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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Por un plan nacional de investigación del síndrome tóxico

Seis meses de lento y continuo progresar del síndrome tóxico representan una buena atalaya desde la que establecer las todavía urgentes prioridades, que deben implementarse con premura si es que se quiere llegar al final que todos parecemos desear. Con este ánimo constructivo elevo «a quien corresponda» las siguientes consideraciones, que no pretendo sean piedra de escándalo, sino principio de serena reflexión. Aunque la hora de la crítica a personas o juicios de intención ya ha pasado, no se puede, sin embargo, pasar por alto los errores u omisiones del pasado, en la medida que ellos son los que nos han llevado a la presente situación. Su reconocimiento autocrítico es el necesario punto de partida para las actuaciones que el problema reclama. Una actitud bien diferente de la manifestada en el debate parlamentario de septiembre, cuando el Gobierno y su grupo parlamentario se mostraron tan fieles a nuestro romancero:«El honrado y principal / cuide bien de no erralla, / pero si la face mal / sostenella y no enmendalla». El punto de partida de esta reflexión lo constituye la constatación de una larga cadena de delegación de responsabilidades, con abandono del puesto de mando y el consiguiente vacío de poder: el Gobierno delega en el Ministerio de Sanidad; éste, en su Secretaría de Estado, que a su vez lo hace en dos direcciones generales aparentemente desconexas, si no enfrentadas. Una, especializada en invitar consultores extranjeros. La otra, sin más horizontes que el poner orden en el caos generado por la propia incapacidad del Gobierno para poner en marcha un plan general a la altura de la gravedad de la situación. Así surgió la comisión coordinadora, improvisada a finales de julio con media docena de abnegados profesionales, cuya labor eficaz es necesario reconocer. Pero, dejando aparte la cuestión de las indemnizaciones a los afectados y el nombramiento del responsable de su seguimiento, no ha habido en el Boletín Oficial una sola disposición que tenga directamente que ver con el problema de fondo del síndrome tóxico. Esta constatación denuncia, a mi entender, un grave absentismo por parte de la Administración del Estado ante un problema cuya magnitud no es necesario argumentar.

¡Qué contraste con la abnegación y entrega de los profesionales sanitarios! Superando las dificultades emanadas de la dispersión de los enfermos por los diferentes departamentos de los distintos hospitales y las procedentes de la propia organización hospitalaria en compartimentos estancos, estos sanitarios improvisaron un funcionamiento en comisiones, merced al cual hoy se dispone de una completa descripción del síndrome. Ellos, y no la Administración, son los acreedores a las alabanzas de los expertos que nos han visitado.

Pero, por desgracia, el conocimiento, por perfecto que éste sea, de las peculiaridades y curso de la enfermedad no resuelve el problema ni siquiera desde una perspectiva exclusivamente médica, puesto que se sigue sin saber cuál pueda ser -si es que existe- la orientación terapéutica más adecuada. Queda por establecer la naturaleza del tóxico o tóxicos, cómo se introdujeron en el aceite y cuál es su mecanismo o mecanismos básicos de actuación. Estas tres simples cuestiones, iahí es nada!, constituyen el nudo gordiano del problema, que es preciso descifrar en beneficio de la salud de los afectados, la tranquilidad del consumidor, la acción judicial, las exportaciones de conservas de aceite y de nuestra propia dignidad como nación. ¿Se ha planteado alguna vez el Gobierrio seriamente la necesidad de promover y coordinar las actuaciones en esta dirección? Mucho tememos que no. Y que aquí, como en las cuestiones médicas antes consideradas, se esté jugando a la baza de la libre iniciativa de los diversos grupos que, de una u otra forma, se han ido sumando a esta investigación.

Hace mes y medio, desde estas mismas páginas, destaqué la necesidad de consolidar una fuerza de choque, capaz de sacar el máximo partido de los efectivos de investigación, no movilizados hasta entonces. Ahora puede decirse que la movilización ha sido general y satisfactoria, tanto en términos de cantidad como de calidad. Falta, sin embargo, por definir las líneas básicas de actuación, las formas concretas de articular la cooperación entre los distintos grupos de investigación en torno a objetivos comunes, para obtener el máximo posible de la información necesaria en el mínimo de tiempo. Esta planificación recae hoy día sobre el único sobreviviente de la mencionada comisión coordinadora, cuya eficacia gestora está sin duda mermada por sus obligaciones profesionales y la carencia de un equipo e infraestructura burocrática apropiada. El plan de investigación del síndrome tóxico no puede surgir de la laboriosa yuxtaposición de proyectos aislados, sino de su, subordinación a un programa general. Ha habido demasiados protagonismos y verbalismos estériles, que ya es hora de superar.

Ante todo habrá que identificar la naturaleza de la sustancia o sustancias responsables del síndrome tóxico. Esto, que parece obvio, es algo que se tiende a olvidar. Por que lo cierto es que no disponemos de un aceite tóxico, sino de centenares de muestras que las familias afectadas entregaron a su médico, farmacéutico o abogado, o que incluso guardan todavía en su hogar. A ellas hay que sumar los millares que en oleadas sucesivas se fueron incorporando en las operaciones de canje, y las partidas inmovilizadas en determinados almacenes de mayoristas. Lo único que relaciona a estos aceites con la enfermedad es el testimonio de quienes lo entregaron, pero siempre existe la incertidumbre acerca de cuáles, entre las múltiples muestras, están realmente implicadas en la intoxicación. Sobre todo, porque medió más de mes y medio entre la aparición de la intoxicación y la alerta acerca del aceite.

Sabemos que el síndrome tóxico se asocia a unas determinadas zonas geográficas de distribución de unas partidas de aceite fraudulento, en cuya composición forma parte aceite de colza desnaturalizado con anilina. Sabemos también que la anilina origina anilidas de ácidos grasos, en una reacción espontánea, y que estas sustancias anómalas persisten tras las operaciones de refinado. Ahora bien, existen suficientes incertidumbres en cuanto a la toxicidad por anilinas de ácidos grasos como para exigir una indagación exhaustiva de otros agentes tóxicos e incluso, si me apuran, debtras vías de intoxicación. Todo ello, por supuesto, sin dejar de lado los estudios en curso acerca de la toxicidad y farmaco-cinética de las anilidas.

El objetivo prioritario y urgente de la identificación de tóxicos en las variadas muestras se debería abordar con técnicas rápidas y precisas, como los cultivos celulares y la cromatografía líquida de alta resolución. Este doble criterio, toxicológico y químico, debería permitir seleccionar las muestras de aceite con mayor probabilidad de toxicidad y en un plazo de tiempo relativamente breve. Con estas partidas sería posible iniciar la laboriosa tarea de aislar y caracterizar microcomponentes del aceite con potencial significado toxicológico. Por supuesto que en esta fase se requeriría una estrecha colaboración de la policía y una revisión exhaustiva de la epidemiología, al objeto de obtener cualquier indicio significativó o evidencia de rutas alternativas de introducción de agentes tóxicos no considerados hasta ahora.

Las partidas de aceite seleccionadas en la actuación anterior deberían ser el material de partida para los estudios toxicológicos con diferentes especies animales, diseñando protocolos experimentales que permitieran obtener el máximo de información anatomopatológica, química y bioquímica relacionada con los posibles mecanismos hipotéticos de acción. Este estudio se debería completar con un análisis químico y toxicológico de los fluidos biológicos de los enfermos, especialmente aquellos que se obtuvieron en las fases iniciales del síndrome y que, presumiblemente, están dispersos por los distintos departamentos hospitalarios. Esto permitiría detectar sustancias con potencial significado toxicológico y establecer su relación química con las sustancias detectadas en los aceites. También se debería proceder a un estudio exhaustivo de las víctimas del síndrome, no sólo con criterios anatomopatológicos, sino también químico, bioquímico y enzimático. Ello exige disponer de muestras necrópsicas en las condiciones de conservación más idóneas y requiere la colaboración del juez instructor.

En una tercera fase, una vez identificados los componentes tóxicos, se podría estudiar en profundidad su toxicidad experimental y mecanismos de acción, sólos o en asociación, y con diferentes sistemas biológicos. Todo ello encaminado a configurar la patogenia de la enfermedad.

Un programa de esta envergadura sólo puede contemplarse desde la perspectiva de un plan nacional de investigación que proporcionara: 1) Un organigrama, mínimo pero eficaz, de personal cualificado y a plena dedicación, respaldado con una infraestructura burocrática adecuada, y con la misión de coordinar las actuaciones de los diferentes grupos, mantener un flujo continuo de información, facilitar las muestras de aceite y material biológico requeridas en cada caso y disponer de la suficiente iniciativa como para corregir el programa sobre la marcha, en función de su propia evolución. 2) Una fórmula legal que facilite el libre acceso a la información o materiales precisos, que hoy se encuentren bajo la celosa custodia de diferentes competencias ministeriales (Sanidad, Comercio, Industria, Justicia e Interior) y que permita una coordinación estrecha con el juez instructor y la comisión parlamentaria ad hoc. 3) Una financiación global del programa unitario de investigación que permita atender, sin demoras burocráticas, a los gastos extraordinarios generados en los diferentes grupos de investigación, incluyendo la contratación de personas para fines específicos y la remuneración de horas extraordinarias cuando hubiera lugar; todo ello: por supuesto, bajo el debido control.

No pretendo haber agotado todas las posibilidades de un plan nacional de investigación del síndrome tóxico, en el que, por supuesto, se debiera también articular toda la investigación clínica, ya en marcha. Pero sí creo haber incidido en los rasgos fundamentales con que debe contar, desde una elemental perspectiva de agilidad y eficacia. La situación exige una decisión rápida, sin demoras, que no puede aguardar a la ya cantada crisis ministerial.

Angel Pestaña Vargas es coordinador del programa de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

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