lee en el espejo luminoso de un baúl: «Qué broma tan cruel, qué irónico error, / quise cambiar de papel y no hallé mi actor. / Que vengan los clowns, / que salgan los clowns; / su turno llegó...».
Ella sigue ahí, refinada, tensa y repleta de certidumbre: «Dije no cuando otros dijeron sí. / En aquellos tiempos duros, dura fui. / Sobreviví a López Rega. / Y estoy aquí». Ahí está, mezcla explosiva de María Goretti y Davie Bowie. Dura y frágil. Feliz y hasta la coronilla de tener que proseguir con el show. A la espera de cuando sólo hay amor (refugiándose en una canción de Jacques Brel desatinadamente traducida) o entonando, entre cálidas ovaciones, Para cuando me vaya. Esto es teatro: «Un tango de la Merello, / un telón que es un palacio, / un papel de caramelo, / la vida en muy poco espacio».
Eso fue buen teatro, con el espléndido acompañamiento de Alberto Favero al piano. A renglón casi seguido, y a petición del respetable, Nacha Guevara hizo de Eva Duarte desde dos melodías y dos visiones quizá complementarias. Pero, como ya hemos anunciado, no acabó ahí la cosa. El público quería más. Y recibió mucho más de cuanto esperar pudiera.
Tal vez necesitase Nacha Guevara incluir en su sofisticado repertorio aquella canción de Lara: «Que las rondas no son buenas, / que hacen daño, que dan penas, / que se acaba por llorar ... ». Sin ese soporte recordatorio, la intérprete argentina se lanzó a cantar y bailar sevillanas. Era una marioneta desafinada. Era como ver a un turista danés subiéndose a un tablao tras una noche de juerga. Era el momento o nunca de cantar lo de Pablo Milanés: Yo no te pido.
Pero, en verdad, se lo habían pedido. Y Nacha, sabedora de lo que Plácido Domingo ha hecho con los tangos, quiso darnos la justa réplica. Se pasó un pelín.