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El riesgo de una guerra

Creo que es remota la probabilidad de una guerra en Europa entre el Occidente y el Este. Podrá parecer arriesgada tal afirmación cuando se habla cotidianamente de nuevos armamentos desplegados o por desplegar y se discute sobre la verosimilitud de que estallara un conflicto nuclear limitado en el teatro de operaciones europeo sin que las dos superpotencias estrenaran sus disparos intercontinentales, hipótesis, a mi juicio, descabellada. Pero hay, muchos más elementos en favor de la tesis contraria, es decir, de la paz.En primer lugar están los hechos en sí mismos. La Alianza Atlántica se establece en 1949 para defender la supervivencia de las naciones democráticas de la Europa occidental frente a la avasalladora política de Stalin en los países ocupados por sus ejércitos en el Este. El Pacto de Varsovia se firma como réplica militar, en 1955, a la entrada de la RFA en la OTAN. En 1956, hace veinticinco años, tiene lugar la rebelión de Budapest. Es el más importante episodio político que ha ocurrido en la Europa del Este desde que acabó la guerra mundial. La Alianza Atlántica no mueve un soldado de sus campamentos y cuarteles para acudir en socorro de los insurrectos. La rebelión es aplastada, y sus líderes, ejecutados. El Occidente militar y político demuestra con esa actitud que respeta el statu quo de las fronteras establecidas en Yalta y en Potsdam y que no habrá guerra de liberación ideológica en dirección al Este. Es importante recordar que fue en plena guerra fría cuando tuvo lugar esa efeméride.

¿Qué ventaja obtendrían los países del Pacto de Varsovia con lanzarse a un ataque contra el occidente europeo? Aparte de que un hecho de tal naturaleza llevaría en horas a una guerra mundial y, con toda probabilidad, a una escalada hacia lo nuclear, con su imprevisible cortejo de destrucciones, ¿cabe pensar que, a la cada día más difícil digestión del mosaico actual de las naciones ocupadas en el Este, quisiera la Unión Soviética añadir más pueblos desarrollados y de superior nivel de vida, incorporándolos a una hegemonía impuesta por la fuerza? Es altamente inverosímil que tal propósito entre en los cálculos de la estrategia real del Este.

Vengamos a la otra vertiente, la de la economía. La Unión Soviética tiene graves dificultades en el terreno alimenticio por el déficit de sus cosechas cerealistas. Compra ingentes cantidades en el mercado mundial del grano y encuentra en Estados Unidos un complaciente vendedor de los fuertes stocks que almacenan los grandes mayoristas. Se habla de ventas previstas de veintitrés millones de toneladas de granos para 1982 por parte de Norteamérica, y aun se supone que puede ser incrementada tan notable cifra. A su vez, la Unión Soviética trata de vender a Occidente su gas natural en trillones de metros cúbicos, con sustancial contribución al balance energético de la Europa central. Adquiere a cambio tuberías, maquinaria sofisticada, tecnología de punta y ordenadores de la nueva generación. Ese intercambio es de interés vital para ambas partes. ¿Se puede desdeñar ese factor tan importante a la hora de establecer un examen de urgencia que enumere los argumentos en favor de la paz?

Desde que Lenin anunció en 1923 la inevitable reanudación del comercio internacional soviético con el mundo capitalista, este fenómeno no ha dejado de funcionar en términos crecientes y decisivos. Los gigantescos combinados del río Dnieper tuvieron su origen en la cooperación técnica norteamericana. Y de ahí en adelante no hubo gran empresa multinacional del capitalismo occidental que no entrara a colaborar en el desarrollo tecnológico e industrial de la URSS, antes y después de la segunda guerra mundial. Ese elemento modernizador de la economía soviética acentuó su presencia tras la desaparición de Stalin y el deshielo de la guerra fría. Es una de las grandes paradojas de nuestro tiempo y un hecho de la real-política, que nos recuerda, frente al estrépito de las propagandas verbales, el implacable poderío de los intereses materiales.

Recientemente, Leónidas Breznev, en su comentada entrevista a Der Spiegel, señalaba el éxito de esa estrecha colaboración económica con el Occidente: "Tenemos que realizar", decía, "proyectos comunes entre la RFA y la URSS que lleguen hasta el siglo XXI". Entre ellos, y no el de menos importancia, figura la construcción del gasoducto mayor del mundo, de 3.500 kilómetros de longitud, que traería el gas de Urengoy, en Siberia occidental, al corazón de Europa, y en el que la técnica y la inversión alemanas colaborarían como partícipes decisivos. Proyecto que supone, cuando se realice, la entrega diaria del equivalente de 700.000 barriles de petróleo al balance energético de Europa. Y que ha suscitado el recelo de Estados Unidos, cuyo subsecretario de Estado para Asuntos Económicos ha visitado recientemente las capitales europeas, empezando por Bonn, para advertir del posible riesgo de establecer una tan estrecha vinculación, que podría tornarse en servidumbre.

Aludía antes a la entrevista de Breznev concedida a Rudolf Augstein, editor del popular semanario germano, que es un documento que merece lectura meditada. Los veintiún folios manuscritos que el líder soviético entregó como respuesta a las ocho preguntas del periodista alemán no tienen desperdicio. No es mi intención analizarlos en este breve comentario, pero sí quiero anticipar un juicio generalizado sobre ellos: no son declaraciones que permitan deducir que Europa va a la guerra, sino que, por el contrario, están llenas de vocablos como negociación, diálogo, entendimiento, acuerdo, restablecimiento de la confianza mutua entre las dos superpotencias nucleares y abandono recíproco de las escaladas armamentistas para llegar a la limitación, al control y al equilibrio de los medios de destrucción nucleares al mínimo nivel posible. Tal es el predominante contenido de las palabras de Leónidas Breznev.

Se puede argüir que esas actitudes pacíficas y distensoras son habituales en los líderes soviéticos cuando visitan el Occidente y dialogan con sus gobernantes. Y que pueden formar parte.' de la propaganda manipulada encubriendo las verdaderas intenciones del Krem1in. Pero ¿quién está hoy día en el campo internacional exento del contagio publicitario en uno y otro sentido? Es cierto que la máquina de guerra soviética está sometida drásticamente a esa prioridad absoluta, representando el 15% de su PNB. También es evidente que la doctrina estratégica de ese colosal instrumento de poder está, teóricamente, al servicio de una utópica revolución mundial que acabaría con el sistema de economía libre y competitiva. Pero aquellos dogmatismos tienen hoy escasa resonancia de ejemplaridad en el resto del mundo, porque el socialismo real no funciona en ninguna parte, y cuando se agrieta su estructura formal, como ocurre en Polonia, se descubre la ficción minoritaria y burocrática en la que consistía.

No deja de existir el riesgo de una guerra, como siempre ocurre cuando se acumulan peligrosamente ingentes armamentos. Así ocurrió entre 1910 y 1914. Así se repitió el fenómeno entre 1933 y 1939, por no citar sino dos recientes y notorios ejemplos. Pero hoy día hay una extendida conciencia de que una guerra limitada no sería posible en Europa y se convertiría en conflicto generalizado y nuclear en el curso de rápidos y fatales etapas en virtud de la propia dinámica del conflicto producido. Y ya es consabido que las armas nucleares son armas para no vencer.

La confrontación diplomática., militar y política Este-Oeste no tiene hoy las características que tuvo hace treinta años, al terminarse la guerra mundial. La seguridad de la Europa occidental es, en realidad, el mismo problema que la seguridad de la Unión Soviética, aunque visto desde la otra parte.

La reciente declaración del presidente Reagan es otro elemento que se añade al platillo de la paz en la balanza peligrosa de las tensiones entre los bloques. Su ofrecimiento de renunciar al despliegue de los nuevos ingenios nucleares tácticos en Europa occidental, a cambio de que la Union Soviética retire los suyos, encierra, dentro de sus grandes dificultades de realización, un gesto de relevante significado hacia los pueblos europeos de la Alianza Atlántica, crecientemente preocupados por la hipótesis de convertirse en territorio de la batalla nuclear en las primeras horas de un conflicto de los originados dentro de¡ cuadro de la respuesta flexible.

Yo estuve en Estrasburgo el mismo día en que se conoció la actitud del presidente norteamericano, Ronald Reagan, y pude registrar la sensación de alivio indisimulado que los ministros de Asuntos Exteriores de Europa allí presentes reflejaban. Un desarme gradual, pero verdadero, complementado con un auténtico control informativo mutuo de los niveles de armamento, sería -si se lograra- un acontecimiento decisivo para la paz.

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