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En torno al pacifismo

Es innegable que el pacifismo tiene la grandeza de todas las causas justas. Por ello, no es extraño que la llamada del propósito abstracto de la paz arrastre muchedumbres, sobre todo, en un tejido social tan sensibilizado como el europeo, con experiencia de sangrientos conflictos y ubicado en el intermedio de las dos grandes potencias, en la tierra de nadie de su dialéctica de poder.Pero, precisamente por tratarse de un valor tan preciado, no es lícito someter la paz a manipulaciones simplistas. Por ello, es preciso dar realce a la idea de que, si hurgamos en la entraña histórica e intelectual de Europa, no hallaremos justificación ética ni política, ni tan siquiera cultural, para resignarnos a la pasividad, a la absorción por el bloque del Este a cambio de la paz. El primer valor, antes que cualquier otro, es, sigue siendo, la libertad.

Por tal motivo, el pacifismo, que nosotros sí querríamos impulsar habría de ir mucho más lejos que la simple renuncia a todo militarismo: si de verdad se quisiese dar alas a una nueva noción de Europa, habría que urgir el nacimiento de una solidaridad positiva y creadora que pusiese en crisis la propia política de bloques por la única vía que hoy parece practicable: la de la distensión. Un movimiento pacifista de esta naturaleza debería renunciar a distinguir entre armas buenas y armas malas -soviéticas y norteamericanas, para entendernos-, entre guerra justa e injusta. Debería incitar un rechazo total contra toda forma de violencia; debería traducirse en unos comportamientos políticos que no tuviesen ninguna indulgencia con los violentos, aunque les asistiese la razón. ( ... )

17 de noviembre

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